Desde ese 11 de agosto de 1993 han pasado 25 largos años, él tiene ya 40, pero los recuerdos sobrevuelan su memoria como si la tragedia que marcó su vida tuviera pocas horas de haber sucedido.
Antes de comenzar a hablar, su madre le ayuda a ponerse una camiseta del equipo de sus amores.
Tendido en una cama que le regaló la misión Manuela Espejo, Ángel recuerda que ese día, aproximadamente a las 15h00, “un primo me pidió ayuda para desramar un árbol de eucalipto; como era muchacho, de 15 años, me subí hasta lo más alto para cortar una rama”.
El accidente. Cortar la rama y luego dar un fuerte grito es lo último que recuerda.
Su madre Cruz Navarrete interviene para continuar el relato.
“Cuando mi hijo corta esa parte del eucalipto, el palo hace contacto con un cable de alta tensión de 13 mil voltios, el cual lo dejó pegado al árbol de cabeza. Si hubiera caído, hubiese muerto. Hubo que cortar la rama para que cayera”, cuenta doña Cruz, quien ha sido la enfermera particular de su hijo durante 25 años.
Su periplo por los hospitales, luego del accidente, terminó en Guayaquil, en el Luis Vernaza, en donde estuvo cerca de tres meses.
Allí los especialistas se encargaron de desvanecer toda ilusión: Ángel había sufrido la desviación de las cervicales cinco y seis, lo cual tendría consecuencias irreversibles.
En efecto, desde entonces el cuerpo de Ángel se le durmió del pecho hasta la punta de los pies; solo puede mover la cabeza y los brazos. Los dedos no tienen movilidad y pasan empuñados. Por esta causa sus brazos lucen atrofiados.
“No siento dolor; mi única molestia es el estreñimiento, para lo cual tomo pastillas”, dice Ángel, hincha del Emelec y, como tal, pelotero de muchas canchas y muchas calles.
“Eso sí extraño, pero intento bloquearlo para no desesperarme. Jugaba hasta dos horas a la salida del colegio”, recuerda.
Ángel, cuya madre ya tiene 78 años y se siente “algo cansada”, recibe el bono Joaquín Gallegos Lara y tiene dos hermanos más, que son menores que él.
Siempre fue un chico activo, que buscaba la manera de ganarse la vida, hasta ese 11 de agosto en que casi le gana la muerte.
