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Manifestación vecinal en Barcelona: «Ya no es el turismo; ahora es el miedo»

Habían quedado durante la semana para preparar las pancartas. Se han ido conociendo a golpe de anécdotas, de historias de barrio para no contar. Este sábado por fin han salido a la calle para compartirlas todos a la vez. Han sido cerca de un millar. Quizás no sea una cifra muy representativa para una ciudad de 1,6 millones de habitantes. Pero ahí han estado, representando a distintos barrios de Barcelona en los que, a su modo de ver, las cosas no funcionan. Porque dicen que ya no es el turismo lo que les quita el sueño; es el miedo.

Desde el Gòtic, el Raval, el Poble Sec, el Besòs i el Maresme, la Barceloneta, la Vila Olímpica o el Fòrum. Pero también desde otros puntos de la capital catalana, gente con familiares o amigos en los barrios más calientes. Han confluido en Via Laietana para marchar hasta Sant Jaume, cargados con silbatos, la cartelería variada y trompetas. En sus pancartas podían leerse estos lemas: ‘Queremos descansar’, ‘tsunami vecinal’, ‘Barceloneta, ciudad sin ley’, ‘queremos una ciudad digna’, ‘mi barrio no es un parque temático’, ‘no al turismo de borrachera’, ‘menos tiendas de alcohol y más comercio de barrio’… Con asistentes de todas las edades e ideologías e insistiendo en que ningún partido político mueve sus hilos. Por si eso no quedaba claro, los organizadores han invitado a concejales y demás afiliados a la cosa pública a largarse. 

Alfredo y Núria

Desde la calle de Rull, entre la Rambla y Via Laietana, Alfredo ha venido empujando la silla de ruedas en la que se sienta su mujer, Núria. Ella nació en el Raval, y él llegó a los cuatro años y ha cumplido 73. Tienen margen para comparar. Cierto es que la edad acentúa los temores y amplifica los defectos ajenos, pero no será tanto si tenemos en cuenta que están pensando en marcharse a vivir a Cartagena porque, dicen, ya no pueden más y están “hasta el gorro”. “Nunca habíamos visto el barrio así, sobre todo por la inseguridad. Da miedo salir a la calle. Los ‘okupas’, los turistas, el ruido, la droga, los robos, o todo a la vez”.

Justo a su lado camina Irene, madre de dos hijas y vecina de la Ronda de Sant Pau. Lleva 12 años aquí y también ve las cosas “peor que nunca”. Vino al barrio con su marido para formar una familia. Eran tiempos en los que Ciutat Vella, sostiene, “parecía un lugar con una progresión positiva”. “Pensamos que estaba en proceso de ser más acogedor, pero con la crisis esto no ha hecho más que empeorar. Y no solo por la falta de inversiones, sino por la inseguridad, las jeringuillas por la calle, los borrachos que te insultan…». Tampoco ayuda que presenciaran una pelea con machetes frente a su portal. «Creo que el ayuntamiento no quiere perjudicar a determinados colectivos vulnerables, y eso está bien. El problema es que los vecinos estamos pagando la absoluta inacción”. Les gustaría marcharse, pero no se lo pueden permitir. Del grupo de siete matrimonios con los que hicieron buenas migas en la guardería, ya solo quedan dos.

«Dejadez absoluta» 

Francesc, de la asociación de vecinos del Besòs, advierte de que muchos ya no se atreven a denunciar porque tienen miedo a las represalias. Dice que la Urbana y los Mossos no se pasan por la orilla del río, que faltan efectivos y que los robos se han disparado. Culpa al consistorio, pero también al Govern “por su dejadez absoluta”. Muy cerca de ahí está el Fòrum. El presidente de la asociación de vecinos, José Manuel Sánchez, se queja de algo que arrastran, calcula, desde el 2007: los conciertos en la gran losa que se abrió con la apertura de la Diagonal al mar a principios de siglo. Les pasa lo de siempre, mareas de gente muy bebida al finalizar los espectáculos que se desparrama por el barrio sin demasiado control. Pero ahora, denuncia, y a diferencia de en anteriores mandatos, donde había algún gesto, “el ayuntamiento no nos hace ni caso y todo son palabras”.

Al ladito está Diagonal Mar. Desde ahí ha venido Mari Carmen García. Cuenta que en el parque del barrio, donde tienen 160 especies protegidas, ya faltan la mitad por culpa del incivismo. Asegura que el consistorio mandó agentes cívicos y grupos de jóvenes acabaron zurrándoles cuando les iban con la cantinela de respetar la vía pública. También cree que jamás había estado la ciudad tan mal y se une a la petición de más agentes de la autoridad.

Sonia, vecina de la Vila Olímpica, está harta de no dormir. Vive junto a la única salida de metro que da acceso a la zona de ocio del litoral. Y claro, los jóvenes que beben necesitan orinar, cosa que hacen nada más subir a la superficie. Cuenta en el que cercano parque de Carles I se ha instalado un “grupo de menores que esnifan cola y que duermen en la zona infantil”. Asegura que la Urbana y Mossos están al corriente. Pero nada. ”Queremos poder volver a los parques sin pasar miedo. Muchas mujeres que van al Hospital del Mar y que pasan por ahí han sido atracadas, sostiene. Jordi Giró, presidente de la asociación de vecinos del barrio y también presidente de la Confederación de Asociaciones Vecinales de Catalunya (Confavc), acusa al gobierno municipal de haber “desistido de sus obligaciones”, y avanza que, aunque termine el verano, no tienen ninguna intención de relajar sus reivindicaciones.

De la gentrificación a la delincuencia

Desde la Barceloneta, donde empezó todo, Manel Martínez describe así la situación en el barrio: “Hemos pasado de ser expulsados por la gentrificación, a que nos eche la delincuencia. Marga cuenta que las calles marineras están en sus horas más bajas. “Porque ya no es el turismo, ahora es el miedo de estar en tu propio barrio”. Confiesa que se marcharía si pudiera, aunque nació aquí, y regala una reflexión al recordarle los años de la heroína, esos 80 en los que Ciutat Vella fue un pozo sin fondo. “Es cierto, aquellos años fueron muy duros, pero los que se drogaban eran los propios vecinos. “Te decían ‘no pases, que me voy a pinchar’, y tú seguías con lo tuyo. Ahora es todo mucho más imprevisible». Tanto, que a Jorge, que vive en primero, le robaron la ropa tendida. Unos 300 euros en tejido, calcula. A su hija Júlia, de 12 años, la siguieron por la calle unos chavales. Se refugió en un bar. Jorge dice que se marcharán en cuanto falten sus padres. “Pero no solo nos iremos de la Barceloneta; nos iremos de Barcelona”.