Inicio Cuba Que nadie se olvide de los refugiados cubanos

Que nadie se olvide de los refugiados cubanos

GUANTÁNAMO, Cuba.- Este 20 de junio la ONU celebra el Día Mundial del Refugiado.

La Declaración Universal de Derechos Humanos consigna en su artículo 14 que en caso de persecución toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.

Junto al término “refugiado” algunas personas asocian otros tres, todos pertenecientes al Derecho Humanitario Internacional, pero en muchas ocasiones confundidos. Me refiero a “asilo diplomático”, “asilo político” y “migrante”, y aunque por razones de espacio no voy a detenerme en el deslinde conceptual que cada término amerita, diré que los dos primeros constituyen una especie de puerta hacia el refugio político mientras que el tercero está definido fundamentalmente por intereses económicos, profesionales o personales.

El concepto de refugiado adquirió relevancia jurídica inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial. Se entiende como tal a aquellas personas que son perseguidas por motivos de raza, etnia, sexo, creencias religiosas, ideas políticas o por cualquier otra causa que lesiva a la dignidad humana.

Los refugiados han adquirido relevancia internacional en los últimos años y se han convertido en un serio problema para la ONU y  los países en cuyas cercanías ocurren enfrentamientos bélicos o existe un Estado que aplica políticas impopulares causantes de la huida de sus ciudadanos. Siria, Yemen y Venezuela son ejemplos concretos de esta dramática realidad contemporánea.

El caso cubano

La situación cubana posterior a 1959 aporta características que distinguen el caso de nuestros refugiados. Es muy cuestionable, como reitera la prensa oficialista, que el deseo de emigrar que predomina en gran parte de los cubanos se basa en razones exclusivamente económicas.

Al enfocar este aspecto debemos recordar que, asumiendo una posición opuesta a la que tradicionalmente mantuvo la diplomacia cubana de la república democrática —que en el Dr. Antonio Bustamente y Sirvén tuvo un altísimo exponente universal— el régimen cubano se negó —y se niega— a reconocer el carácter evidentemente político de algunos delitos y, plegándose a la endeble teoría jurídica de la antigua URSS, los calificó como contrarrevolucionarios. Así también califica a quienes se le oponen.

Amparándose en esa posición la prensa cubana afirma que Hugo Chávez fue un preso político luego de su intentona golpista —y realmente lo fue— pero niega ese carácter a los opositores presos por el gobierno de Nicolás Maduro. Ese enfoque parcializado es el mismo que esa prensa aplica cuando revisita nuestra historia: al referirse a los miembros del Movimiento 26 de Julio que asesinaron a guardias de la tiranía para quitarle un arma, o que provocaron cientos de muertes de personas inocentes al explotar bombas en los cines y lugares públicos, los cataloga como héroes y revolucionarios, jamás como terroristas. Sin embargo, a todo el que ha entrado en el país para luchar por el cumplimiento del Programa del Moncada y los Pactos de la Sierra y de México, los califica de mercenarios y terroristas. Ese enfoque sesgado también tiene incidencia al analizar el caso de los refugiados cubanos.

Nuestro país ha vivido varias oleadas migratorias importantes después de 1959. La primera comenzó apenas fue derrotada la dictadura de Fulgencio Batista y se prolongó durante toda la década de los sesenta, pudiendo señalarse como su fin el momento de los “Vuelos de la libertad” desde Camarioca hacia los EE.UU. La segunda fue por el puerto del Mariel en 1980; la tercera comenzó con el período especial y tuvo su punto más álgido durante la crisis de los balseros, a mediados de los años noventa del pasado siglo. La cuarta —que se mantiene a pesar del silencio mediático que la acompaña— es una continuación del éxodo de los noventa del pasado siglo y se acrecentó luego de las modificaciones de los trámites migratorios en el 2012. A partir de entonces se distinguió porque sus protagonistas salían de Cuba hacia Sudamérica —fundamentalmente a Ecuador— y desde ese país iban hacia Centroamérica para atravesarla y arribar a los EE.UU. Ni siquiera la acción de Daniel Ortega de cerrarle el paso a los cubanos, ni la posterior decisión de Barack Obama de revocar la política de “pies secos-pies mojados”, han limitado la búsqueda de refugio político de los cubanos en otros países del continente como Uruguay y Chile, sin que EE.UU. deje de ser el lugar más codiciado para establecerse.

El componente político ha estado presente en todas esas oleadas migratorias, aunque en mayor medida en las dos primeras. Es curioso que antes del 2012 las colas ante el Departamento de Refugiados de los EE.UU., en J y Malecón, en La Habana, eran enormes. Apenas se pusieron en práctica las modificaciones otras sedes diplomáticas comenzaron a recibir diariamente a cientos de cubanos en busca de una vía más expedita. Algunos de los aceptados por el Departamento de Refugiados de los EE.UU. salieron hacia ese país con esa condición sin haber tenido jamás un problema con el gobierno cubano. Otros, a pesar de ser discriminados, agredidos, golpeados, lesionados, heridos y sancionados por motivos políticos, han ido varias veces allí y no lo han logrado, quizás porque les ha faltado el arte que para mentir les ha sobrado a los otros. Tal sombra, por supuesto, no resta méritos a la labor humanitaria que por décadas ha ejecutado el gobierno norteamericano al asimilar a gran parte del exilio cubano.

Los efectos provocados por ese incontenible éxodo —el más rotundo plebiscito sobre la impopularidad del castrismo— tienen su reflejo en la economía y la sociedad. Y aunque no se reconozca oficialmente, es manifiesto que la juventud, uno de los pilares fundamentales de todo país, ha convertido en una prioridad el sueño de emigrar ante la falta de libertades y posibilidades de realización personal que aquí impera.

El día en que se haga un estudio objetivo sobre este asunto conoceremos su verdadera magnitud y los efectos que ha provocado en nuestra identidad, porque desde 1959 hasta hoy, Cuba —antes un país receptor de migrantes— quizás sea en Latinoamérica el de mayor porciento de emigrantes calificados como refugiados políticos, aunque muchos de ellos no quieran reconocerlo después, para desde el exterior continuar haciéndole el juego a la propaganda oficial.