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Viajar, viajar, viajar Cubanet

Chequeo de Inmigración en el Aeropuerto Internacional José Martí (habanalinda.com)

LA HABANA, Cuba.- Una orquesta salsera graba un videoclip junto a una flotilla de aviones en el aeropuerto de La Habana; una cantante popular monta una guarachita sobre el amor a “primera visa” de una joven cubana que se roba el corazón de un “yuma”. Ambos temas, aunque desbordados de ingenuidad y sin problematizar el significado más profundo del “viaje” para los cubanos, dan cuenta de una obsesión.

Volar en un avión para “cruzar el charco” o casarse con un extranjero que garantice la escapada o al menos la solvencia económica, no son solo un par de opciones más en los planes de realización personal de los cubanos, sobre todo de los más jóvenes; son, quizás, la estrategia más importante, trascendental.

Dejemos a un lado lo que pudieran mostrar las estadísticas más recientes y oficiales sobre la tendencia migratoria de los cubanos y reparemos en el contenido de algunas canciones de moda en Cuba. Son como radiografías sociales. Desde aquellas que son consumidas en lo underground hasta las que tienen el visto bueno de esa entelequia “policial”, que nos vigila y controla a todos, para ser trasmitidas en la radio y televisión de la isla.

Una buena parte toca ese asunto que se ha transformado todas las veces en dilema pero, además, en tragedia. Algunas lo hacen con ritmos contagiosos que pudieran hacer pensar, como diría Lezama Lima, que somos “una conga atravesando los Urales”; otras sí exploran el corazón del fenómeno y hacen ver que el viaje, en Cuba, es más que una aventura o una apuesta: Es tragedia personal, familiar, pero también tragedia social al transformarse la nación en una zona de transición, en un territorio de lo provisional; jamás de lo estable, de lo seguro.

“¿Esto quién lo arregla? Nadie. Hay que irse. Hay que irse”. El pegajoso estribillo, perteneciente a un grupo de hip-hop, lo escuché mientras viajaba en un almendrón. Está compuesto por respuestas y preguntas al público, y reproduce sus expresiones de hartazgo, tan comunes, tan frecuentes.

Con diversas variantes, la idea de escapar como única forma de triunfo personal, ya sea porque se anhelan determinadas libertades o se imponen cuestiones de vida o muerte, abunda en los números musicales pero, además, en casi el total de las moralejas de los sketches humorísticos de la escena teatral cubana.

Es raro el día que no escuchamos hablar del Tema. Lo escribo con mayúscula porque se destaca entre los demás o hacia él confluyen todos. Es difícil no encontrarse en la calle o convivir en nuestros barrios con decenas de personas cuyas vidas giran alrededor de la idea, quizás la única “disidencia” que puede ser enmascarada en una opción de vida “normal”, “permitida”.

“No me opongo, no critico, no protesto, no opino. Mi rebelión es marcharme”, me decía hace poco Maritza, una joven vecina.

Ella está preparada para emigrar. Acaba de graduarse de Medicina, ya se hizo el pasaporte, aprendió a manejar y ya sabe algunas frases básicas en inglés, italiano y francés. No tiene certezas de que viajará algún día pero aun así sus padres la han preparado desde muy niña para enviarla al extranjero cuando se dé la oportunidad, aunque sea en una “misión”.

Ellos, maestros de enseñanza primaria, que han vivido siempre de un salario estatal, no quieren que Maritza pase por lo que ellos han pasado al quedarse en Cuba y se han empeñado en construir con paciencia, en la persona de su hija, ese elemento indispensable para que numerosas familias de la isla salgan a flote, es decir, el emisor de remesas.

Viajar, no en su acepción de “pasear” sino en su sentido de “emigrar”, ya sea temporal o definitivamente, pudiera decirse que ha llegado a constituirse en una profesión, impuesta por unas circunstancias con tendencia a eternizarse.

Al igual que Maritza, miles de jóvenes cubanos se “entrenan” hoy para abandonar el país natal al menos por el tiempo necesario para reunir algo de dinero y, más tarde, retornar a “disfrutar” de las “bondades” de un socialismo que algunos dicen actualizar “con lo más noble del capitalismo”.

No se habla de tal estrategia en los lineamientos económicos pero se infiere del contexto. La divisa se impone a la moneda nacional, tanto que el anhelado y necesario final de la dualidad monetaria no logra cristalizar y sobre esa doble vía se han restructurado las clases sociales dentro de Cuba.

Un salario en moneda nacional apenas garantiza un puesto en la base de la pirámide social cubana. Una “estimulación” en divisas te crea la ilusión de alzarte sobre los hombros de tus iguales. Recibir una remesa del extranjero te permite soñar que eres diferente. Invertir esa ayuda exterior en un negocio de cierta prosperidad te coloca vendas en los ojos y amordaza la boca, requisito indispensable para comenzar a escalar hacia la cima, aunque muy por detrás de extranjeros y demás compinches de aventura.

Hay que reconocerlo con cierto dolor: una gran mayoría de jóvenes cubanos no discrepa ni disiente de la realidad, simplemente se adapta a las circunstancias y su mayor acto de rebeldía es cruzar el charco.

Escuchando la música que los refleja, se entrenan en el oficio de viajar. Mientras tanto, hacen juego en este gran casino que desde mucho antes de la visita de Obama dejó de llamarse Revolución para convertirse en Revolution, una variante similar pero mucho más chic,  más a la moda.