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¿Quién miente en Cuba?

Participantes en un desfile por 1ro de mayo. Muchos de los que van lo hacen solo por no ‘marcarse’ y aseguran fidelidad al régimen (Archivo)

GIJÓN, España.- Hay algunos cubanos que llevan consigo una costumbre arraigada desde hace tiempo como es la de mentir. En algunos sectores sociales, la mentira forma parte del tipismo de ambos sexos. Y lo mismo que al tiempo perdido en la espera de un transporte público se le considera horas muertas, a la falsedad se la tilda como momento propicio, porque va acompañando a la persona sin apenas darse cuenta. Si alguien pregunta la hora y le responden correctamente, que es lo normal, en Cuba, si da con alguna de estas personas, preguntar algo puede ser motivo de la aparición de un rosario de inexactitudes que dejan boquiabierto a cualquier interlocutor ingenuo. Bien es cierto que la capacidad creadora y la cualidad fantasiosa de los cubanos para redactar pasados rocambolescos, historias quiméricas o situaciones inverosímiles son únicas.

Pero estos cubanos a los que me refiero mienten cómo fórmula de engaño, encaminada a obtener beneficio del otro —sobre todo cuando es extranjero— e, incluso, para crear polémica entre ellos mismos.

En las últimas fechas de diciembre 2016 se corrió el bulo de que iban a repetir otra serie de días de duelo porque se conmemoraban algunos hechos históricos de Fidel Castro. Mientras, se estaban abasteciendo de bebidas alcohólicas los establecimientos de hostelería, algo incompatible con otro posible luto oficial.

Este tipo de cubano miente prometiendo lo que no va a cumplir, fingiendo lo que no siente o mostrando interés especial por algo que le importa un comino. Por esa vía sólo busca un único objetivo: crear una atmósfera amistosa o afectiva encaminada a conseguir una renta del tipo que sea, aprovechando, por una parte, la ingenuidad del visitante primerizo, y por otra esa sensibilidad que despierta en el forastero la presencia de la calamidad palpable y circundante. De modo que ese tapiz de urgencia de vida que envuelve la realidad de la calle con que se encuentra el recién llegado acaba despertando su integridad moral; con lo que convierte, de modo casi místico o misterioso, la mentira caribeña en hecho cierto, la fantasía asfixiante en virtud automática y el palabrerío ocasional en embeleso y rendición incondicional del atribulado turista ante el orador compulsivo.

Este vecindario concreto que funciona así no lo hace como consecuencia de una antropología determinada en lo intelectual. Es una deformación generada de modo paulatino a lo largo de años de necesidades, que ha calado tan hondo en alguna gente, que se ha convertido en medio de supervivencia, en actividad mercantil o cauce de amoríos palafíticos, y que ha encajado en la sociedad como algo natural y necesario, como fórmula asumida por gran parte de la población. A través de esos mecanismos embusteros circulan los postulados inexistentes, que, tras un proceso de maduración y paciencia acaban generando fulas, que luego revierten en novios, ‘pingueros’, hijos de madres abandonadas por sus esposos o compañeros temporales, abuelos de pensión ínfima y toda la cadena alimentaria que va detrás.

Esas mentiras caribeñas también proceden de ciertos ámbitos estatales. No hay más que leer los boletines oficiales del Partido Comunista, llamados periódicos, para notarlo. Raúl Castro anunció (una vez más), la unificación monetaria para el 1 de enero de 2017, despareciendo el CUC, o peso convertible,  para dejar el peso cubano como moneda nacional. Un CUC son 25 pesos cubanos. De hecho, están imprimiendo billetes de 200 y 500 pesos. Pero hasta este momento no se llevó a efecto.

También en las relaciones políticas y diplomáticas hay manoseo de la verdad. No es que los documentos firmados no se cumplan a la postre, sino que lo que rubrican y lo que piensan algunos de los firmantes no suele ser coincidente, de modo que al final surgen discrepancias. Los protocolos, en ocasiones, llevan contenidos de dudosa realización, lo que da lugar a que posteriormente sea necesario renegociar lo acordado inicialmente.

Este funcionamiento no es un método, sino una manera de sobrevivir, una rutina que trasciende más allá de lo oficial y se mueve entre el gentío menos favorecido como una manera de agradar con respuestas que satisfagan al interlocutor, pero que no se ajustan a ninguna realidad posible de llevar a cabo. No es sencillo luego obtener razones de peso cuando solicitas aclaración de aquella empresa fallida, porque lo justifican con la ineficacia burocrática, las demoras no aclaradas, los transportes obsoletos, una cierta desgana congénita (todo como aliados verídicos) y una confianza, casi siempre cierta, de que el interlocutor sorprendido no sólo va a admitir y comprender esa falta de rigor, sino que volverá a caer, si se da el caso, en los mismos acuerdos e idénticas solicitudes a sabiendas de que lo más probable es que no se cumplan una vez más. Un proceder sin mala fe, pero con hábito, y, de paso, una cierta posición de dominio, que ciertos cubanos convierten rápido en poder ante la negociación. De ese modo, negociar, tratar, amar, comprar, vender, asociar, rentabilizar o invertir en Cuba no es tarea sencilla. Es, en realidad, un proceso de adivinación no exento de magia y algo de misterio.