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El Gobierno español da por perdida a Cataluña

Se ignora qué hará el Gobierno para evitar el referéndum, pero se sabe qué no hará
Se ignora qué hará el Gobierno para evitar el referéndum, pero se sabe qué no hará

Los catalanes no nacionalistas han sido abandonados por el Estado español. Una sensación arrastrada durante décadas e incremetada tras los atentados terroristas de las Ramblas de Barcelona. El Govern ha tomado el timón de la lucha antiterrorista en Cataluña haciendo valer unas competencias de las que carece pero que nadie se ha atrevido a desautorizar.

Esto ha producido una politización del acto terrorista y, sobre todo, una cadena de errores en la investigación que da como resultado final que la yihad considere a Cataluña y España objetivos fáciles y mediáticos.

Se ignora qué hará el Gobierno para evitar el referéndum, pero se sabe lo que no hará

La incapacidad de respuesta de Mariano Rajoy ante los desplantes políticos nacionalistas han sumido a la población catalana no nacionalista en una especie de desesperanza que se ve alimentada diariamente con el silencio del Estado ante la amenaza secesionista. Hoy por hoy, se ignora que hará el Gobierno para evitar el referéndum pero se sabe lo que no hará. O sea, no aplicará el artículo 155 de la Constitución lo que da más alas, aún si cabe, al Govern independentista.

España se enfrenta a la versión interna y actualizada de lo que ocurrió en 1898 cuando se enfrentó a la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas. Estados Unidos humilló al Estado español como ahora hará el monstruo nacionalista propiciado y alimentado por la ineficacia de los distintos Gobiernos españoles.

Lentamente pero de forma constante, España se desmorona

La preocupación de Unamuno -“¡me duele España!”, decía-, el escepticismo de Baroja o la desesperanza de Ganivet, desafortunadamente, son sentimientos de actualidad que abundan entre los catalanes no nacionalistas.

El Gobierno del PP cree, o intenta hacer creer, que tiene el pulso ganado. El independentismo, por muchos conflictos internos que lo aflijan, está convencido de que nadie va a poder derrotar su causa. Ese tipo de convencimiento mutuo en sus propias fuerzas ha sido siempre la condición necesaria para que se produjeran los enfrentamientos más terribles. La necesidad de mantener el tipo, de no ceder en nada porque se entiende que eso sería un signo de debilidad, suele ser un complemento que refuerza tales dinámicas infernales.

La incapacidad de PP y PSOE por mostrar un frente común resulta clave en el desmoronamiento del Estado

Unas semanas antes algo parecido se había producido en el interior del PSOE. Otro expresidente, en este caso Felipe González, salió inopinadamente a la palestra para pedir la cabeza de Pedro Sánchez. Porque no quería que éste, en su desesperada lucha por mantener el cargo, pactara un gobierno con Podemos. Pero sobre todo porque temía que el entonces secretario general socialista consiguiera la abstención de los independentistas catalanes en su investidura a cambio de no sabe qué, pero en todo caso de escuchar sus peticiones, de matizar el «no» a cualquier demanda que procediera de Cataluña que hasta ese momento el PSOE había mantenido como postura oficial. Se puede decir que González perdió la batalla y que Sánchez con su extraño invento de la multinacionalidad ha convencido a las bases que se muestran abducidas por el inexistente encanto de su secretario general.

En este último frente, la crónica política está marcada por la incapacidad de establecer una estrategia común entre el PP y el PSOE.

Aunque no lo reconozcan en público, el PP y el PSOE confían en que esa tensión interna, junto con el martilleo de las acciones judiciales contra los líderes catalanes, acabe debilitando, si no arruinando, al independentismo. Ese es su único plan de acción. Pero todo indica que no va a valer para nada. Porque más allá del hartazgo de la opinión pública catalana, que es muy extendido y profundo, incluso en sus ámbitos más independentistas, una mayoría política sigue queriendo que se celebre un referéndum. Ese es el dato central de la cuestión, que no se ha debilitado lo más mínimo en los últimos años.

El terrorismo y el independentismo ganan la partida gracias a los errores político-policiales

Hace 40 años, nada más ser nombrado presidente del gobierno, Adolfo Suárez dejó helados a propios y extraños cuando llamó a La Moncloa a Josep Tarradellas, el emblema irredento del nacionalismo catalán que llevaba casi cuatro décadas en el exilio francés. Ese fue el primer paso, clamoroso, del reconocimiento de la autonomía catalana por parte de un poder central que todavía era franquista.

Tras el atentado de las Ramblas, el Govern ha politizado el terror en un intento de mostrar al mundo que tienen una policía propia con capacidad de decisión. Todo ha pasado por minimizar el papel de la Policía Nacional y la Guardia Civil y «hacer ver» que Cataluña es una nación independiente.

Rajoy y su política de no hacer nada

Los políticos catalanes se han mostrado arrogantes y en ningún caso han sido sensibles al dolor de las víctimas y sus familiares. Lo importante no eran los muertos sino cómo demostrar que Cataluña es un país independentiente.

La respuesta de Mariano Rajoy ha sido, como suele ser habitual, el silencio. Una pérdida de protagonismo en su deber de gobernar motivada por un exceso de prudencia, miedo o, quizá, por cierto complejo de inferioridad. La sensación que se vive en Cataluña por nacionalistas y no nacionalistas es que España ha abandonado definitivamente la lucha por la unión del Estado.

No hacer nada durante décadas y tomar decisiones de forma lenta y retardada permitió la pérdida de las colonias en América, África, Guam o Filipinas. Pues bien, la relación de Cataluña con España va por el mismo camino. La inacción del Gobierno y las acciones tardías certifican que el Estado da por perdida a Cataluña.