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¿Un presidente que conviene al castrismo? Cubanet

Donald Trump (AP)

LA HABANA, Cuba.- Como no se ha producido el impeachment augurado por muchos, Donald Trump ha conseguido completar aunque sea tormentosamente su primer año en la Casa Blanca, algo que parecía casi tan difícil como que llegara a la presidencia de los Estados Unidos.

Debo advertirles, a riesgo de que me acusen de criptocomunista y de hacerle el juego a los castristas ciertos muy suspicaces foristas que parecen ser más trumpistas que Mike Pence, Jeff Sesions, Ivanka y la Primera Dama juntos, que se me dificulta ser objetivo respecto a Trump. Nunca me había desconcertado y disgustado tanto un presidente norteamericano. Lo único que veo bien de Trump es su esposa.

Demasiado temperamental e irresponsable para ser el presidente de la nación más poderosa del planeta, me revienta el constante careo de Trump con la prensa (los “fake media news”, como él los llama), y las inconveniencias que dice o trina en su cuenta de Twitter. Lo hace de forma tal que a uno se le hace difícil darle la razón incluso cuando la tiene. Debería pensar dos veces lo que declara y tuitea. No está en un reality show ni compite con las Kardashians, sino con Putin.

Como no soy el más indicado para juzgar la gestión del presidente de otro país, freno. Me limito a comentar los resultados para Cuba de este primer año de la administración Trump.

Trump impuso medidas que fueron tomadas por mero compromiso político, sin reparar demasiado en sus reales alcances —me refiero a los que están más allá del wishful thinking— y en los costos para las partes involucradas, especialmente los cubanos de a pie.

La política de Trump hacia Cuba pudo ser más dura con el régimen castrista, que esperaba una mayor marcha atrás, incluso el cierre de las embajadas. Aunque han sido golpeados por donde más les duele —el turismo y otros sectores económicos controlados por los militares—, no es algo para lo que no estuvieran preparados los mandantes verde olivo. El discurso de plaza sitiada, las lamentaciones y el ropaje de víctimas los tenían listos. Y con alguien como Trump, les viene como anillo al dedo.

Más les asustó la política de Obama, que los dejaba con muy pocos argumentos y con el caballo de Troya del lado de acá de la muralla. Por eso desaprovecharon la oportunidad.

Es de suponer que, tan matreros como son, ya estén enfrascados en el maquillaje de las empresas militares. A Gaviota y demás dependencias de GAESA las convertirán en empresas civiles y a los generales gerentes los disfrazarán de cooperativistas, cuentapropistas o de lo que sea para ver si logran, como en otras ocasiones, burlar a los yanquis y seguir recaudando dólares.

El discurso hostil de Trump ha reforzado al sector más inmovilista del régimen, que halló la coartada conveniente para atrincherarse y reforzar el candado del portón que no se decidieron a abrir con Obama.

Respecto a las restricciones a los norteamericanos para viajar a Cuba, siguen los viajes en grupos, que son los que más benefician al régimen castrista y le son más fáciles de manipular. Esos viajeros se hospedan en los hoteles y apenas tienen contacto con los cubanos de a pie en “las visitas dirigidas a instituciones culturales, educacionales y sitios de interés histórico”, o sea, a las aldeas Potemkim preparadas al efecto. Luego, se van hablando maravillas de lo que vieron en Cuba, que fue justamente lo que el régimen quiso que vieran.

En cambio, ahora se les dificulta viajar a Cuba a los estadounidenses que lo hacen de forma individual, como turistas; que son los que generalmente, para ahorrar dinero y conocer mejor a los cubanos, se hospedan en casas, comen en paladares y se desplazan en almendrones.

Al afectar a los dueños y empleados de las paladares y los hostales y a los que alquilan sus carros para transportar a los turistas, se hace más remoto el empoderamiento del sector privado, lo cual era uno de los pivotes principales de la política cubana de Obama.

Trump pudo revertir la derogación de la ley de “pies secos, pies mojados”, que convirtió a Obama en villano al final de su mandato luego de haberse ganado las simpatías de la mayoría de los cubanos. Pero Trump es antiinmigrante. Lo que hizo, al reducir el personal de la embajada estadounidense en La Habana en respuesta a los ataques sónicos, fue ponérsela en Colombia —que es como decir en la Luna— a los cubanos que aspiran a una visa norteamericana. Pareciera un chiste de muy mal gusto si no fuese una tragedia para miles de cubanos.

Hoy, el que más preocupado se muestra por la reunificación familiar es nada menos que el mismo régimen que durante décadas obligó a las familias a repudiar y olvidar a “los gusanos, traidores y escorias” que se iban del país, y a los que hoy chulea y pretende chantajear, al extremo de arrogarse el derecho de negarle la ciudadanía cubana a los hijos de los cubanos residentes en el exterior que se involucren en “actividades contrarrevolucionarias”.

El primer año de Trump ha empeorado la situación de los cubanos. Y eso que ha tenido el tino de no limitar los viajes de los cubanoamericanos y el envío de remesas. Los votos de la Florida pesan mucho y allí viven millares de cubanos que no están dispuestos a dejar morir de hambre a sus familiares en Cuba, aun cuando sepan que su dinero, al final del camino, va a parar a las arcas de la dictadura.

No hay por qué esperar que Donald Trump sea más coherente y acertado con Cuba que en otros asuntos. Cuba no es una prioridad para Trump, que enfrenta problemas mucho más graves, como los misiles nucleares del sicópata Kim Jong-un.

Allá los que quieran seguir creyendo que será Trump quien pondrá de rodillas a los castristas.

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