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Recordando a Pepito

Lo que a veces considerábamos chistes cubanísimos, eran frecuentemente copias textuales de los que venían del “hermano campo socialista” (Foto del autor)

LA HABANA, Cuba.- Entre las muchas virtudes que nos atribuimos los cubanos está la de que somos los máximos humoristas. Mira si nos divertimos con todo que hasta de nuestras desgracias nos reímos. Podemos tratar en son de broma los más graves asuntos. La alegría es el núcleo perpetuo de eso que se ha dado en llamar “cubanía”.

Muchos consideran, no obstante, que la sombra de nuestra desgracia histórica ya no nos deja ser tan risueños y dados al choteo: basta mirar los rostros de la muchedumbre en cualquier acera de La Habana, o incluso las imágenes que aparecen en la televisión, a pesar del empeño oficial en mostrar a un pueblo explayado, a una juventud contenta.

Ya desde los primeros años de la revolución comenzaron a emigrar los grandes humoristas, como Leopoldo Fernández, Guillermo Álvarez Guedes o Mimí Cal, y otros, como Cástor Vispo, que se quedaron, se hundieron en el ostracismo. Pero aún quedaban actores como José Antonio Rivero o Enrique Arredondo y escritores como Alberto Luberta o Héctor Zumbado, quienes, pese a los vaivenes de la censura, lograban que sobreviviera el humor en el gusto popular.

Además, estaba Pepito, ese niño tan jodedor, ese gran superviviente apareciendo en todas partes, sin creer en censores, chivatos, aguafiestas ni segurosos, que mantuvo su salud de hierro hasta que llegó eso que un cinismo macabro denominó Período Especial (PE) y Pepito desapareció. Dijeron algunos que Pepito Emigró (PE), pero ya el niño genial no volvió a ser lo que era, desguazado por el éxodo y la catástrofe.

¿Pepito Expiró (PE)?

El exilio, o los exilios por todo el planeta, no parecen el mejor ambiente para nuestro humor, lo que no resta méritos en absoluto a humoristas exiliados como Alexis Valdés, sino al contrario. Lo sabe bien Enrique del Risco (Enrisco), escritor y humorista que asegura que el humor debe ser buscado “en el sitio donde menos se le espera, porque ese es el sitio donde más falta hace”.

Y está hablando del exilio: “Es en definitiva el humor el llamado a equilibrar el patetismo que se deriva fatalmente de la nostalgia, el dolor, la impotencia, y la desesperanza que producen no sólo los estados totalitarios, sino también esa condición que llamamos exilio. Agradezcámosle al humor no sólo las sonrisas que nos saca en medio de la adversidad, sino que nos ayude a mantener cierta dignidad”.

Se refuerza en ese argumento con Reinaldo Arenas, para quien la realidad es en general “tan desmesurada y cruel que si perdiéramos la risa lo perderíamos todo”. Para Enrisco, la risa nos revela tal y como somos: “un pueblo desesperado por escapar del aburrimiento terrible que le produce su propia Historia, su propio destino”.

Durante años, en fin, la tradición satírica y risueña no pudo ser quebrada del todo, y se mantenía aún en programas televisivos y de radio como Detrás de la fachada, San Nicolás del Peladero o Alegrías de sobremesa. Claro que era un humor contra la pared, a veces con mejores actores que libretos, pero sobrevivía seguido por una gran audiencia, aun desde el extranjero.

El martillo y las cosquillas

A veces pensamos que tomar con gracia las propias desgracias es costumbre solo de cubanos, pero el que escuchó chistes traídos desde el bloque soviético o quien vio luego Hammer and tickle, el documental del inglés Ben Lewis sobre los chistes en el comunismo, sabe que esa era una forma de defensa y catarsis usual en los oprimidos. Una revolución en miniatura, al decir de George Orwell.

Hammer and tickle, el documental del inglés Ben Lewis sobre los chistes en el comunismo (Foto del autor)

En su artículo “¿Humor y contrarrevolución?” el ensayista Duanel Díaz señala el error de Lewis, que, en el libro que luego convirtió en filme, sugiere que muchos chistes escuchados en Cuba en los setenta y los ochenta eran adaptaciones de los de Europa del Este realizadas por “exiliados y norteamericanos de derecha”, olvidando nuestros tres decenios de intensa relación con los países de donde precisamente provenían los originales.

