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Tan malo como el nombre lo indica

LA HABANA, Cuba.- Nombrar a una compañía de danza “Malpaso” transmite una vibra medio negativa que hace que una vaya el teatro con predisposición ambivalente: o la obra es muy buena, o es pésima. Sin embargo, cuando se trata de un estreno en el Gran Teatro de La Habana, considerado escenario de consagración, las predicciones tienden a ser halagüeñas, digamos, en más del cincuenta por ciento.

“Malpaso” es, como casi todo lo que surge en el feudo del arte danzario cubano, una compañía de danza contemporánea. Cuatro años de brega tiene la nómina dirigida por Osnel Delgado y pudiera decirse que ha navegado favorablemente en el turbulento mar de las críticas. De modo que cuando se supo de varios estrenos programados en el marco del Festival Habanarte 2016, y en colaboración con renombrados coreógrafos provenientes de Estados Unidos y Canadá, lo más natural fue vaticinar un espectáculo entretenido, cuando menos.

Pero la presentación de aquellas tres piezas coproducidas: Indomitable Waltz, Bad Winter y Why you follow, no generaron, en aquel Gran Teatro medio vacío, más que el aplauso discreto de los justos apreciadores, y la obligada algarabía de amigos y familiares de los protagonistas.

Probablemente el primer error lo cometió el propio Gran Teatro de La Habana, al vender en el exorbitante precio de 30 pesos los tickets para asistir a la actuación de una compañía mucho menos conocida y prestigiosa que el Ballet Nacional de Cuba, Danza Contemporánea de Cuba, o la recientemente fundada AcostaDanza. Más allá del dislate comercial, lo que sucedió sobre las tablas debe haber provocado, en más de uno, el profundo malestar de haber pagado tanto por tan poco.

La primera pieza de la noche, Indomitable Waltz, de la coreógrafa canadiense Aszure Barton en colaboración con los bailarines, fue un agotador ejercicio de casi media hora, carente de anécdotas y pensado para matar de tedio al auditorio, una vez desvanecida la atenta curiosidad motivada por los primeros minutos en escena.

El segundo acto comenzó con Bad Winter, del coreógrafo Trey McIntyre; una obra meritoria solo en su mitad inicial, donde pudo apreciarse la ejecución de una solista que, salvo algún problema de sincronía entre música y gestualidad, logró una ejecución bastante decorosa que, al concluir, dio paso a dos nuevos bailarines, absolutamente desconectados del episodio danzario anterior.

Muy bien compenetrados en su faena, ambos intérpretes protagonizaron un voluptuoso y dinámico juego amoroso que alcanzó a conmover a los asistentes, gracias a la seductora armonía conformada por sus cuerpos empleados al máximo, la sencillez del vestuario y la belleza de la música de The Cinematic Orchestra, pletórica de ese espíritu depresivo y desesperado que popularizó Radiohead en los años 90.

La sublime emoción despertada por Bad Winter dio paso a una estupefacción creciente cuando la obra final, titulada Why you follow (del coreógrafo norteamericano Ronald K. Brown), se prolongó durante otra media hora de gozadera al compás de una música yoruba mezclada con electrónica. En una discoteca habría sido el tema de la noche y la gente habría bailado hasta desmayarse; pero en las tablas del Gran Teatro de La Habana aquel simulacro de danza folklórica redondeó la decepción percibida apenas comenzada la función.

Si querían demostrar que bailan sabroso, los diez primeros minutos hubieran sido suficientes. Luego, a otra cosa, aunque fuera un mambo. Pero sucedió lo raramente visto en un espectáculo de danza: la repetición de los mismos movimientos alternados sin orden ni lógica, ni sentido coreográfico. Una obra, en fin, que no transmitió nada, como no fuera la sensación de haber asistido a un pasaje de obligado folklor. Si a ello se añade la falta de coordinación de los propios bailarines en algunos momentos, se entenderá que el nombre de la compañía no puede ser más acertado.

“Malpaso” es un conjunto joven que cuenta con una nómina de mucho potencial. Lo que sucedió durante el último estreno en el Gran Teatro de La Habana fue tan deplorable, que más vale correr un velo piadoso y esperar que en la próxima premier, director y bailarines sean capaces de demostrar —con o sin la añorada coproducción— una mayor estatura artística.