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Vilma Espín y las Mujeres de la Revolución

Vilma Espín y Fidel Castro

LA HABANA, Cuba. – El pasado 13 de mayo, en el programa Mesa Redonda, Mariela Castro, cuando acompañada por dos corifeos de su séquito del CENESEX, intentó hacer un torpe control de daños, luego de la reprimida marcha contra la homofobia y la transfobia del sábado 11, aseguró que su mamá, Vilma Espín fue una firme defensora de los derechos de los homosexuales.

Tal afirmación causó pasmo y asombro. Celia Sánchez sí intercedió y fue la salvadora de algunos homosexuales, pero Vilma Espín, hasta donde se sabe, siendo parte de la alta dirigencia, nunca se pronunció contra las UMAP, la parametración o las redadas contra los gais llevadas a cabo por una sección del MININT con el sugerente nombre de Lacras Sociales y que duraron hasta bien entrados los años 80.

Quien se esforzó e hizo lo que pudo por los derechos de los homosexuales, por lograr que no fueran tratados como enfermos, aberrados, o peor aún, como delincuentes, fue la doctora alemana Mónica Krause, la precursora de Mariela Castro al frente del CENESEX. Y bastantes problemas tuvo la doctora Krause, incluso con Vilma Espín a raíz de la publicación del libro “El hombre y la mujer en la intimidad”, a tal punto que luego de 25 años en Cuba, cansada de tanta incomprensión y de que le obstaculizaran su trabajo, recogió sus bártulos y regresó a su país.

Los choques y tropezones que refiere Mariela Castro que tuvo Vilma Espín, como presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), con sus muy machistas compañeros del Partido-Gobierno-Estado, los tuvo por defender los derechos de la mujer, no de los homosexuales.

Y ya que hablamos del tema, no está de más recordar el rol de Vilma Espín como una de las principales Mujeres de la Revolución.

Guillermo Cabrera Infante, en su libro póstumo “Mapa dibujado por un espía”, donde refleja el ambiente que encontró en La Habana de 1965, cuando regresó de Bélgica para asistir al sepelio de su madre, y donde lo mantuvieron retenido y vigilado durante varios meses, explica sobre las llamadas “Mujeres de la Revolución”, como eran llamadas en aquella época:

“Las esposas de los líderes de la Revolución formaban una suerte de entidad con miras a mantener los valores más burgueses de la santidad del matrimonio, la unión de la familia y el deber sacrosanto con los hijos. Todos estos axiomas revolucionarios se aplicaban, por supuesto, a todos, excepto a Fidel Castro, que podía tener cuantas queridas quisiera y mantener un conjunto de apartamentos y de casas en qué dormir, una diferente cada noche”.

Las llamadas Mujeres de la Revolución no eran un organismo del Estado, pero casi, de tan influyentes como eran. Frente a sus muy fogosos cónyuges, con la testosterona estimulada por el poder absoluto, y las cortesanas que pululaban en torno a ellos, constituían un comité de defensa de los maridos que recordaba más a una asociación de damas católicas que a las muy emancipadas camaradas soviéticas de la era bolchevique que se suponía fueran su ejemplo para la construcción de la sociedad socialista.

Eran solidarias entre ellas, siempre vigilantes, implacables con todo lo que tuviese que ver con deslices, zorreos y tarros. Sus maridos, sus cortesanas y los que le sirvieran de cómplices, tenían que cuidarse de sus chismes, bretes y chivatazos.

Luego, quizás influyeron los años, fueron perdiendo fuelle. Pero quedó la manía de vigilar la vida sexual de los demás de menos monta. Tal vez de las Mujeres de la Revolución vino aquella idea de enviar la tarjeta amarilla a los que peleaban en Angola y que eran engañados por sus esposas, dándoles a elegir, si eran militantes del Partido Comunista, entre el carnet rojo o la adúltera.

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