Es verdad que los que a veces considerábamos chistes cubanísimos, eran frecuentemente copias textuales de los que venían del “hermano campo socialista”, empero, como un mundo muy alejado de nuestra chispa, de nuestro sentido del humor, incluyendo, por supuesto, muchísimos protagonizados por nuestro héroe nacional de la guasa, Pepito.

Tras nuestra Cortina de Bagazo, como allá tras la Cortina de Hierro, mientras peor se ponía el gobierno mejores eran los chistes, como dice alguien en el documental de Lewis. Otro asegura que fue la risa lo que destruyó el imperio soviético. Lo cierto es que allá fueron a presidio no menos de 100 mil personas por contar chistes.

En Cuba, ese aspecto de la represión no está bien documentado. Aunque uno pudiera escucharlo en cualquier lugar, sabemos que era peligroso repetir al descuido el último “cuento de Pepito” o “del americano, el ruso y el cubano”, y sobre todo alguno del popularísimo Álvarez Guedes, de los mil que circulaban de mano en mano, copiados y recopiados en casetes.

Pero desde fines de los noventa Pepito comenzó a convertirse en un fantasma que a veces regresa o en un simple recuerdo. Siempre visceralmente odiado por el poder, el humor fue quedando relegado a teatros y cabarets, alejado del gran público, envilecido por escritores y actores sin talento. Se habló tanto de crisis del humor que parecía una aburrida broma de mal gusto.

¿Jura decir la verdad? vino a demostrar la diferencia y la distancia entre el humor anterior a 1959 y el humor revolucionario: un pastiche de Tres Patines fue un controvertido acontecimiento. Aún quedaba Alberto Luberta, pero ya falleció, y siempre aparece de vez en cuando algún nuevo personaje cómico o un proyecto divertido. Como Vivir del cuento.

¿Esto es otra historia?

Las vicisitudes de Pánfilo y sus vecinos son sin dudas un notable ejemplo de humor en los últimos años, y hacen reír a los cubanos de cualquier geografía. Uno se asombra de que en un episodio sea tratado jocosa pero certeramente alguno de esos “temas tabú”, de los del dedo en la llaga, y escucha hablar de los episodios censurados —como el de Eduardo del Llano—, que deben haber sido muy “fuertes” para ganarse el inapelable No de los censores.

Pánfilo y Ruperto son dos viejos cansados y maniáticos, tan pobres que se refieren con añoranza a los “envidiables” años ochenta, y constantemente son enfrentados a complicaciones de la actualidad, que son las de siempre. Es sin dudas una tarea titánica encontrar problemas realmente nuevos, aprovechables para el humor, en un país donde los motivos de la zozobra, de la carestía y del descontento tienen siempre el mismo origen. La fuente innombrable.

En la larga e interminable crisis en que vivimos, el estado mental de la gente no puede ser siquiera el de hace 30 años. Como siempre, nos gustan los espectáculos humorísticos —del “paquete” o de donde sea—, pero en la vida real vamos en exceso ensimismados, extrovertiendo solo violencia y frustración. No es que hayamos perdido el sentido del humor, sino que ya el humor no nos sirve de catarsis ni de alivio.

Más que el humor, lo que impera es el cinismo crudo. Piénsese solo en que tenemos un gobierno que es una caricatura de una caricatura de una caricatura… Todo es tan esquizofrénicamente ridículo que ya no cabe ni en el chiste más esperpéntico de Pepito o en ninguno de los surgidos en aquel evaporado socialismo cuya enésima temporada seguimos padeciendo aquí.

Pero, para nuestros graves capataces, ¿de qué sirve el humor sino como arma de la revolución? Pese a lo tentador de la afirmación, Fidel Castro no fue el Humorista Mayor, aun si parece que nos hizo el mayor chiste de nuestra historia. Su acción estuvo concentrada, entre otras cosas, en destruir todo lo asociado a la «cubanía»: familiaridad, alegría, espontaneidad, ligereza.

Es como si, parodiando su famosa pregunta “¿Elecciones para qué?”, resonara en cada rincón de cada estúpido aniversario de cada tiesa farsa: “¿Humor para qué?”

18 de junio de 2018