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Un cuarto de siglo de “Buena Vista Social Club”

MIAMI, Estados Unidos.- “Buena Vista Social Club”, el icónico fenómeno musical, social y político celebra un cuarto de siglo. En principio fue un álbum con 14 canciones standard de la cultura cubana, que pudo no haber ocurrido.

El productor norteamericano Nick Gold quería grabar en La Habana a músicos de Mali con algunos de sus congéneres cubanos tradicionales y el guitarrista americano Ry Cooder. Pero a los africanos no le fueron concedidas sus visas en Europa y el proyecto se canceló.

Con la ayuda de Juan de Marcos, quien ya trabajaba en proyecto similar, Afro-Cuban All Stars, se completó un insospechado grupo de músicos e intérpretes de la isla, entre los cuales figuraban algunos sin cantar ni tocar sus instrumentos por décadas, como genios de la categoría del pianista Rubén González -quien había sido parte de la orquesta de Arsenio Rodríguez- e Ibrahim Ferrer, voz privilegiada del cancionero nacional.

Cuenta la leyenda que el primero perdió su piano por la voracidad de los comejenes, y añoraba volver a teclear a como diera lugar, mientras que el cantante  encontraba su sustento diario limpiando zapatos cuando De Marcos le dijo que lo necesitaba, urgentemente, en el estudio de la EGREM. Ferrer le pidió tiempo para bañarse, pero solo pudo lavarse las manos, manchadas de betún y tinta.

La mayor parte de aquellos artistas excepcionales, quienes no paraban de bromear y divertirse durante las sesiones de grabación, paradójicamente, en el antiguo y destartalado estudio de la RCA Victor, eran fantasmas de un pasado que el castrismo había barrido a su paso, desde el año 1959, cuando el propio presidente Urrutia, quien provenía de la democracia, se prestó para el cierre o nacionalización de casinos, clubes y otros establecimientos vinculados a la gloria de La Habana nocturna.

Poco tiempo después se alentaría la llamada “nueva trova” y otros modos de la canción comprometida, incluso de música andina, en medio de una isla tropical.

Durante la “ofensiva revolucionaria”, el desmontaje iniciado por Urrutia, quien después huyó de la furia fidelista, terminó con los cierres de cabarés y conocidos clubes sociales.

Así lo explica el notable músico e investigador Leonardo Acosta: “Trataban de cerrar los cabarés (ya nacionalizados por el gobierno) incluso el Tropicana… También se cerraron —a lo largo de todo aquel año (1968) — los bares, pequeños clubes y miles de bodegas y casetas. La vida nocturna junto a su música y su espectáculo se vio seca. De pronto el 40 % de los músicos del país se vieron obligados a ir a sus casas con el pago de desempleados… el daño era irreparable y La Habana, famosa por su vida nocturna… jamás volvería a ser la misma”.

De esta hecatombe cultural emerge una suerte de “cuento de hadas”, como lo califica el director de cine alemán Wim Wenders, quien afortunadamente dejó testimonio de lo acontecido en su exitoso documental “Buena Vista Social Club”, donde no solo nos coloca de espectadores privilegiados en el estudio de grabación, sino que refleja el depauperado contexto donde estos grandes músicos debieron sobrevivir, olvidados a su suerte, además de que los escuchamos emitir opiniones diáfanas, sin rencores, sobre la ordalía que sufrieron en silencio.

Algunas fuentes internas en la isla dan cuenta de la ira del por entonces presidente del Instituto del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), Alfredo Guevara, cuando Nat Chediak, quien fungía como director del Festival de Cine de Miami, logró estrenar el documental de Wenders en el sur de la Florida antes que en La Habana.

Lo curioso es que luego, cuando fue finalmente presentado en Cuba, amanuenses del castrismo convocados al efecto denostaron de la controversial visión que ofrecía de los músicos, rescatados del olvido y de la pobreza total. Señores sinceros y dignos que no escatimaron elogios para la ciudad de Nueva York y la sociedad democrática cuando tuvieron la fortuna de ofrecer un concierto, a teatro lleno, en el prestigioso Carnegie Hall.

En una entrevista aparecida en el dossier que The Criterion Channel dedica a “Buena Vista Social Club”, Wenders recuerda su emoción al poder filmar aquellos músicos extraordinarios.

Cuenta cómo Rubén González aprovechaba la hora que el equipo de filmación utilizaba en el montaje de luces en el estudio de grabación para tocar el añorado piano, de 8 a 9 de la mañana.

También se refiere a la vez que Ibrahim Ferrer lo invitó a su humilde apartamento, donde reina un San Lázaro, a quien dedica toda su fe abiertamente en el documental, y supo que varios de los vecinos cercanos ya contaban con televisores y refrigerados gracias al éxito y la gentileza del cantante.

En el documental hablan sin cortapisas los artistas ancianos que ya no tienen nada que perder. Otros, como Omara Portuondo, que no sufrieran las tropelías de sus compatriotas porque comulgaron con el castrismo, se cuidan hasta de mencionar los orígenes de su carrera en grupos como Las D’Aida, que reinaron en cabarés habaneros de los años cincuenta.

La crónica de Wenders es triste por el tiempo irrecuperable de aquellos grandes artistas, en medio del zafarrancho político, pero no deja de tener un sesgo optimista porque en las postrimerías de sus vidas recuperaron el placer de deleitar al público como pocas agrupaciones de su época.

Ahora el álbum será remasterizado, con la adición de otras grabaciones que no fueron incluidas originalmente.

Las principales figuras de “Buena Vista Social Club” sólo sobrevivieron físicamente algunos años después del sonado éxito.

En el veinticinco aniversario, vuelven a resucitar aquellas voces e instrumentos para recordarnos la magia de una cultura musical que el castrismo trató de desvirtuar primero, y luego intentó apropiarse, sin éxito.

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