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Santiago de Cuba sobrevive entre motos y camiones

SANTIAGO DE CUBA.- Cuentan los campesinos de algunas zonas rurales de Santiago de Cuba que, antes del 59´, en las intricadas viviendas de las montañas de la Sierra Maestra cuando una persona enfermaba tenían que trasladarla hacia la costa y esperar durante horas e incluso días a que se acercara algún bote comerciante, y por generosidad decidiera trasladar al enfermo a una posta médica de algún poblado cercano. En esa agobiante espera, muchas personas no lograron superar su agonía y murieron.

Precisamente, alrededor de toda la carretera que conduce hacia el conjunto montañoso donde se encuentra la mayor elevación de Cuba, el Pico Turquino, se ubican los cementerios donde enterraban a aquellos que enfermaban y no conseguían una pronta atención médica.

Algunos pobladores del lugar, comprometidos con el sistema político imperante, como quien repite una consigna bien aprendida, se consagran a la idea de que gracias a los nuevos consultorios médicos, ubicados en las montañas, la realidad es diferente. Sin embargo, quien conoce la verdadera situación del transporte en la zona puede asegurar que trasladarse desde las montañas santiagueras hacia cualquier otro punto de la provincia, o el país, es un acontecimiento casi tan difícil como lo era en esos tiempos lejanos.

Una verdadera ciudad de héroes

Justo en el centro de la ciudad, en plena avenida Vitoriano Garzón se escuchan los pregones más comunes de todo Santiago: “¡LA MAYA, LA MAYA, LA MAYA!; ¡LA PALMA, LA PALMA, LA PALMA!; ¡CALLE 8, CALLE 8, CALLE 8!”. Son los camioneros privados que desde horas bien tempranas en la mañana hasta la noche constituyen el principal respiro a la realidad del transporte en la provincia.

En este sentido existen camiones para el traslado entre los diferentes municipios, pero también los “carretones o camionetas”, como les llaman popularmente, son utilizados al interior de las ciudades, con mayor o menor frecuencia, en dependencia de la situación en que se encuentren las carreteras. Asimismo, cada vehículo de este tipo cuenta con dos tripulantes: el chofer y un cobrador ubicado en la parte de atrás que en muchos casos resulta el hombre de mano dura. “Mucha gente no quiere pagar y tengo que estar pendiente de todo, y suelo responderle fuerte a la gente. Muchos no aguantan mi carácter, pero la experiencia me ha enseñado que así tengo que ser”, refiere Robertico, un muchacho de apenas 26 años que se dedica a esta labor.

Este joven además utiliza su astucia, como otros de sus colegas del sector, para no ser multado por las autoridades. Cuando ve a un policía intentando coger “botella” en una parada, aunque su camión esté lleno de personas, ordena al chofer parar el trayecto para montar al policía de manera gratuita. Es un sistema bien acordado de ayuda mutua, del cual Robertico prefiere no hablar sino sonreír.

A diferencia de La Habana, en la oriental provincia cubana los almendrones han sido reemplazados por unos motoristas particulares que, a precios comprendidos entre los 20 y 40 pesos cubanos, trasladan a los santiagueros desde cualquier punto hasta la puerta de su casa. “Ellos son los dueños de la ciudad”, expresó Marta, refiriéndose precisamente a los costos y al peligro que representa montar en uno de estos medios por las altas velocidades en las que manejan por toda la urbe.

Cuando de paciencia se trata

Para viajar a La Habana, el destino más demandado en toda la provincia, el santiaguero tiene cuatro opciones “asequibles”: reservar con más de tres meses de antelación un pasaje de ida y vuelta por la empresa de Ómnibus Nacionales a un costo de 338 pesos (169 pesos cada boleto); conseguir por el mismo precio un pasaje en “lista de espera”, cuyo nombre lo indica, se necesita esperar en una larga cola para salir de la ciudad, lo cual puede durar días; utilizar los camiones privados que, a un precio de 300 pesos cubanos (cada boleto), salen de la provincia diariamente hacia la capital; y la opción más utilizada por aquellos que viven de un salario promedio (inferior a los 600 pesos cubanos mensuales) y que por necesidad tiene que frecuentar numerosas veces al año a la capital es el paupérrimo sistema ferroviario.

“Un viaje en tren entre las dos ciudades más importantes de la Isla puede durar alrededor de 18 horas”, según explica una funcionaria en el buró de información de la terminal de ferrocarriles. Sin embargo, los cálculos no son de fiar en una Isla estancada por el tiempo, cuyas vías férreas se encuentran en tal mal estado como los coches y locomotoras que transitan sobre ellas. Según explica Eloísa, una ferromosa con varios años de experiencia, hay viajes que, por motivos de roturas internas en los trenes, han llegado a durar más de 40 horas.

A ello se le suman las pésimas condiciones higiénicas al interior de cada coche, más el peligro que representan los constantes robos y el asecho de los vendedores ambulantes que en cada parada utilizan el tren como un medio, y no precisamente de transporte, sino como una manera más de supervivencia a través de la venta de chucherías y meriendas a los tripulantes, quienes, agobiados por el calor y las demoras, no les queda otra que gastar un dinero extra para aguantar el estrés que genera el viaje Santiago-Habana.

Un círculo vicioso

Alrededor de las terminales, tanto de camiones como de guaguas interprovinciales, coexisten una serie de negocios aledaños que viven de aquella realidad. Un ejemplo muy popular son los gestores de pasajes, intermediarios entre el transporte y el pasajero que tras las cortinas de la oficialidad y lo que está establecido dentro de sus funciones, se encargan también de resolver en completa sintonía con funcionarios estatales, un pasaje por encima del precio oficial a cualquier destino de la ciudad o del país.

Asimismo, un gran número de cafeterías y paladares usan y abusan de sus habilidades comerciales para coordinar con los transportistas privados y de Ómnibus Nacionales para detener el trayecto de cualquier vehículo y atraerlo hacia su negocio, con la posterior comisión y sin tener en cuenta las necesidades de los pasajeros.

Este panorama, no solo al interior de Santiago sino en muchas otras provincias, deja mucho que desear en una Isla donde viajar entre sus ciudades resulta una de las labores que, aunque extraordinarias, constituyen la realidad de millares de ciudadanos sin más remedio que pasar sus días entre trenes, motos y camiones.