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¡Uf… huele a chipojo, quédensela!

Cambia el color del chipojo como los discursos en La Habana. Foto cortesía del autor)

LAS TUNAS, Cuba.- El revoltillo a lo castrista con salsa de gusanos puesto a cocinar en La Habana la semana pasada huele a chipojo.

“Gusanos”, llamaron con desprecio los castristas a los cubanos emigrados que ahora invitan a participar en lo que ellos llaman “Proyecto de Constitución”.

Chipojo llamamos en Cuba al lagarto que por cambiar de color confundimos con el camaleón. Y camaleón… Bueno, discursantes-camaleones los vemos cambiar de dichos y programas como de color al chipojo.

Ahora que llaman a los cubanos emigrados a la Constituyente, recuerdo al cambiante chipojo; me trae a la memoria la mirada triste de mi amigo Reynaldo y los llorosos e indignados ojos de Nori, su mujer.

Era el año 1978 o algo así, y mientras en La Habana Fidel Castro conversaba con emigrados a los que al partir llamó “traidores”, en Puerto Padre expulsaban a Nori y a Reynaldo de la escuela de idiomas donde por las noches estudiaban inglés.

“Me dieron esa indicación porque ustedes se van de Cuba”, les dijo Mortimer, el director.

Noris y Reynaldo sólo aplazaron el aprendizaje; en un caserón de tabloncillos ella leía Selecciones y cuidaba de la niña de ellos, mientras él, expropiada la gasolinera de su padre, trabajaba de electricista en un taller, criaba conejos e iba de caza furtiva.

Muchísimo más sufrieron los que ejerciendo sus profesiones, por pretender emigrar a Estados Unidos pasaron de profesionales a peones, algunos haciendo de cortadores de cañas, viviendo en barracones lejos de sus casas.

Incluso, bien adelantado el siglo XXI se prohibió ejercer labores docentes a quienes pretendían emigrar. Y, por ley, expresamente les está prohibido a los emigrados poseer propiedades en Cuba, aunque sea la casa donde nacieron y están los recuerdos de su familia y de su país.

Se supone que los emigrados cubanos que participen en el “Proyecto de Constitución” exijan la restitución de sus derechos ¿no?

Luego de expropiar las empresas estadounidenses por aquello de que “ante la Ley Puñal la Ley Escudo”, y ya no por negarse a refinar petróleo ruso o el gobierno de Estados Unidos disminuir la compra de azúcar, mediante la Ley No. 890 del 13 de octubre de 1960, también el castrismo expropió a los cubanos dueños de empresas, porque “han seguido una política contraria a los intereses de la Revolución”, decía la ley, pasando a administración gubernamental 383 negocios de capital cubano.

Las expropiaciones sumaron 105 centrales azucareros, 18 destilerías, 6 fábricas productoras de bebidas alcohólicas, 3 de jabones y perfumerías, 6 de derivados lácteos, 2 de chocolates, 1 molino de harina, 8 fábricas de envases, 4 de pinturas, 3 de productos químicos, 6 metalúrgicas, 7 papelerías, 1 productora de lámparas, 61 de confecciones textiles, 16 molinos de arroz, 7 empresas de productos alimenticios, 2 de aceites y grasas, 47 almacenes de víveres, 11 tostaderos de café, 3 droguerías, 13 tiendas por departamentos, 8 empresas de ferrocarriles, 1 imprenta, 11 circuitos cinematográficos y cines, 19 empresas de construcción, 1 de electricidad y 13 marítimas.

Por aquello del castrismo de confiar más en la adhesión política que en la capacidad profesional, cientos de directivos, técnicos y empleados de las empresas cubanas expropiadas decidieron emigrar con sus familias, como ya lo hacían los cubanos empleados por las empresas estadounidenses confiscadas.

De esos emigrados, en comparecencia televisiva el 13 de octubre de 1960 el entonces primer ministro Fidel Castro dijo:

“Actualmente está haciendo el enemigo imperialista una campaña para dejarnos sin técnicos; a esa campaña se suman resentidos y traidores, traidores que, incluso, ocuparon cargos en el gobierno revolucionario, como el ingeniero Manuel Ray (ministro de Obras Públicas)…

“Y lo menos que merecen que les neguemos a los técnicos que se marchan de nuestro país es el derecho de volver nunca más a su patria; condenar a la pérdida de la ciudadanía cubana a los técnicos que, desempeñando funciones en el Gobierno, o en empresas nacionalizadas, o en organismos del Estado, abandonan a su país para trabajar al servicio de los intereses imperialistas en el extranjero”.

Esos técnicos de las empresas expropiadas y los funcionarios del Gobierno, disidentes del castrismo desde el mismo año 1959, sumados a los familiares que se marcharon con ellos, significaron miles de cubanos condenados “a la pérdida de la ciudadanía cubana” por Fidel Castro.

Otros cubanos no serían desterrados, pero sí vilipendiados por el sólo hecho de salir de Cuba, llamándoles los castristas “traidores”, “vende patrias”, “gusanos” y “escorias”, según las diferentes oleadas migratorias.

Sólo entre noviembre de 1960 y octubre de 1962, 14 mil niños y adolescentes salieron de Cuba a través de la Operación Pedro Pan; y, dígase lo que se diga hoy, es innegable que por más de medio siglo los padres cubanos se han visto limitados en el ejercicio de la patria potestad, como se anunció entonces.

Al no poder decidir qué educación recibirían sus hijos y obligárseles el adoctrinamiento castrista, algo de cierto había en aquello del envío de niños cubanos a Rusia, sólo que el desacierto fue geográfico: las limitantes de la patria potestad y no a nivel de grupos sino nacional, tuvieron, tienen y según la nueva Constitución tendrán lugar en Cuba; no fue necesario enviar los niños a Rusia.

Puerto de Camarioca, Vuelos de la libertad, Éxodo del Mariel, Crisis de los Balseros y las más recientes y no menos azarosas rutas caribeñas y sudamericanas para llegar a Estados Unidos huyendo de Cuba-Isla-Cárcel, son momentos históricos anclados en los recuerdos de cientos de miles de cubanos que así mismo se llamaron “la diáspora”.

Ya sin empresas industriales que expropiar, _durante la llamada “ofensiva revolucionaria” de 1968 en Cuba quedaron uncidos al yugo del Estado hasta los cajones de los limpiabotas_ ni empresas agropecuarias competitivas, los propietarios rurales fueron convertidos en “pequeños agricultores”, con las férulas doctrinales existentes, quimérico es pensar en el trabajo por cuenta propia como fuente de riqueza, originario de una clase media decisoria en los asuntos de la nación.

Así, con las fuentes de poder económico en sus manos, reducido el pensamiento nacional a la murmuración, y en definitiva a la uniformidad exigida por el régimen salvo escasas voces discordantes, al castrismo hoy sólo le falta confiscar la identidad de quienes se fueron de Cuba, que, como categoría económica y política, para los castristas significa contar con una importante fuerza proselitista avecindada en Estados Unidos.

Poco importa ahora lo cocinado en La Habana para enviarlo a Miami, Tampa, New Jersey, Nueva York, Madrid o Tenerife. Importa si los convidados por ser comisarios políticos del castrismo Made in USA, o por miedo a no poder volver a Cuba, se tragan el convite castrista y luego eructan propaganda.

Y todavía importa más si los emigrados repudiados ahora haciendo valer su dignidad, devuelven el convite al cocinero en La Habana diciéndole: ¿Ahora gusanos en revoltillo constituyente? ¡Uf… huele a chipojo, quédensela!