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Claro que Sánchez es partícipe del golpe de Estado

—Usted, señor Sánchez, es partícipe y responsable del golpe de Estado que se está perpetrando en España—. Pablo Casado. Tribuna del Congreso de los Diputados. Miércoles 24 de octubre de 2018.

¡La que le liaron al presidente del PP a cuenta de esta frase pronunciada en sede parlamentaria en la sesión de control al Gobierno! Menos guapo, le llamaron de todo y por su orden. “Fascista”, “crispador”, “sinvergüenza”, “líder de la extrema derecha”…  Algún “¡hijo de puta!” que otro también vomitó la bancada socialista. Lo más suave que salió de boca de los correligionarios del aludido fue un más light, y correcto en términos parlamentarios, “desleal”. Echenique, el malencarado individuo que contrata a sus asistentes en negro y sin darles de alta en la Seguridad Social, le imputó directamente un delito de incitación al odio. Con un par. El marido de Begoña Gómez (que eso y no otra cosa es en el fondo el presidente) se hizo el digno y advirtió al líder de la oposición que o retiraba sus palabras o rompía relaciones. Ni Casado retiró sus palabras ni el presidente ilegítimo rompió relaciones. Todo al más puro estilo Pedro Sánchez.

La historia no sólo ha absuelto a Pablo Casado sino que le ha dado la razón. Partícipe del golpe de Estado permanente que se vive en Cataluña lo es. Activo o pasivo, por acción u omisión, es colaborador de Torra, Puigdemont, Junqueras y demás gentuza. Tampoco hacía falta que transcurrieran tres meses y que Moncloa aceptase la felonía del “relator” para certificar que ni había mentido, ni hablaba a tontas y a locas, ni había soltado nada que se alejara de la verdad. Pedro Sánchez dimitió como secretario general del PSOE porque los barones, Rubalcaba, Felipe y Guerra dijeron en octubre de 2016 “¡hasta aquí hemos llegado!” cuando se enteraron de que nuestro protagonista había pactado su investidura con los independentistas catalanes, los proetarras, PNV y los esbirros de Maduro comandados por Pablo Iglesias. Como me espetó uno de ellos por aquel entonces, “las balas han pasado muy cerca”. Era pan para hoy y hambre para mañana en forma de explosión orgánica.

Aceptar los votos de los que asesinaron a 11 compañeros socialistas suponía una infamia de marca mayor. Una puñalada trapera a su memoria. Seguro que Germán González, Enrique Casas, Vicente Gajate, Fernando Múgica, su tocayo Buesa, Ernest Lluch, Juan María Jáuregui, Froilán Elespe, Juan Priede, Joseba Pagaza e Isaías Carrasco se revolvieron en sus tumbas al certificar que esa insignificancia que en realidad es Pedro Sánchez traspasaba todos los umbrales éticos, estéticos, morales y, si me apuran, hasta intelectuales. Una raya que el más grande, Felipe González, tuvo siempre a años luz de distancia, una línea de la que no anduvo lejos un José Luis Rodríguez Zapatero al que, sin embargo, jamás se le pasó por la cabeza cruzarla.

Bien es cierto que tanto Felipe González como José Luis Rodríguez Zapatero pactaron con Convergència i Unió y ERC también en el caso del segundo pero no lo es menos que por aquel entonces eran formaciones nacionalistas o independentistas que no habían desbordado los límites legales ni desde luego habían materializado golpes de Estado. El okupa se puso el mundo por montera entre septiembre y octubre de 2016 y, con la tan malévola como inestimable colaboración de su cuate Pablo Iglesias, aceptó el “sí” de PDeCAT, ERC y Bildu para aupar al socialista a la Presidencia del Gobierno. Igualmente llamaba la atención el plácet de los esbirros de Maduro, que hasta entonces provocaban arcadas a un secretario general socialista cuya alma era, y no sé si sigue siendo, estrictamente socialdemócrata. La intervención in extremis de los Rubalcaba, Díaz, Vara, Page y cía impidió el dislate y puso de patitas en la calle al alocado conductor de la locomotora socialista.

La moción de censura del 1 de junio del año pasado fue, sobra decirlo, la repetición del plan frustrado apenas dos años antes. Una traición a la Transición, a los consensos constitucionales, en resumidas cuentas, al periodo más longevo de estabilidad y prosperidad en 500 años de historia. Salvando las distancias, constituía ni más ni menos que la reedición 80 años después del pacto de socialistas, comunistas e independentistas para cuartear España e imponer un régimen de izquierdas que impusiera el pensamiento único y anulase hasta el mismísimo derecho del centroderecha a existir. Puede parecer hiperbólico pero es tan real como la vida misma.

