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Tres viejos hoteles y un largo olvido

Estado actual del Hotel New York. Foto P. Chang

LA HABANA, Cuba. – Aunque Virginia ya cumplió cuarenta años viviendo en el lugar, apenas tiene recuerdos de cómo era la edificación antes que su familia se estableciera allí. La ha visto siempre como una cuartería oscura, húmeda y donde “hay que vivir a puertas cerradas todo el día” porque “aquí ha venido a parar mucha gente chusma”, dice la señora mientras se abanica con una vieja revista, en medio de una habitación donde apenas caben dos sillones y una cama personal.

Lo que ella considera su casa fue hace más de medio siglo atrás un pequeño cuarto de hotel donde alguien, posteriormente, debió improvisar una cocina que transformara el local transitorio en residencia permanente.

Hay en el edificio medio centenar de familias más que viven en condiciones similares a la de Virginia, pero también hay quien ha corrido con mejor suerte porque ocupa lo que antes fueron salones o amplios comedores, incluso oficinas y pequeñas suites de los cuales es muy difícil imaginar el confort o la vida apacible en un lugar que comúnmente fuera para descanso de forasteros y comerciantes de paso.

También están los que han tenido que marcharse para un albergue de tránsito o hacinarse aún más en cualquier otro rincón del antiguo hotel porque un techo o una pared colapsados o a punto de hacerlo lo han dejado a la intemperie o amenazan con acabar con la vida de los suyos en cualquier momento.

Esa estructura mugrosa por la que hoy los paseantes apenas se detienen a observar, puesto que lo único admirable es el milagro de seguir en pie a pesar del abandono, fue alguna vez uno de los hoteles más famosos de La Habana, el Perla de Cuba, recomendado por las más importantes guías de viajeros a pesar de que jamás lo distinguieron el lujo ni la majestuosidad arquitectónica, aunque sí el buen servicio y una ubicación de privilegio.

Alrededor del Parque de la Fraternidad aún quedan las ruinas, más bien los fantasmas de hoteles que alguna vez fueran de referencia obligatoria para quienes elegían La Habana como destino vacacional o de negocios, en una época colonial que eclipsaba y de república que daba los primeros pasos.

Están ahí, abandonados por los tiempos y las malas gestiones, olvidados o quizás a la espera de que un trágico aunque oportuno  derrumbe les despeje el camino a inversionistas extranjeros y “neocapitalistas” cubanos en su afán de hacer fluir un capital del que poco sabemos su desglose y destino pormenorizado porque nadie rinde cuentas públicamente ni se esfuerza en trasparentar tales ejecuciones.

No hay otro modo de comprender que, en medio de tanta fiebre constructiva y de tantos proyectos como el de levantar el hotel más alto de Cuba a solo unos pasos del Habana Libre, al menos tres edificaciones patrimoniales, en una de las zonas más populosas de la urbe, continúen deteriorándose quizás irremediablemente.

O que otros hoteles aún en funciones, como el complejo Vedado-Saint John´s o el otrora Habana Hilton, muestren tal grado de deterioro e incluso mantengan pisos completos fuera de servicio o que los clientes denuncien falta de higiene, aun cuando los precios por noche en una pieza de cuestionable comodidad superen los 60 dólares.

Algo raro está ocurriendo tras bambalinas en esto de las inversiones. Algo que pudiera revelar incoherencias  entre esa oferta económica que demanda el tipo de turista “económico” que define al mercado cubano y esa apuesta por los altos estándares que apenas arroja instalaciones desoladas donde la oferta “de lujo” es inestable, adaptada a la carestía constante y donde la falta de cultura en los servicios provoca frecuentes malestares entre la clientela.

Pero bueno, están ahí visibles los cascarones de los hoteles Isla de Cuba (de 1888), el New York (1920) y el ya mencionado Perla de Cuba (1923), a solo unos metros de donde se alzan el Capitolio ‒recién restaurado y al que le devolverán en poco tiempo la cúpula revestida en oro‒, el hotel Saratoga donde se hospedaran no hace mucho las estrellas de la música pop Beyonce y Madonna y cerca del cual, en breve, comenzará a alzarse un nuevo hotel de lujo que evocará, aunque no en su carácter modesto y asequible a los cubanos, a aquel mítico Hotel Pasaje ya desaparecido, así como a la galería de comercios y negocios entre los que sobresalía, como curiosidad, la editorial pornográfica Flérida Galante, de la cual quedarían “vestigios” en el espíritu de jineteros, jineteras y “sexoturistas” que recorren cada día la acera del Payret.

Tres hoteles que quizás aguarden por ese desalojo paulatino, cauteloso, simulado que son los abandonos y olvidos inexplicables, un modo de colocar en manos del tiempo esa orden de mudar a todo aquel que no quedaría bien en la fotografía familiar de una ciudad que alguien ha reservado al mejor postor.

Tres manzanas que, de acuerdo con la ubicación en el principal circuito de lujo del país, bien pudieran costar lo que nadie está dispuesto a pagar a sus habitantes o a los gobierno locales cuando se entiende que en la isla  no hay lugar para las protestas ni demandas, y porque todo cuanto conviene a unos pocos es un “asunto estratégico” y todo cuanto no, se zanja con un decreto fugaz que anula determinado derecho o se tacha de patraña del enemigo.