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Rebelión en la clínica de las mascotas

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LA HABANA, Cuba.- “Siempre que llueve escampa”, así dicen los cubanos cuando parece imposible que florezca el consuelo que precisan, después de las tantísimas tribulaciones que la vida nos prepara. “Siempre que llueve escampa”, así también me dijeron, y muchas veces, los amigos que intentaron calmar en algo mis angustias. Y es que he vivido algunos tiempos difíciles, meses angustiosos, días de enfermedades y pérdidas, de esas pérdidas que muchos consideran, con algo de cursilería, irreparables.

Ya acumulé tantos días feos que hasta puedo suponer que algunos de ellos son sutilmente bellos, como resultó, sin dudas, este miércoles último durante una larga estancia en la clínica veterinaria de Carlos III. Y fue tanta la bondad de esa mañana, que poco importó la lluvia mañanera, algo intensa, que estuvo molestando sin sosiego a los perros, a los gatos, y a sus protectores. Poco importarían las diatribas que dedicaron los dueños de mascotas al personal administrativo de la clínica y también a los CVP, e incluso a los veterinarios, pero todo se olvidó en un instante; bastó un segundo para conseguir la reconciliación más absoluta, y entre todos.

Resulta que esa mañana, y en medio de la lluvia, aparecieron unos policías en la clínica y provocaron, sin que al parecer estuviera entre sus presupuestos, la unidad de los dueños de mascotas, y quizá hasta la alianza entre las mascotas, de aquellos perros y gatos enfermos que ladraron y maullaron con las fuerzas que les quedaba. Todo sucedió tras la llegada de la “autoridad”, esa policía que es capaz de “aguar”, incluso, la más alegre de las fiestas, la más tierna esperanza de sanación que, supongo, asiste a las mascotas y, por supuesto, a sus dueños.

Ni la lluvia, ni los tantos desacuerdos en la muy larga cola, ni siquiera las arbitrariedades en la “organización” que decidieron las autoridades de la clínica, ni los coleros que decidían “colarse” sin mostrar recato alguno, impidieron la reconciliación. Todos se pusieron de acuerdo cuando uno de los policías dijo que venían a apresar al médico veterinario, el único médico que ofrecía asistencia durante esa lluviosa mañana habanera. Y resultó tremendamente curioso que nadie preguntara el por qué de la detención.

Resultó inquietante que aquella mujer peleona de la administración, esa mujer que unos minutos antes pidiera con vehemencia que nos organizáramos, esa mujer que también nos amenazó con cerrar la clínica, se pusiera luego de nuestra parte, y de parte del médico veterinario al que pretendían apresar sin que supiéramos por qué. Y resultó curioso que todos, menos la policía, se pusieran del lado de las muchas mascotas enfermas, asegurando al intruso policía que nadie se iba a llevar al médico, que el médico no saldría de la clínica.

Y también insistió aquella mujer preguntando a los policías si habían notado la cantidad de gente que estaba allí, bajo la lluvia, cargando a sus mascotas enfermas. Ella hizo notar a todas esas personas que de seguro impedirían hacer a los policías todo lo que se proponían, y con toda la seguridad del mundo advirtió que las mascotas harían su parte, y que la exaltación podría crecer y crecer, y sumar a los transeúntes que andaban por Carlos III, a los que venían de algún mercado después de hacer colas larguísimas en las que consiguieron poco, muy poco. Y de lo que sucedió después, entre paredes y lejos de nosotros, no supimos nada, pero el veterinario no fue apresado ni la consulta se detuvo, y todos los dueños de mascotas pudimos comprobar luego cómo el policía salió de allí con “el rabo entre las patas”, como si fuera un animalito enfermo, uno de esos perros enfermos que baja la cabeza cuando algún malestar lo aqueja, y cuando sienten frío, cuando tienen hambre, cuando no pueden salirse con la suya, y no les queda otro remedio que, permítanme la insistencia, marcharse “con el rabo metido entre las patas”.

Y eso sucedió en la clínica de Carlos III delante de muchos testigos, de dueños de mascotas, y de mi, que muy pronto me entusiasmo en situaciones como esas, hasta llegué a creer que había vivido un momento notable de la historia cubana, sencillo pero esencial. Un grupo de atribulados dueños de mascotas enfrentaba a un policía autoritario y recibía el empuje inicial, el apoyo incondicional, de una trabajadora de la institución…

Y alguien podrá decir que estoy armando una alharaca por un hecho trivial, un hecho sin importancia, pero a quienes subestimen mi entusiasmo les insistiré recomendando que atiendan también a esos pequeños eventos, a esas leves “disidencias”, esas desavenencias que ya nos van advirtiendo de la inconformidad de los cubanos, esa gente “común”, con la “vida que viven” en esta Isla en la que todos, supongo, ya empezamos a contar, y muchos ya decidieron chillar algunas verdades, y sobre todo a exigir, a enfrentar a los que detentan el poder.

Sin dudas esos breves eventos que se diluyen en la tan fea cotidianidad cubana podrían ser aquel “motor impulsor” del que hablaron siempre los adoradores del marxismo leninismo, del “comunismo”. Esa breve pero intensa reyerta podría ser el inicio de nuestra manifestación de San Petersburgo, de aquella comandada por Gapón, el sacerdote ruso, e incluso el preámbulo de algún equivalente a la Toma de la Bastilla, o la inauguración de nuestra “Rebelión en la granja”, como aquella de George Orwell, y quizás hasta una cotorra nos hace el relato de lo que vio mientras esperaba, enferma, a que su médico veterinario la tratara. Algo así podría, también, ser el inicio de nuestra “Rebelión en la clínica”.

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