Cuando un servidor denunciaba en las tertulias “los peajes en la sombra” que el nuevo presidente había tenido que abonar para sacar adelante la moción de censura, los contertulios de izquierdas,  que son legión, me negaban tres veces. Tenía información. Claro que tenía información. Pero no sólo eso. Hasta un niño de teta colegiría que nadie da algo a cambio de nada, menos aún en un mundo político, el español, en el que el filibusterismo está a la orden del día.

El tiempo, ese juez insobornable que pone a cada uno en su sitio, me ha dado la razón. Pedro Sánchez está pagando con nuestro dinero a la Generalitat el “sí” de los 17 diputados independentistas en San Jerónimo. El precio (conocido) hasta ahora se llama 2.251 millones de euros directos y otros 8.071 en créditos estatales. Más que a ninguna otra comunidad autónoma. Se sienta un lamentable precedente: el que da golpes de Estado es recompensado generosamente por Moncloa; el que respeta la ley, es castigado sin compasión.

Los que pensaban que lo habían visto todo en materia de cesiones a los golpistas estaban equivocados. Esta semana comprobaron que la desahogada, imprudente y kamikaze audacia de Pedro Sánchez es infinita. Una osadía equivalente a una rendición. La rendición del Estado de Derecho ante quienes dan golpes de Estado, roban dinero público como si el mundo se fuera a acabar y tienen instaurada de facto una dictadura en Cataluña en la que el que no comulga con ellos es un apestado civil.

La figura del relator es sin ningún género de dudas la mayor traición a España ejecutada nunca jamás por un presidente del Gobierno en 42 años de democracia. Adolfo Suárez, Felipe González,  José María Aznar, incluso el Zapatero del Faisán y desde luego Mariano Rajoy pudieron equivocarse pero jamás de los jamases vendieron a España para mantenerse en la poltrona. En la vida hay límites que no se pueden traspasar. Pedro Sánchez es capaz de cualquier cosa con tal de continuar volando en el Falcon y disfrutar de ese séquito interminable de escoltas, ayudas de cámara, secretarios, asistentes y mayordomos.

Aceptar la existencia de un relator supone equiparar institucionalmente a Cataluña con España, otorgar carta de naturaleza a ese deseo de bilateralidad de los independentistas y, tal y como advirtió el lúcido Alfonso Guerra, equiparar a nuestra gran nación “con Yemen o Burkina Faso”. El relator está previsto en la legislación de Naciones Unidas para países en guerra, algo que no sucede ni por asomo en España. En resumidas cuentas representa la aceptación de la dialéctica separatista. Cuando acatas el lenguaje del enemigo estás acabado porque la realidad se empieza a cambiar con las palabras. “Alta traición” como han subrayado desde Pablo Casado hasta Santiago Abascal pasando por un Albert Rivera que cuando se trata de defender la unidad de España se sale del mapa.

Por no hablar de la flagrante vulneración del artículo 97 de la Constitución, que reserva al Gobierno, como no puede ser de otra manera, “la dirección de la política interior y exterior”. Dejar esta función en manos de un tercero, de alguien a quien no han votado los españoles, es una cesión de poder que está tipificada en el Código Penal, como mínimo, con la catalogación de delito de prevaricación. Cuando vienen mal dadas no puedes tener a Chamberlains de medio pelo al frente de un Gobierno, es imprescindible optar por un Churchill que haga lo que hay que hacer aunque a corto plazo pueda agravar la respuesta del intolerante adversario. Pero con la ley por delante se va a cualquier parte. Nadie dijo nunca que defender la democracia, el Estado de Derecho, la igualdad de todos los españoles y la Constitución fuera fácil. Pero setenta veces siete más complicado fue vencer al nazismo y se le venció.

Todos los españoles debemos estar este domingo presencial o moralmente en Colón para dar un lección democrática que no olvide nunca el felón. A ese Pedro Sánchez al que le importa un comino España con tal de salvar su culo sobre la silla más importante del Palacio de La Moncloa. Sus metafóricas lágrimas renunciando al relator y la mesa de partidos que siempre exigió ETA son cocodrilescas. Esto sólo se arregla en una cita ante las urnas en las que a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Elecciones que él mismo prometió durante la moción de censura que ganó de la mano de los malos. “Las convocaré cuanto antes”. Cuanto antes son ya ocho meses largos. Vayamos a Colón para que se vaya el embustero felón.