Inicio Destacadas Catalanismo nazi

Catalanismo nazi

Ayer, todos en Cataluña (incluidos gran parte de los independentistas) teníamos preparada nuestra agenda para poder trabajar intentando evitar al máximo los contratiempos que el gobierno regional iba a poner a nuestro paso para hacerlo. ¿No es chocante y paradójico?

El día regional de paro de medio-país, el aeropuerto de Barcelona funcionaba con total normalidad y tuvo que cancelar menos vuelos que el día que lo quisieron asaltar los independentistas. El mercado de abastecimiento central estaba, en cambio, totalmente vacío; pero no porque estuvieran de acuerdo con las reivindicaciones de los independentistas sino porque, al igual que la SEAT, no querían líos: prepararon el trabajo el día antes y lo habían dejado hecho para no sufrir problemas. Lo contaban abiertamente y con esa falta de pudor del autónomo que está obligado a sobrevivir mientras soporta las veleidades de los ricos.

Es una de las habituales ideas zombis del catalanismo: intentar convencernos de que la imposición de un paro ordenado desde el gobierno regional sea considerada una huelga general. Pero una huelga general se convoca para conseguir una serie de reivindicaciones y, si no se consiguen, puede decirse que ha fracasado. El paro de ayer, en cambio, fue un éxito desde el punto de vista de los catalanistas, en la medida que obligaron a cerrar a mucha gente que no quería hacerlo. Ahora bien, si no consiguieron las reivindicaciones (sino solo impedir el correcto funcionamiento de la sociedad) y a pesar de ello lo consideran un éxito, entonces es que no fue una huelga general sino otra cosa.

Fuera lo que fuera esa coacción que presenciamos ayer, lo cierto es que, más que representar un éxito, nos habla de un fracaso de la sociedad catalana. Convocar un paro después de cuatro noches seguidas en que independentistas violentos han estado quemando y rompiendo todo tipo de negocios e infraestructuras es la santificación institucional del método de los piquetes coercitivos. Obviamente, hubo mucha gente que no salió de casa no porque estuviera de acuerdo con el paro, sino para evitarse problemas. Hubo muchos que cerraron sus negocios no en señal de protesta, sino por miedo y precaución a los posibles desperfectos. Por eso el seguimiento del paro era menor del cincuenta por cien en los sectores que podían permitirse mayor independencia de criterio y subía en los sectores que no podían elegir sin sufrir represalias, como en el comercio o en la educación. ¿Es ese el objetivo político que persigue el catalanismo? ¿Qué los que opinan diferente no salgan a la calle por miedo? La verdad, parece un afán bastante nazi.

Cada vez que se recuerda ese hecho y se menciona el bigotito de Hitler, los catalanistas se ponen muy nerviosos. Quieren ser blancos e impolutos, pero luego llega el niño soldado que han criado y ataca a las personas porque le han enseñado que, vaya por dios, ahora resulta que un policía no es una persona. Por supuesto, no todos los independentistas son violentos. Ni mucho menos nazis. Pero resulta muy embarazoso para ellos tener que explicar cómo es posible que muchas de sus conductas calquen patrones de ese tipo: desde el uso goebbelsiano de la propaganda que hacen Puigdemont y Guardiola, a la ocupación egoísta del espacio público, pasando por el gusto por las antorchas de noche, los textos supremacistas de Torra o ahora la violencia propia de camisas pardas de los CDR.

Cada vez presenciamos en las calles catalanas más indicios del rictus totalitario e impositivo del nacionalismo. La palabra “nazi” no proviene precisamente desde el punto de vista etimológico de la palabra “libertad” sino, como todos sabemos, de la palabra “nacionalismo”. Por algo será. Se trata básicamente de una ideología destructiva. No pretende respetar al adversario sino expulsar al enemigo y, como ese es su motor principal, cuando no hay enemigo toca inventarlo. De ahí que dijeran esas barbaridades que decían Nuria de Gispert, Carme Forcadell o María Aurelia Campany y que la yaya talibana se haya convertido un personaje estereotipado perfectamente reconocible del panorama catalán.

En resumen, que la mayoría de los catalanes quisimos llevar un día más o menos normal a pesar de las distorsiones externas. Muchos desenterraron el patinete eléctrico del trastero para combatir las previsibles irregularidades del transporte público. Otros, adelantaron trabajo y avisaron a los clientes para quedarse en casa en previsión de una carretera cortada por excursionistas o un coctel molotov. El resto del día, tras la hora de comer, seguimos por televisión el espectáculo de la triatlón de catalanistas por los caminos de la zona. Pretendieron hacer una marcha Luther King o Ghandi pero, con el borrón de los violentos y las hogueras previas, les ha salido más bien un desfile tipo Mussolini antes que otra cosa. Es normal porque, bien mirado, muchos indios o afroamericanos no hay en la zona (de hecho, más notorios son en las listas de Vox que en las catalanas) y lo que sí abunda es el arquetipo de mediterráneo medio, ese paisano, amigo en Sicilia de crear la mafia y la “omertá”. No olvidemos nunca que, cuando las filtraciones del supremo, aquí presumieron de saber guardar mejor un secreto usando el ejemplo de las “urnas-tupperware”. Ahora sucede lo mismo con la contraseña del “Tsunami”. No se daban cuenta de que con ello demostraban preferir la mafia a la transparencia. Entonces, cabe preguntarse: ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir miedo?