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Rosa Luxemburgo, una comunista indócil

(thewisdomdaily.com)

GUANTÁNAMO, Cuba. – Este 15 de enero se cumplen cien años del vil asesinato de Rosa Luxemburgo, una de las líderes comunistas que más aportes hizo al marxismo y de las primeras personas de tal filiación política que se proyectaron públicamente por un socialismo con rostro humano.

Nació el 5 de marzo de 1871 en Zamosc —ciudad polaca que entonces pertenecía al imperio ruso—, en el seno de una familia judía desvinculada de la ortodoxia que caracterizaba a muchas de esas comunidades radicadas en Europa.

Con quince años de edad ya estaba vinculada al partido izquierdista polaco “Proletariat”. Cuando esa organización fue desbaratada y cuatro de sus líderes condenados a muerte, Rosa participó en la recomposición secreta de la organización.

En 1889 huyó a Suiza ante su inminente detención, pues ya era una líder política reconocida. En Zürich estudió filosofía, historia, política, economía y matemáticas, especializándose en la teoría del Estado, las crisis económicas y la historia de la Edad Media.

Fundó el Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia junto con Leo Jogiches y pronto se convirtió en su principal portavoz teórico.

Al contraer matrimonio con Gustav Lübeck en 1898 se mudó a Berlín y se vinculó con la parte más radical del Partido Socialdemócrata Alemán, dentro del cual libró una fuerte lucha contra quienes luego fueron calificados como “revisionistas” por los teóricos ortodoxos del marxismo, entre ellos Edouard Bernstein y Karl Kautsky. Fruto de esas discrepancias surgió su famoso libro “¿Reforma social o revolución?”, publicado en 1900.

Entre 1904 y 1906 fue encarcelada en tres ocasiones. Posteriormente fue una activa defensora de la paz, se pronunció por la objeción de conciencia en el servicio militar y pidió que todos los partidos obreros se coligaran para impedir la guerra.

La posición adoptada por los dirigentes de la socialdemocracia alemana con respecto al gobierno del káiser Guillermo II y su apoyo a la participación de Alemania en la Primera Guerra Mundial tuvieron gran trascendencia en la vida de Rosa Luxemburgo, al extremo de rompió con esa organización, dedicándose a la tarea de crear la Liga Espartaquista junto con Karl Liebknecht y Franz Mehring. Al intentar organizar una huelga general fue sentenciada junto con Liebknecht a dos años y medio de cárcel.

Luego de salir de la prisión se dedicó a reorganizar la Liga Espartaquista y el 1 de enero de 1919 estuvo entre los fundadores del Partido Comunista Alemán. Después de la sublevación revolucionaria que conmocionó a Alemania ese mismo mes, Rosa fue capturada en Berlín y asesinada.

Una comunista fuera de la ortodoxia bolchevique

A pesar de la originalidad de su obra, las teorías de Rosa Luxemburgo sobre la edificación de la sociedad socialista fueron anatematizadas celosamente por los defensores del despotismo bolchevique, quienes pretendieron convertir su sistema en la única vía posible para el empoderamiento del proletariado. Por tal razón la obra de pensadores marxistas como ella y Antonio Gramsci resulta poco conocida en Cuba.

No es que Rosa Luxemburgo dejara de estimar a la revolución rusa o rechazara la violencia revolucionaria como vía para que el proletariado se hiciera del poder, sino que dejó establecido que no podía haber democracia sin socialismo, ni socialismo sin democracia, un sueño todavía inalcanzado. La frase, de connotada actualidad —teniendo en cuenta que todos los países autoproclamados como socialistas han sido realmente crueles dictaduras— demuestra el hondo humanismo de la pensadora polaca, junto con esta otra: “La libertad solo para los partidarios del gobierno, solo para los miembros de un partido —no importa cuán numerosos— no es libertad. Solo es libertad si es para quien piensa diferente”.

Su crítica a Lenin quedó registrada en su obra “La revolución rusa”, publicada en 1918, en la que afirmó que ese modelo no podía convertirse en ucase universal. Fue una decidida defensora del Estado de Derecho y creyó posible su estructuración en sistema donde el proletariado fuera mayoría gubernamental sin menoscabo de los legítimos derechos de toda la sociedad. En tal sentido Rosa Luxemburgo fue una comunista atípica y esa es sin dudas la causa por la cual su obra fue silenciada en Cuba y otros países satélites de la antigua URSS.

En el 2014 su obra “¿Reforma social o revolución?” fue publicada en Cuba con una extensa nota introductoria escrita por Atilio Borón, quien a pesar de las críticas que la polaca hizo a la revolución bolchevique afirmó que “uno de los más graves peligros que enfrenta el ascendente movimiento popular en América Latina es caer en la falsa antinomia que opone Lenin a Rosa”. ¿Falsa antinomia? Creo que quien haya tenido la posibilidad de conocer algo de las ideas de la Luxemburgo sabe que las diferencias entre ambos líderes fueron notables y que no existe conciliación posible entre la revolución humanista ideada por la polaca y la real y despótica implantada por el ruso, continuada luego por las prácticas en extremo deshumanizadas de Stalin.

En este punto pienso en como la historia se encarga de ponerlo todo en su sitio pues hallo una inequívoca confluencia entre el pensamiento de Bernstein y el de Rosa, en cuanto a la consumación de esa quimera consistente en el socialismo con rostro humano. Bernstein proponía la introducción paulatina de reformas mediante leyes que fueran empoderando al proletariado y advirtió sobre la capacidad del capitalismo para recuperarse de sus crisis. Rosa creía en una revolución donde el proletariado tuviera como principios la justicia, la libertad y el Estado de Derecho. Dos posiciones aparentemente antagónicas en su inicio pero estratégicamente confluyentes.

Lo que sí está muy claro es que ninguna de las revoluciones violentas ocurridas desde el siglo XX hasta hoy han creado bienestar, justicia y libertad para quienes las han sufrido.

Por mucho que les duela a los comunistas ortodoxos, las ideas de Bernstein —a pesar de la crisis de la socialdemocracia— han demostrado su valía, por encima de las de los comunistas. En eso, hasta indóciles como Rosa Luxemburgo, se equivocaron.