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Messi caminó el 83% de los minutos del clásico y lo gobernó a su antojo

Messi se paseó por el Bernabéu. Jugó caminando el clásico. No, no es ninguna exageración. Es absolutamente literal. El astro argentino estuvo el 83% de los minutos andando por su jardín madrileño, como si estuviera en el patio de su casa de Castelldefels jugando con Thiago y Mateo, sus dos hijos. Andaba Messi por la pradera blanca sin que Zidane supiera desactivarlo. Creyó tenerlo enjaulado en la primera mitad cuando le puso al policía Kovacic. En esos primeros 45 minutos, el astro solo hizo un disparo y fue en una falta que estrelló en la barrera, curiosamente en la cara de Cristiano Ronaldo. Educadamente, Leo se disculpó luego con él.

Andar y engañar

Andaba y, al mismo tiempo, engañaba. Le dio tiempo, eso sí, a dejar dos veces solo a Paulinho delante de un imponente Keylor Navas, obligando, al mismo tiempo, al Bernabéu a contener la respiración –no se oía ni un murmullo– cuando estaba a punto de lanzar la falta. Parecía que entonces no estaba en el clásico, pero, astuto como es, Messi se guardó lo mejor de su inacabable catálogo para la segunda parte. En ningún momento, dejó de caminar. Y por mucho que lo vigilaran, siempre halló el espacio para estar solo. Intervino en los tres goles del Barça.

En el primer tanto, el de Suárez, fue por omisión. Cuando Rakitic, el hombre que susurraba al balón mientras el Madrid se deshacía a su paso, cabalgaba ufano por el Bernabéu, Messi se apartaba del circuito de juego despistando al despistado Kovacic. Al croata, disciplinado con las órdenes que le dio Zidane, le mandaron seguir al 10. Y el 10 se salió del pasillo blanco para que su vecino uruguayo hiciera estallar la Liga.

Perdió la bota en el regate previo al 0-3 y la estrella asistió descalzo a Aleix Vidal 

En el segundo gol, con la complicidad del aventurero Piqué, Messi dejó solo a Suárez en un par de ocasiones (en la primera paró Keylor; en la segunda lo repelió el poste). Y en el tercero, el de Aleix Vidal, no perdió el tiempo ni para atarse la bota derecha que se le había quedado en el camino. Tenía tanta prisa que prefirió asistir con la izquierda a Aleix. Luego, Rakitic recogió su borceguí.

El más rápido

Iba caminando Leo por el césped, pero su influencia en el clásico resultó tan descomunal que volvió a silenciar el Bernabéu. Messi hizo el triple de regates (6) que todo el Madrid juntos (2, uno de Kovacic y otro de Modric). Ni Benzema, ni Cristiano, los dos delanteros blancos, tuvieron capacidad para desequilibrar ni una sola a la sólida defensa azulgrana, por mucha estéril bicicleta que hiciera el portugués ante un extraordinario Piqué.

Además, la estrella argentina tuvo solidaridad defensiva, sobre todo en la segunda mitad, cuando el Madrid se quedó con 10 iniciando y estirando la presión defensiva cometiendo dos faltas. Estaba feliz Messi por el Bernabéu, sintiéndose arropado por un Barça hecho a su medida, como ha ocurrido en la última década, pero que le permite caminar con sosiego porque se siente respaldado.

Mira atrás Leo y ve un equipo sólido y fiable, que le proporciona una valiosa red de seguridad. Miran sus compañeros el frente de ataque y se sienten aliviados. No hay nadie como él: lleva 15 goles en 17 jornadas de Liga. Un tipo que no necesita ni correr el cinco por ciento de un clásico para ser, parafraseando a Guardiola, el «puto amo». Estuvo casi un cuarto de hora cerca del balón (864 segundos) y, generó nueve ocasiones de peligro (cinco clarísimas) y fue quien más rápido galopó en Madrid: 33,59 km/h.