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Tras la lengua

Elenco de Tras la Huella (Foto: Internet)

LA HABANA, Cuba. – “Tras la lengua” han bautizado algunos al segmento informativo del noticiero de la televisión oficialista dedicado a divulgar acciones policiales contra presuntas ilegalidades. El nombre burlesco se deriva de la serie televisiva “Tras la huella”, producción del Ministerio del Interior que, lejos de buscar entretener a la audiencia, todo parece indicar tiene como principal objetivo intimidar, transformando muy a propósito la innegable realidad represiva en paranoia colectiva.

Tengamos en cuenta que la mayor parte de los casos presentados en la serie es resuelta gracias a la información ofrecida por uno o varios delatores, que pueden ser lo mismo la viejecita que vende jabas de nailon en la esquina del barrio que el tipo que rellena encendedores en el portal de su casa, y hasta un familiar cercano.

De igual modo en “Tras la lengua”, los reporteros del noticiario reiteran que los operativos son la consecuencia de una o varias denuncias realizadas por vecinos del lugar, o hasta de una llamada “anónima”, detalle que refuerza en el espectador la sensación de aplastamiento pues el “chivatazo” pudiera venir de cualquier “amigo” o conocido.

En un país como Cuba, donde el desabastecimiento, la burocracia, la corrupción, el empecinamiento ideológico y la penuria generalizada como método de control político obligan a casi la totalidad de la población a acudir a las “ilegalidades” para satisfacer las necesidades básicas, muy pocos excepcionales pueden sentir que están a salvo de terminar en prisión acusados de “actividad económica ilícita”.

De modo que hay en la Isla en estos momentos una mayoría pataleando por sobrevivir no solo al nuevo coronavirus sino, además, al hambre, la falta de agua y medicamentos, a la asfixia de las fronteras cerradas, a la pérdida del empleo o al desajuste salarial, pero sobre todas las cosas a esos operativos policiales como cacería de brujas cuyo objetivo principal —ya que evidentemente no alivian el caos económico— no sería otro que callar la boca o “bajar el tono” a una multitud acorralada en los límites de la desesperación pero que, es triste admitirlo, aguantará las nuevas arbitrariedades y excesos en silencio antes que llamar la atención y convertirse en chivo expiatorio.

En Cuba, siempre que exista la posibilidad de emigrar al exterior o ser auxiliado desde “allá”, muchos preferirán la “resignación transitoria” y no las inmolaciones.

Se esparce el terror como si de otro contagio se tratase y así el único mensaje que nos llega de toda esa “intimidación oficial” no es para nada persuasivo sino chantajista, una “bajeza” que pudiera revelar que el régimen está jugando cartas desesperadas en el intento por retardar lo que a estas alturas pareciera inevitable: un estallido social que ha venido tomando cuerpo real desde hace tiempo y que, de generalizarse, saben muy bien no respondería a convocatorias internas o foráneas sino a un profundo malestar y decepción crecientes, incluso en las propias filas del oficialismo.

La válvula de presión se atascó al cerrarse las fronteras y lo que está sucediendo ahora no es otra cosa que un reforzamiento de una de las principales estrategias que emplea el sistema para proyectarse como irreductible: simular la omnipresencia e infundir miedo. Y, lo más grave, en un escenario donde a la vez se ensaya cómo volver permanentes, y con otros propósitos que trascienden lo sanitario, muchos de los métodos de control usados para frenar los contagios por coronavirus.

Spots televisivos que invitan al aislamiento social usando el programa Tras la huella (Foto: Captura de pantalla/Cortesía del autor)

Tengamos en cuenta que, aunque en varias provincias y municipios ya no se reportan casos de COVID-19 desde hace semanas, aún no se levantan las restricciones de movilidad incluso dentro de los límites de esos territorios. También llama la atención que es en las provincias orientales —donde muchos se preguntan por qué deben continuar en confinamiento si ya están fuera de peligro—, donde se han producido más operativos policiales contra las “ilegalidades”.

Algunos jefazos por allá arriba parecen haber quedado a gusto con los confinamientos y han reiterado en los últimos días que el “distanciamiento social”, las regulaciones de productos, los métodos de distribución de los artículos de primera necesidad y los despliegues de fuerzas policiales quedarán fijados perennemente en la cotidianidad. Si la enfermedad terminó por hacer añicos los restos de la economía socialista, entonces, como el veneno que porta en sí mismo el antídoto, habrán de desatarse las fantasías totalitarias: la gente quieta y aceptando el destino que alguien dice forjar “por el bien común”.

Eso sí, cuidándonos todos del chivato erigido en superhéroe por la propaganda partidista y sus medios de “información” y haciendo de las bajezas humanas una “virtud ciudadana” cuando en realidad no es más que una lucha entre cobardes.

Al final de lo que se ha tratado siempre en el juego de construir el socialismo es mantener una cúpula en el poder “al precio que sea necesario”, reproducirla a favor de la propia casta, así como jamás cometer el error de dar por terminada la “obra,” algo realmente imposible, sino de trazar hacia el infinito y más allá un camino que no existe.

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