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Pasó lo que Messi quiso

Si tenía una fatiga muscular nadie la vio. Si estaban cansados sus músculos, tampoco. Podía haber jugado Messi desde el inicio, pero Valverde decidió reservarlo. En realidad, lo estaba reservando para algo realmente único.

Cuesta ver a Messi salir desde el banquillo con el Barça perdiendo (no ocurría desde el 2007 en Mestalla), pero lo que no cuesta nada es asistir a otra actuación antológica. Salió Leo y el Barça fue infinitamente mejor. ¡Cómo para no serlo! ¿Qué habría sido de los Bulls sin Michael Jordan? Entró el 10 y el partido, como era normal, cambió radicalmente de paisaje hasta protagonizar una noche realmente increíble.

Apenas 33 minutos, pero cuando jugó de verdad Messi fue al aparecer en el césped con dos arrancadas espectaculares. Después, se tomó su noche libre. Pero faltaba aún lo mejor, algo que trasciende de lo puramente racional.

Cuatro remates en media hora

No existe quizá explicación futbolística a lo que sucedió en esos luminosos 47 segundos.  Tuvo tiempo, todo hay que decirlo, de firmar cuatro remates en poco más de media hora: dos de ellos a puerta y uno acabó en un gol, festejado como si el Barça hubiera ganado la Liga. Celebrado por todo el equipo, con los suplentes invadiendo el césped, como si el líder hubiera derribado una barrera que resulta inalcanzable para los demás.

El equipo rcelebró el gol como si hubiera ganado la Liga, con los suplentes invadiendo el césped

Nadie tiene a Messi. Nadie está a la altura de Leo, a pesar de que dejó en Sevilla unos inesperados rasgos de debilidad errando 6 pases de los 25 que dio, algo que no resulta normal. Pero cuando detectó que el Sevilla se derrumbaba anímicamente con el 2-1 de Suárez, emergió la figura de un futbolista descomunal, con un disparo galáctico desde fuera del área que desgarró al tembloroso Sergio Rico.

No había nada aparentemente en esa jugada. Pareció incluso una acción menor pero él atacó el balón con tal determinación como si no existiera un mañana. Como si su vida futbolística acabara en el Sánchez Pizjuán en un partido donde el Sevilla se jugaba todo y el Barça, recién llegado del parón de las selecciones, se lo miraba con la tranquilidad de ese impresionante colchón de puntos de diferencia que tenía. Y tiene.

Cinco partidos, seis goles

En este mes de marzo, Messi solo había jugado cuatro partidos de titular (Las Palmas, Atlético, Chelsea y Athletic), perdiéndose el duelo de Málaga (baja por paternidad) y los dos choques amistosos de la selección argentina (Italia y España). Cuatro partidos y media hora en el Sánchez Pizjuán para firmar seis goles, sosteniendo la fiabilidad del Barça, permitiendo agrandar esa inmensa racha de imbatibilidad que arrastra desde la pasada temporada. Son ya 37 partidos sin perder. Y estaba previsto que Messi acabara jugando porque, como recordó Valverde, necesitaba “ritmo de competición”.

La vida se le hace muy dura a Messi sin tener el balón entre sus pies. Hacía ya casi dos semanas largas que no pisaba un campo, cansado de conocer los lujosos palcos privados del Etihad de Manchester y del Wanda Metropolitano de Madrid. Se sentía aburrido, diríase incluso que hasta enjaulado en el banquillo del Sánchez Pizjuán. Cuando entró en el campo, algo irreal estaba empezando a gestarse por encima de un partido volcánico que reunió  41 remates (21 del Sevilla, 20 del Barça), pero ninguno tan preciso como el de Messi. Fue lo que Leo quiso. Como siempre, vamos.