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Feria Internacional del Libro 2016: improvisación, hueso y agonía

Cuando le pregunté al embajador de Chile, Gabriel Ascencio, si habría libros de Roberto Bolaño me sonrió, se dio la vuelta y se marchó. Fue una salida diplomática ante una pregunta con fines informativos, pero que resultó incómoda e imposible de responder por una sencilla razón: él no sabía quién era Roberto Bolaño, uno de los escritores chilenos más representativos de la literatura contemporánea.

Este lapsus ocurrió al mediodía del 11 noviembre del 2015, minutos después de que se había dado por concluida la rueda de prensa convocada para la presentación de la Feria Internacional del Libro (FIL) del 2015, durante la cual el embajador Ascencio y el entonces ministro de Cultura Guillaume Long intercambiaron elogios -Chile era el país invitado- y promesas de que todo sería un éxito.

En ese año, el stand de Chile fue tan grande como la expectativa generada por ambos funcionarios, pero con una oferta tan limitada que con suerte se podía encontrar -en medio de las secciones de historia y turismo elegantemente dispuestas- lo más representativo de Nicanor Parra, Pedro Lemebel o del mismo Raúl Zurita, quien, afortunadamente, llegó a Quito como uno de los grandes nombres de la poesía del continente. De la ausencia de Bolaño ni hablar.

La Feria, a la que el Ministerio de Cultura le puso el nombre de “Las otras palabras”, se realizó en la Casa de la Cultura (CCE). Durante 10 días, el área del Museo Nacional se convirtió en un mercadillo de textos, camisetas, películas… En la punta del iceberg hubo ejemplares destacados y en la base, cualquier cosa.

Un año más tarde, en la FIL 2016 que cerró el domingo, el país invitado fue Cuba. Su stand, que se mezclaba con un mostrador de información, fue el más grande de todos. Tuvo 110 metros cuadrados. ¿Cuáles son los mejores textos de literatura que trajeron a esta feria?, le pregunté al encargado de atender los pedidos. Ya se nos agotó lo mejor que teníamos, me dijo.

Corría la octava noche de la feria, el 18 de noviembre. ¿Y qué era lo mejor que tenían?, le insistí. Los libros de José Martí, los discursos de Fidel Castro y algo de José Lezama Lima, respondió.

En los anaqueles y mesas del país invitado, junto al hombre que me había dado la información, había libros de historia, de la revolución, de geometría, contabilidad, matemáticas y hasta de inglés. Ese 18 de noviembre, a 10 metros, junto a la entrada principal, en la que se regalaban las ediciones de diario El Telégrafo, una banda se preparaba para un homenaje a Fidel.

Fuentes de la organización contaron, con ironía y resignación, que una parte de los libros que fueron traídos de Cuba llegó bajo un régimen de importación gestionada por el Gobierno, pero que eso fue insuficiente y que otra parte aterrizó en Quito en el equipaje de los propios escritores.

¿Y no tiene, quizás, algo de Leonardo Padura o algo más actual? El vendedor cubano me contestó: Mira, chico, eso lo tienes que pedir por allá, en las editoriales. Y me señaló el camino con el índice de su mano derecha.

En la selección del país invitado, explicaron las fuentes, prevalecieron los compromisos políticos y diplomáticos sobre las urgencias editoriales. En el caso ecuatoriano, el criterio principal de selección ha sido “la retribución de la gentileza” de las ferias de Perú, Colombia, Chile y Cuba que declararon en años pasados a Ecuador como su país invitado.

La oferta

Las más grandes librerías de Quito, Libri Mundi y Mr. Books, llenaron sus estanterías de «hueso», lo que para los organizadores (el Ministerio de Cultura y la Cámara del Libro) tampoco era una novedad, pues lo comentaban en los pasillos. Entiéndase por hueso a textos baratos, de poca salida y de discutible calidad.

En ambos locales no era necesario ser muy ingeniosos para lograr la confesión de los libreros, quienes, como buenos cómplices de los lectores que son, se desnudaban sin tapujos que los libros buenos se quedan en los locales. La explicación del porqué de esa oferta está en los extremos: aquí nos mandan lo que no se vende y lo que se vende mucho, lo más comercial. Allí una de las razones de por qué el filósofo Zygmunt Bauman y el ídolo de los adolescentes Harry Potter se apuntan como estrellas en las ventas.

El presidente de la Cámara del Libro, Fabián Luzuriaga, lo reconoce. “El hueso es un mal que tiene toda feria, no solo la de Quito. Y la verdad es algo que la Cámara no puede controlar. El socio tiene libertad de llenar con lo que mejor le parezca y  algunos aprovechan el espacio para deshacerse del hueso. No podemos imponerles qué ofrecer”.

Si Libri Mundi y Mr. Books llegaron así a la feria, quien no haya asistido puede imaginar las estanterías de las librerías más pequeñas o institucionales. La Flacso o la Universidad Andina también llevaron sus huesos académicos, los mismos que vienen sacando en los últimos cuatro o cinco años.

