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Los efectos devastadores para España de la economía del lobby gay

Guillermo Rocafort.- El lobby gay en España acapara un gran poder económico que no repercute beneficiosamente en el conjunto de la Sociedad sino todo lo contrario; lo desvertebra y desestructura.

Ha estado promovido durante décadas desde organizaciones mundialistas como la ONU, por medio de ONGs y colectivos subvencionados, muy activistas e influyentes, que han calado en sectores de las capas más pudientes y elitistas de la sociedad española, como un estilo o moda importado desde fuera que necesariamente teníamos que aceptar en España como propio.

En España este lobby marca el ritmo de los Partidos Políticos más influyentes, ocupando espacios vitales para el desarrollo de la Nación, que utilizan para sus fines particulares.

A nivel de educación están imponiendo sus criterios sesgados de desestructuración personal incluso en las aulas, creando desconcierto y desorientación a los alumnados más infantiles en cuanto a su propia identidad.

Es hoy un poder claramente endogámico, exclusivo y excluyente, aislado del resto, profundamente cíclico, que busca únicamente su propio crecimiento y desarrollo, como seña de identidad, como signo distintivo, como fuente de poder. No es solidario con el resto de la Sociedad de la que se consideran acreedores eternos por un presunto sufrimiento que no es creíble pero que ha calado en el subconsciente de la Sociedad.

La economía gay no se mueve por criterios económicos sino por solidaridad homosexual; se consume un producto o servicio no porque sea bueno o útil, sino porque así lo marca la tendencia sexual, su orgullo gay. Un claro ejemplo de esto lo vemos en el Turismo; tienen sus propios establecimientos hoteleros, sus rutas turísticas, sus cruceros por el mar, etc…

El lobby gay crea sus guetos en las ciudades, en las empresas y en los mercados, aislados pero fuertes, avasallando al resto de los operadores o ciudadanos que no son de su condición hasta conseguir, si fuera necesario para sus intereses, la expulsión de los elementos más resistentes o permeables a su realidad y naturaleza.

Utilizan a nivel de los medios unas cifras macroeconómicas fabulosas de su poder económico, que en realidad no lo son tanto, pero así pretenden ganarse la condescendencia de la Población no-gay para al menos justificar, lo que es falso, que su Economía repercute favorablemente en el conjunto de la Sociedad.

Han conseguido ganarse la simpatía (para algunos hastío) de la mayoría de la población heterosexual por sus comportamientos extravagantes y descarados, e incluso les han hecho participar en alguna de sus exhibiciones públicas más notorias (“el día del orgullo”), pero esta simpatía no durará para siempre.

Está en las televisiones con un peso específico abrumador, en los medios de comunicación, en los creadores de opinión, con unos sueldos de escándalo (frente al empobrecimiento creciente de la población periodística heterosexual); se aprovecha de un artificial “victimismo” para con la fuerza de los “mass media” ocupar parcelas de poder que utilizan para realizar proselitismo y presión económica y social al conjunto de la Sociedad.

El lobby gay lo mezcla todo: sexo, política, cultura y sobre todo economía. Actúan como un Pueblo aparte, separado del resto. Han utilizado la crisis económica generalizada que padecemos desde 2007 para incrementar su poder. La debilidad de la propia Sociedad es uno de los motores de su creciente influencia.

En el arte, en la moda, en la justicia, en el cine y la televisión… sus efectos son devastadores. Nada importa que la mayoría de la gente muestre el desagrado ante el producto socio-cultural gay que se les ofrece; ellos han venido para quedarse y no se irán, a pesar de que las cifras o cuentas de resultado de sus actividades sean un desastre.

El elemento subvencionador ocupa aquí un papel de lanzadera. Del dinero de todos, regalado en forma de generosas subvenciones, mantienen artificialmente unas actividades económicas que sin ellas no existirían.

Con el secretismo típico de la masonería, de clan, de sociedad secreta, como si se tratara de una raza superior, casi semidioses (como ha denunciado el diputado federal brasileño Jair Bolssonaro); se aprovechan de que no tienen costes familiares ni ataduras sociales ni compromisos personales para utilizar su alto poder adquisitivo como un reclamo de mercado inmediato y a través de la publicidad hacer al resto de la Sociedad de ellos un modelo o estilo de vida ideal, creando confusión al resto de la población.

Mueven una cantidad de dinero que realmente es considerable y además una vez que se entra en su rutina de lobby es muy difícil, casi traumático, el salir. Las Sociedades que van marcadas con este signo entran en una espiral de crisis moral, social y económica de las que cuesta mucho salir.

Estados Unidos es un claro ejemplo de ello e incluso han ocupado Embajadas, como la española y la de República Dominicana, que han aprovechado para realizar un proselitismo radical y extremo en aquellas sociedades más tradicionales a las que intentan colonizar homosexualmente.

Su único interés es crecer en poder e influencia; en visibilidad e impacto, en escándalo y sumisión a sus fines. Incluso ya hay denuncias de relevantes miembros de los colectivos homosexuales de que están llevando a unos extremos inaceptables su activismo y afán de influencia en el conjunto de la Sociedad.

Afortunadamente, con el advenimiento de Donald Trump a la Casa Blanca todo esto ha empezado a cambiar y por de pronto ya no tienen un “enlace gay” en la web oficial del Gobierno de esa poderosa Nación. Una economía sana no puede ir marcada con un segmento de este carácter que interfiere en el conjunto de los operadores económicos.

Hay por otro lado lo que podemos definir como una burbuja gay; un afán falso por hacer creer que son un porcentaje amplio de la Sociedad cuando son realmente una cuota poblacional muy marginal, y cuando esta realidad se haga verdaderamente evidente, su poder e influencia también decaerán. Por lo tanto, como cualquier otra burbuja, tiene elementos claramente nocivos desde un punto de vista económico, cultural y social.

Las subvenciones deben de desaparecer así como se debe diluir su presencia en los medios de comunicación. Desde el respeto a la condición sexual de cada individuo hay que aplicar políticas activas que neutralicen su poder hostilmente desaforado.

Tampoco debemos dejar de lado el elemento de chantaje o extorsión económica de los que han hecho gala abiertamente en sus campañas de ataque a los sectores de la sociedad española menos permeables a su comportamiento (por ejemplo, la Iglesia Católica) o incluso países que no han facilitado su desarrollo (por ejemplo, Rusia).

La Ley está para ser cumplida, incluso para los “ultra-gays”, y no ha estado nada bien el utilizar las estructuras de los partidos políticos o la amistad de embajadores gays en España para intentar influenciar a su favor en distintos foros e instituciones nacionales e internacionales.

Y lo que deben hacer es pagar las multas como consecuencia de las infracciones administrativas causadas en sus manifestaciones de orgullo por las ciudades por donde actúan, así como dejar de presionar a los funcionarios en el cumplimiento de su deber, pues de lo contrario se va a confirmar su comportamiento ajeno al cumplimiento de la Ley.

El lobby económico gay como tal debe de desaparecer en España en integrarse en el conjunto de la Economía pues es por su funcionamiento y peculiaridades un grave elemento distorsionador de nuestra Sociedad.