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¿Perestroika ‘a la cubana’? Cubanet

Fidel Castro junto a Mijail Gorbachov (Foto: AP)

LA HABANA, Cuba.- Los muy pocos libros sobre el derrumbe del bloque soviético que se han publicado en Cuba dan una visión conmiserativa y catastrofista de los sucesos ocurridos entre 1989 y 1991. Intentan probar que lo que fracasó en Europa Oriental y la Unión Soviética fue el llamado socialismo real (el modelo soviético) y no la idea socialista en sí, que consideran sigue siendo la alternativa a los problemas del siglo XXI.

Entre estos libros destacan La Perestroika: impresiones y confesiones, del alemán Hans Modrow, y Socialismo traicionado, de los norteamericanos Roger Keeran y Thomas Keenan. Ambos libros fueron publicados por la Editorial de Ciencias Sociales en el año 2015.

Hans Modrow fue primer secretario del Partido Socialista Unido Alemán (PSUA, el partido comunista germano-oriental), y el último presidente del Consejo de Ministros que hubo en la República Democrática Alemana antes de que se produjera la reunificación de las dos Alemanias en octubre de 1990. Durante su muy corto periodo de gobierno, Modrow inició las conversaciones con la oposición pro-democrática y disolvió la Stassi, una de las más temidas policías políticas del mundo comunista.

En su libro, escrito en 1998, Modrow afirma que la Perestroika, más que necesaria, era imprescindible, pero reprocha a Mikhail Gorbachov su ingenuidad en sus tratos con Occidente, su fracaso en perfeccionar el socialismo y le culpa del fin de la RDA. Aunque Modrow se queja del “monitoreo dictatorial de Moscú sustentado durante décadas” sobre los regímenes de los países socialistas de Europa del Este, esperaba que a última hora la Unión Soviética hiciera sentir de nuevo su dominación, impidiera la unificación y salvara aquella entelequia artificial, impuesta por los soviéticos tras la Segunda Guerra Mundial.

En Socialismo traicionado (Socialism betrayed), Roger Keeran y Thomas Kenny, intentan analizar las causas que llevaron al colapso del comunismo soviético. Pero, cerrilmente marxistas, se atascan en la apología y las justificaciones. Reconocen los defectos del socialismo soviético, pero van aplazando los análisis de los problemas de un capítulo a otro, para terminar con una moraleja antimercado y anti-Gorbachov, y el intento de convencer de que aún hay oportunidades para el comunismo.

Es un libro estalinista, retrógrado, aferrado a los dogmas del marxismo-leninismo, que lamenta la desintegración de la Unión Soviética como una tragedia irreparable y de consecuencias nefastas, no solo para la izquierda mundial, sino para la humanidad.

Los autores, que son sumamente benévolos con Stalin —llegan a regatear la cantidad de millones de sus víctimas en tanto destacan sus “méritos históricos”— enjuician muy severamente a Gorbachov y sus colaboradores, especialmente Yakovlev, a quienes culpan de haber llevado demasiado lejos una tendencia democratizadora y pro-mercado que inició Bujarin y continuó Jhrushov.

Keeran y Kenny especulan con la historia que no fue al asegurar que Andropov, de no haber muerto, hubiese realizado con éxito las reformas necesarias para salvar al socialismo soviético. También reprochan a Ligachov no haber jugado un papel más activo en contra de Gorbachov. Para colmo, niegan que la intentona de agosto de 1991 haya sido un golpe de Estado y lamentan que haya fracasado.

Pese a reconocer los numerosos y graves males que padecía la sociedad soviética en la primera mitad de los años 80, los años del estancamiento brezhneviano, Keeran y Kenny aseguran que Gorbachov no heredó un país en crisis. Consideran que exageró con las reformas y que fue la mala aplicación de sus políticas y las concesiones al capitalismo, lo que agudizó los problemas, provocó el caos y dio al traste con la Unión Soviética.

Así, por ejemplo, el culpable de los nacionalismos secesionistas sería Gorbachov, que no supo manejar los problemas de las nacionalidades, y no Stalin, con su rusificación forzosa y su criminal política de deportar pueblos enteros de un extremo a otro del país, lo que originó conflictos que aun hoy siguen sin solución.

Por momentos, el libro, con sus recetas para no repetir los errores que provocaron el colapso soviético, recuerda aquellos manuales de tufo estalinista con los que nos atiborraron en los años 60.

Esos errores, por ser inherentes al sistema, son inevitables.

En el libro, el lector cubano hallará reflejados problemas que desde hace muchos años vienen dándose en nuestra sociedad y que cada día, lejos de solucionarse, se agravan: la corrupción rampante a todos los niveles, la caída de la productividad, la existencia de un inmenso mercado negro que se nutre del robo en los almacenes estatales, etc.

Al respecto, Ramón Labañino, uno de los Cinco, que fue el encargado de escribir el prólogo para la edición cubana de Socialismo traicionado, admitió: “Hay detalles que asombran sobremanera por su parecido a la realidad cubana actual”. Pero a continuación, sumamente optimista, decía no preocuparse por “la carencia de comunicación directa, efectiva, de retroalimentación con las masas”, en que incurrieron los comunistas soviéticos, porque, según aseguraba, “ese aspecto está muy bien conducido en nuestro país”.

Tanta ingenuidad solo puede justificarse si recordamos que cuando escribió el prólogo, Ramón Labañino llevaba muchos años fuera de Cuba recluido en una prisión de Kentucky, donde cumplía prisión por espiar al servicio del régimen castrista. La lejanía debe haber contribuido a la idealización que hace de la relación de los dirigentes cubanos con el pueblo.

Fiel al catecismo castrista, escribía Labañino el siguiente tequecito: “El momento actual que vive nuestro socialismo en Cuba exige de todos nosotros el celo extremo en todo lo que hacemos y creamos, con el único fin de fortalecerlo y mejorarlo, nunca para destruirlo ni crear bases para el capitalismo y mucho menos aquellas del imperio de las leyes del mercado, el egoísmo y la propiedad privada”. Y sentenciaba: “Esta obra es una gran lección de todo lo que no debemos hacer ni permitir para preservar la Revolución, sus conquistas y el socialismo…”

Los mandamases verde olivo, que no suelen ser muy dados a las lecturas, no necesitan de libros como este para saber que este tipo de sistema no admite reformas ni perfeccionamientos. De ahí su temor a la economía de mercado, los negocios privados y su empecinamiento en seguir insistiendo en la tantas veces fracasada planificación centralizada de la economía. Eso, sin hablar de su aversión por la democracia. Si algo tienen aguzado los mandamases es su instinto de supervivencia.

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