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Casemiro para todo

A Zinedine Zidane no le apasionaba Casemiro cuando asumió el banquillo del Real Madrid en enero de 2016. El francés, casi primerizo entonces, no le veía necesario. En una plantilla que rebosaba volantes ofensivos, priorizó el talento al pivote tosco y con poco toque. Casemiro se tiró dos meses en el banquillo, apareciendo solo 21 minutos en dos ratos. Sin apenas equilibrio y con el equipo roto, Zidane se percató tras la derrota ante el Atlético en febrero de aquel año de que la presencia del brasileño podría resolverle el problema. Casemiro salió, hizo su trabajo y se confirmó como la piedra base del proyecto del técnico francés. Desde entonces, su figura es innegociable en un equipo en el ahora, además de tapar huecos, se ofrece a repartir juego, romper líneas, asistir y golear. Ayer ante el Manchester United lo hizo todo.

Y lo hizo frente al hombre que se lo llevó al club blanco en enero de 2013 cuando su carrera se asomaba al precipicio en Brasil, José Mourinho, y, especialmente, frente al jugador que el verano pasado pudo frenar su evolución en el Madrid, Paul Pogba, deseo frustrado de Zidane y del club blanco para apuntalar la medular hace solo 12 meses. Hoy, la comparación entre ambos parece no admitir dudas. Anoche, sobre el césped del Filip II de Macedonia, frente a frente, no las hubo. El chico duro y torpón se agigantó ante un Pogba que justamente 365 días después de su llegada al Manchester United sigue muy lejos de ser capaz de justificar la inversión de 120 millones que el equipo inglés hizo por él. Errático y desesperado, su portentosa figura apenas incidió en una Supercopa que se encargó de desnivelar su homólogo en el Madrid. Ni desborde, ni disparo, ni rapidez ni llegada… Nada mostró el volante francés en un escenario en el que lo único que hizo fue decidir mal en dos de las acciones de mayor peligro de los de José Mourinho, que, pese a todo, se resignaba a aplaudir a su alterado y frustrdo volante.

Justamente lo contrario hizo Casemiro. Opuestos en carácter, forma y estilo, el brasileño parece más concienciado de sus carencias y virtudes, cada vez más amplias y decisivas. Poco a poco, desde la sombra, el pivote del Madrid se fue creciendo en Macedonia, donde prolongó un poco más su excelente nivel de 2017, año en el que se ha confirmado como uno de los centrocampistas con mayor incidencia de todos lo que hay en la élite. Tras un inicio dubitativo y a remolque del Madrid, en el que lo tocó correr, tapar y ayudar para sostener al equipo, Casemiro se asomó pronto, en un córner botado por Kroos que terminó cabeceando al travesaño. No hubo suerte a la primera y tampoco a la segunda. Sí llegaría a la tercera.

Ante el hermético y defensivo planteamiento de Mourinho, que pobló el centro y regaló las bandas al intuir el esquema inicial elegido por Zidane, el Madrid optó por utilizar a los volantes para sorprender. Rompía Isco, también Modric y en una de muchas, probó Casemiro. El brasileño se coló entre la Valencia y Lindelof y Carvajal, preciso y astuto, se la puso por arriba para que, de primeras, como si fuera un delantero, superase a De Gea con un sutil y cruzado toque y allanase el camino del Madrid hacia su segunda Supercopa consecutiva.

No fue nada nuevo para Casemiro, últimamente acostumbrado a crecerse y ser decisivo en las grandes citas. Lo fue en Cardiff, la última y más importante del curso anterior, y lo fue en Skopje, la primera de este. Ayer, como el día la duodécima Champions, lo celebró con rapidez y regresó a lo suyo. Tapó, corrió, frenó alguna que otra contra del United y en la segunda parte, antes del arreón final de Lukaku, Rashford y compañía, tuvo tiempo hasta de servirle un gol en bandeja a Bale. Fue un día más en la oficina para Casemiro, que, como tantas otras veces, dio un paso al lado y se fue por la sombra, en segundo plano. «Estoy muy feliz con el gol pero hay que valorar el trabajo del equipo porque no ha sido fácil», dijo al final del partido. MVP de Isco, focos sobre Bale y Cristiano y satisfacción para él.