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Un diciembre sin Navidad ni Nochevieja

LA HABANA, Cuba.- El pasado domingo, como todos los fines de semana, el centro comercial Carlos III se convirtió en el punto de reunión, o la opción recreativa de muchas familias cubanas. No iban de tiendas, como suele suceder en los grandes malls de ultramar. Muy poca gente merodeaba en el departamento de electrodomésticos y mueblería; no había un alma en la tienda de lámparas y otros “lujos” domésticos, mucho menos en la nueva y cara perfumería donde reposan, para encono del bolsillo asalariado, los frascos de Chanel, Dior o Lancôme.

La multitud se concentraba en el área de gastronomía, la perfumería de bajo costo en el mercado y varias colas desparramadas en puntos estratégicos de la rampa, improvisados para la venta de manzanas, único indicador de que se acercan las fiestas de fin de año. La rutina vencía por knock-out a la excitación, la inventiva y la algarabía. El mismo pollo frito rociado con cerveza, las pizzas medio crudas y un calor insoportable. Sin novedad.

El mercado más grande de los municipios Habana Vieja y Centro Habana no exhibe una sola alteración en la oferta. Las neveras se mantienen repletas de hamburguesas, salchichas, picadillo de pavo y los escuálidos muslos de pollo que la población persigue durante todo el año. En los estantes refrigerados envejecen sospechosas variedades de queso y el yogurt probiótico de Labiofam, el más caro de producción nacional.

No hay luces, adornos ni rebajas; nada que pueda relacionarse con la idea de celebración, holgura o contento. La casi totalidad de los alimentos y artículos de aseo que se comercializan en las tiendas cubanas son importados; los que se producen en la Isla no son suficientes. ¿Realmente se está trabajando para impulsar la producción en Cuba?

El alza de los precios agropecuarios registrada este año, demostró que el aporte nacional es limitado y en modo alguno puede comercializarse a precios compatibles con el salario promedio de los cubanos. Remuneración que, por demás, no percibirá un aumento significativo mientras no crezcan los niveles de producción que permitan sustituir importaciones. La vieja historia del huevo o la gallina.

Parece una broma de mal gusto, un incordio adrede el que la falta de alimentos se haya generalizado en estas fechas, cuando la gente está dispuesta a gastar un poco más. De pie ante las neveras, los cubanos se dejan enredar por la falta de opciones. Orquídea Matos, una mujer de 58 años, murmura su incredulidad mientras sostiene un paquete de muslos de pollo. “Esto es lo mismo que he comido todo el año, que Dios me perdone”, comenta a otra señora que asiente y se queja con menos elegancia, mientras agarra y devuelve a su lugar un paquete de hamburguesas y luego uno de salchichas, para finalmente decidirse por el pollo, más saludable.

Al menos en Cuba, donde no hay guerras ni catástrofes que impidan celebrar, diciembre se desliza en silencio, sin satisfacciones tras el ciclo que concluye, ni nuevos planes para el próximo año, ni esperanza en el porvenir. Unos pocos afortunados festejarán la bonanza individual; pero no hay —ni se vislumbran en el horizonte— signos de una prosperidad que llegue a toda la nación. En lugar de alimentos, los camiones descargan cajas de cervezas y confituras importadas.

El año 2016 cerrará sin sobresaltos culinarios, redoblando el frío de las neveras desiertas. La elección no puede ser más sencilla: cerdo o pollo para quienes puedan permitírselo. Pero muchos no tendrán ni eso. Habrá mujeres que —como en el monólogo de La Guamampola— tendrán que amasar la harina, agregarle sazón completo y un pimiento, para poner en la mesa frituras de carne del alma.