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Tragedia del hotel Saratoga: unas palabras desde el dolor

LA HABANA, Cuba. — Otro mes de mayo fatídico para Cuba y un Día de las Madres enlutado por la tragedia. Creo que este jamás volverá a ser tiempo de alegrías, no cuando continúan acumulándose más muertes donde ya ha habido demasiadas con la pandemia y el éxodo masivo que tiende a convertirse en el más grande de nuestra historia nacional. Cuánto dolor para un país que no ha dejado de sufrir desde que tengo uso de razón.

Cuando parecía que la situación no podía hundirnos a profundidades más críticas, llega la tragedia que nadie imaginó. Pensábamos que con la crisis agudizada por la COVID-19 habíamos tocado fondo pero ahí está la pesadilla del hotel Saratoga, el trauma de saber que cualquiera de nosotros pudo estar ahí donde ahora solo quedan ruinas y rastros de muerte.

Cuánto desasosiego, cuánta incertidumbre, cuánta tristeza para nosotros que ya estamos hartos de pérdidas, de destrucciones, de miedos, de ganas de cerrar los ojos para volver a abrirlos y descubrir que esta sucesión de calamidades no es sólo una pesadilla que terminará al despertar algún día no lejano.

Hoy Cuba en pleno está de luto a pesar de un duelo nacional que no declaran o que se han tardado demasiado en declarar quién sabe por cuáles razones que no comprendo, que no voy a comprender jamás.

Ayer y hoy deseaba escribir sobre realidades que me provocan enojo, rabia, sobre cosas que me vienen a la mente a propósito de lo ocurrido, muchas dudas y temores, algunas certezas y reclamos. Analizar, como sano ejercicio de civismo, lo que, intentando guardar distancia y siempre poniendo en duda, he visto y he escuchado desde diversos lugares y fuentes. Deseaba y necesitaba escribir y compartir muchas ideas y hechos que hoy comentamos en nuestros hogares y barrios porque nadie en la Isla habla de otra cosa que no sea la explosión del Saratoga, porque no es posible dejar de hacerlo en medio de tanta pena.

Cuántas cosas se han dicho hasta hoy sobre lo sucedido y cuántas se han dejado de decir. La muerte y el mal parecen rondar por todas partes. No sé, solo pienso en tragedias anteriores, ya viejas, recientes, sobre las que aún tengo cientos de interrogantes sin responder, a pesar de que alguna vez prometieron respuestas. Aún espero pero igual intento responderlas por mi cuenta.

Desde el enfado y la tristeza, desde el dolor, no es posible razonar con la claridad que reclama el mejor periodismo, mucho menos darse a comprender, no en un contexto donde se torna muy peligroso hacer ciertas preguntas, y más cuando van dirigidas a determinadas personas. Paro, además, no es este el momento porque puedo causar más dolor del que ya sentimos.

Ahora, como al enfrentar cualquier trauma, es necesario dejar que pase el tiempo aunque no con la intención de olvidar sino para dejar que la mente se enfríe y organice los elementos que ha acopiado en medio de una vorágine de información y desinformación. Entonces solo así podré debatir sobre cosas que son necesarias discutirlas entre todos.

En estas horas no creo que haya nada más útil que poner nuestros pensamientos en quienes se recuperan en los hospitales, en quienes no sobrevivieron, en las familias enlutadas, en la necesidad de exigir que algo así no vuelva a ocurrir porque, en estos momentos en que el dolor y la compasión nos une, para salvarnos como nación estamos obligados a reconciliarnos más allá de nuestras ideologías, a sanar como nación que sufre y que clama por un cambio con todos y para el bien de todos.

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