Inicio Destacadas Supongamos que Puigdemont se presenta, por Santiago Trancón

Supongamos que Puigdemont se presenta, por Santiago Trancón

Carles Puigdemont y sus nuevos posibles camuflajes
Carles Puigdemont y sus nuevos posibles camuflajes
Santiago Trancón
Santiago Trancón

¿Descabellado? Me sorprende que entre tanto politontólogo, tertuliano y cantamañas que habla de Cataluña con asiduidad y alevosía en los medios y los cuartos, nadie se plantee la posibilidad de que el aventurero Puigdemont se pueda presentar en cuerpo y alma, no en forma etérea o fantasma telemático, a su propia reinvestidura. Más me preocuparía si entre tanto cráneo privilegiado como hoy ocupa los despachos de la Moncloa y su red de ministerios y órganos consultivos, no hubiera alguien que alertara de que, al menos como hipótesis, debería tenerse en cuenta eso que todos toman a cuento: la posible presencia física y corpórea y hasta ventrílocua del fantasma de Puigdemont en la sede acuartelada de la Ciudadela el día D a la hora H. Yo, como no tengo cuartos ni medios en los que arriesgar mi prestigio de adivino, puedo aventurarme en hacer esta loca advertencia: ¿hay alguien ahí? ¿Y si…?

No hace falta mucha imaginación para imaginar que el pájaro de Bruselas puede volar por tierra, mar y aire hasta la copa del pino más alto del parque encantado y de ahí saltar en paracaídas hasta el mismo centro del hemiciclo hemi-independentista y ahí mismo, en el acto, ser recoronado y restituido y reinstalado en el centro del conflicto (o sea, del orbe) con todos sus poderes, líder indiscutible, más astuto que el nunca del todo dimitido, el otro Astut. ¿Alguien se lo impediría? ¿Quién? ¿Cómo?

Veamos. Que pueda llegar camuflado y aparecer en el momento decisivo para presentar su candidatura no es tan difícil. Puede disfrazarse hasta de mozo de escuadra. Apoyos de todo tipo los tendría dentro y fuera. Puede llegar en el maletero del coche oficial de Carme Forcadell y desde el garaje caminar hasta su estrado pisando rosas, o sea, en olor de multitud. Acabada la faena, incluso, podría volar como el diablo Cojuelo o teletransportarse a un lugar secreto y aparecer luego en Bruselas pelando una langosta. Todo es cuestión de camuflaje, interferir comunicaciones, montar algún señuelo y sentirse protagonista de una película de James Bond. Y siempre tendría a los servicios secretos rusos para echarle una mano.

¿Rocambolesco? O carambolesco: el mundo es como bola de billar, todo depende de la fuerza del empuje y la dirección que reciba para acabar en el agujero que le espera. El independentismo  nacionalcatalanista es ya un agujero negro que amenaza con tragarse a Cataluña empezando por su Parlamento. Tiene ansias de tragedia, y no es aventurado pensar que Puigdemont sienta el vértigo del héroe ante lo insondable del abismo. Pero tiene alas. Después del primer susto, cuando todos crean que se romperá la crisma contra las rocas, desplegará sus alas cuatribarradas y con la capa estelada de Supercat se perderá entre brumas de Flanes y sábanas de Holanda.

Carles Puigdemont, la cobardía nacionalista

¿Esperpéntico? Lo sería, pero es que ya lo es desde que se fugó. El ser tiende a permanecer en su ser, ya lo dijo el filósofo. Es jugada muy arriesgada, pero ¿tiene mejor salida? ¿Para siempre en el exilio? Si ha de ir a chirona, con este descabellado, rocambolesco y esperpéntico plan entraría en ella revestido de Presidente electo, y échale guindas a ese pavo democrático. El «impacto mediático» sería de gran calibre, y sus efectos colaterales, indiscutibles. Hagan balance y díganme si la balanza no se inclina a su favor y a favor de la revolución de los fugados. Puede que de modo efímero, como el efecto 1-O, pero ahí están todos los pusilánimes y pactistas y sorayas y marianos para echar una manita, pese al empeño de los jueces en hacer justicia, que es para lo que les pagamos.

Sólo me cabe una duda, una gran duda: son más cobardes de lo que solemos creer. La prueba está en todos esos «arrepentidos» (aunque sólo lo hagan por pura necesidad), que hasta juran la Constitución sin añadidos atenuantes ni meandros sintácticos. Eso de arriesgar la bolsa y vida en el intento no es lo suyo, nunca lo ha sido desde la época del Felipe IV. Pero quién sabe.