En medio de una suerte de agonía de la oferta editorial, en el segundo piso, editorial Planeta o el Fondo de Cultura Económica se constituían en un respiro: no es que olvidaron el hueso de sus bodegas, sino que también se preocuparon por llevar algo de carne, novedades y propuestas inteligentes que no llegan a la masa, pero sí a un público más formado, exigente y crítico. 

“Cada empresa tiene sus estrategias comerciales. Algunos incluimos las novedades y también el libro de bajo costo para un segmento importante”, explica ahora Oswaldo Obregón, el representante en Ecuador de Editorial Planeta.

Las charlas de los invitados, los conversatorios, las proyecciones de películas o los lanzamientos de libros con la presencia de sus autores son, de alguna manera, el lado positivo de una tragedia que ya angustia a los mismos organizadores. Este año, entre otros, llegaron a Quito los colombianos Héctor Abad Faciolince (ficción) y Alberto Salcedo Ramos (crónica); los cubanos Víctor Rodríguez Núñez (poesía) y Senel Paz (guionista) o la española Belén Gopegui (novelista).

Improvisación

Dos semanas antes de la inauguración de la novena edición de la Feria del Libro una llamada cambió los planes de medio mundo: lo que durante meses había sido una decisión cambió de un día para otro. Al otro lado del teléfono, se advertía que ya no se realizaría en el centro de convenciones del Parque Bicentenario, sino en la Casa de la Cultura.

¿Por qué? La decisión la tomó el Ministerio de Cultura por un tema técnico, cuenta Luzuriaga. Las consecuencia fue que en menos de 15 días (dentro de los que se cuentan 5 del último feriado) se tuvo que volver a calcular el área para los stands, identificar salones para las charlas, tramitar permisos, contratar transporte, se tuvo que correr… Todo cambió a última hora y 62 stands se armaron contra el tiempo.

Para Oswaldo Obregón, la improvisación fue evidente, pero tener una feria editorial “más allá de que no se haya logrado consolidar una idea, un lugar y un trabajo que tenga cierta calidad” es un mérito.

La responsabilidad, dice, no solo atribuible al síndrome de la última hora, sino a la falta de coordinación de varios actores del sector e incluye a la prensa. “Los medios deberían apoyar la feria, hacerle un seguimiento y no solo hacer las evaluaciones cuando todo ha pasado”. Una googleada le da la razón, hubo más notas de agenda, transcripciones casi literales de ruedas de prensa y boletines, que coberturas con algún esfuerzo adicional.

Las editoriales independientes, que inicialmente iban a ser ubicadas junto al país invitado, fueron a parar al tercer piso del Museo Nacional de la Casa de la Cultura.

Luzuriaga reconoce que hubo improvisación, pero también “otros factores”. Por ejemplo, cita las presentaciones en el Teatro de la CCE de los comediantes Julio Sabala y Andrés López, así como el partido de la selección con Venezuela y hasta la visita del presidente chino Xi Jinping. “Parece mentira, pero eso incidió en una menor afluencia”.

Un cálculo preliminar del Ministerio de Cultura y de la Cámara establece que la asistencia a la FIL 2016 se redujo en un 18%. Es decir, unas 14.000 personas menos que en el 2015 (cuando llegaron 80 mil).

Mónica Varea, de la librería Rayuela, no participó en la Feria del Libro porque no estuvo de acuerdo ni con la organización ni la concepción. “Veo que la Cámara del Libro se sienta cómodamente a esperar que el Ministerio (de Cultura) le dé una dádiva; es decir, le dé un espacio improvisado, le cambie el lugar días antes, le haga la agenda… Y el Ministerio, finalmente, hizo lo que buenamente pudo”.

Ella sostiene que el tema financiero es importante pero no determinante. Según la Cámara del Libro, el presupuesto que tuvo el Ministerio de Cultura para la feria fue de $ 600 mil, pero hasta el cierre de esta edición ningún funcionario de esta cartera de Estado contestó al pedido de una entrevista.

Oswaldo Obregón también identifica un problema institucional. “Los ministros han cambiado mucho y cada uno tiene que volver a hacerlo todo”.

En casi diez años han pasado por el Ministerio de Cultura nueve ministros: Antonio Preciado, Galo Mora, Ramiro Noriega, Erika Silva, Francisco Velasco, Francisco Borja, Guillaume Long, Ana Rodríguez y Rául Vallejo.

El promedio de la máxima autoridad estatal de la cultura es de 13 meses en el cargo. A pesar de las diferencias sobre la FIL, esa realidad lleva a una reflexión compartida por Fabián Luzuriaga, Oswaldo Obregón, Mónica Varea y más gestores de la cultura, las letras y las artes: la organización de la Feria del Libro no puede seguir quedando para la última hora, aislada y sin políticas públicas claras (formación de lectores, promoción de talentos, profesionalización de la gestión, impulso de pequeñas editoriales, consolidación de las grandes empresas, etc.). O se la hace en forma seria y sostenida, con uno o dos años de anticipación, o la agonía de la FIL seguirá carcomiendo las demandas de los lectores que la esperan cada año. (I)