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Los Batet, por Antonio Jiménez Blanco

El lector ilustrado sabe perfectamente que el título de este artículo está copiado de “Los Baroja”, el libro que Julio Caro Baroja, el legendario Don Julio, fallecido en 1995, dedicó no sólo a sí mismo sino a toda su estirpe, sobre todo por la rama materna (los Caro Raggio, de raíz malagueña, no son ahí lo más importante): a quien lo trajo al mundo, Carmen Baroja Nessi y a sus hermanos, con Pío, por supuesto, a la cabeza. Pero también a los otros, quizá menos afortunados en el renombre: Ricardo, el gran pintor y grabador, y Darío, cómo no.

Pero no se olvidó Don Julio de sus abuelos, los verdaderos fundadores: Don Serafín Baroja Zornoza, Ingeniero de Minas, fallecido en 1912 (mismo año de la compra de Itzea, en Vera, al norte de Navarra) y Carmen Nessi Goñi (atención al apellido Goñi, raza de marineros), esta última la introductora en España, por una rama del primero de sus apellidos, de nada menos que el pan de Viena. Y, por supuesto, el autor no deja de pagar en el libro el tributo debido a su hermano Pío, el otro de los Caro Baroja, último de su generación en desaparecer, ya en 2015. Con la compañía de su viuda, Josefina Jaureguialzo, aún podemos sus amigos disfrutar los veranos de ratos inolvidables a orillas del Bidasoa.

Hay dinastías que trascienden a las personas

El mensaje de tan delicioso libro resulta muy nítido: hay personas, por supuesto, pero igualmente hay dinastías que transcienden a esas personas. Entre los Baroja, hasta llegar a los actuales, Carmen y Pío Caro-Baroja Jaureguialzo, cada uno es (o era) cada uno, pero la suma significa cualitativamente más que lo resultante de la simple adición de las partes.

Todo esto de las familias viene a cuento de los Batet. A Domingo, nacido en Tarragona en 1872 y militar de postín, la vida no le resultó sencilla, porque al menos dos veces hubo de enfrentarse a situaciones dramáticas y en ambas optó por la legalidad, aunque con consecuencias muy distintas. La primera, el 6 de octubre de 1934, siendo Capitán General de Cataluña.

El inefable Companys, no bien elegido, a la muerte del abuelo Macía, Presidente de la Generalitat, no tuvo mejor ocurrencia que salir al balcón y, en un arrebato de confusión, proclamar el Estado catalán dentro de la República federal española, lo que quiera que tal cosa acaso signifique. Don Domingo, en estricta aplicación de la legalidad republicana, declaró el Estado de guerra y dictó un bando, “como catalán y como español”, en el que conminaba a la población a no hacer tonterías esa noche. Hubo inevitablemente unos cuantos muertos, pero la situación se pudo reconducir en pocas horas y, abierto procedimiento ante el Tribunal de Garantías Constitucionales, el tal Companys y sus colaboradores se vieron condenados, por delito de rebelión militar, a pasarse unos cuantos años a la sombra. La historia luego fue otra (las elecciones de febrero de 1936, con el triunfo del Frente Popular y el golpe de Estado de 18 de julio), pero todo el mundo la conoce y ahora no resultará necesario extenderse en explicarla.

Domingo Batet
Domingo Batet

El ascenso de Batet

Después del 6 de octubre de 1934, el bueno de Batet fue ascendido nada menos que a Jefe del Cuarto Militar del Presidente de la República, todavía Don Niceto. Pero no debió encontrarse muy a gusto -ya se sabe que a los del mediterráneo se les queda escaso el río Manzanares- y fue trasladado a Burgos, también como Capitán General. Y allí se encontraba el tal 18 de julio de 1936. Palabras mayores.

Don Domingo (nunca tuvo la ocurrencia de hacerse llamar “Domenéch” ni tampoco “Diumenge”) estaba a orillas del Arlanzón en esa fecha crítica, segunda de su existencia. Y su puesto no era precisamente pequeño. Vuelto a colocar en la tesitura, optó por lo mismo que dos años antes: defender la legalidad, sin escudarse en un Informe de los Letrados de las Cortes, personas que, por su estatuto funcionarial, no pueden responder, como ha hecho Marchena, con la famosa frase del chotis Pichi: “Anda y que te ondulen con la permanén”. Con la única diferencia de que en esa segunda ocasión el ilustre soldado se hallaba en el sitio erróneo (Burgos era mucho Burgos: poco más tarde ya estaba Franco en la plaza). Un Tribunal militar le juzgó por no haberse sumado a la rebelión (curioso delito) y le condenó a muerte. Hay veces en que ser fiel al Estado de Derecho no resulta precisamente gratis.

Los que, en uno u otro grado y con más o menos lejanía dentro del árbol genealógico, llevan el apellido Batet pueden sentirse orgullosos. Son la envidia (sana, por supuesto) de todo el mundo. Vaya un timbre de gloria.

En Cataluña sólo cuecen habas

Luego las cosas dentro de esa gente han evolucionado y no precisamente para bien. Lo que hoy nos salta ante los ojos constituye algo muy distinto y lo mejor es ni tan siquiera mencionarlo. Y que conste que, entre los sentimientos que me inspiran los actuales, por mucho que encarnen un verdadero fin de raza, no se encuentra el menor atisbo de conmiseración. El pelo fritillo (es eso, más que en rigor una permanén) responde a una decisión voluntaria.

Otro día podríamos hablar de la familia Maragall, partiendo de Joan, y llegando cuesta abajo hasta donde, ¡ay!, nos encontramos.

Julio Caro Baroja tuvo mucha suerte. No conoció en su entorno lo que en terminología taurina llamaríamos esos bajonazos. Aunque quizá mejor, rememorando a Rafal Gómez Ortega, El gallo, el hermano mayor de Joselito, la palabra sería espantá.

Habrá quien diga que esos abismos tan pronunciados no se dan sólo en Cataluña, porque en todos lados cuecen habas. Sin duda: basta acordarse de los Buddenbrock de Lübeck. Lo que sucede -el hecho diferencial- es que en Cataluña sólo cuecen habas.

Antonio Jiménez-Blanco Carrillo de Albornoz. Catedrático de Derecho Administrativo