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Once puñaladas en la impunidad | El Diario Ecuador

 Desde un local de venta de comida preparada, José cuenta que su hermano era fisioterapeuta y trabajaba en el Hospital Militar de Cuenca, ciudad en la que realizó la rural y en la que tenía ya cerca de diez años.

La historia es así: Un 30 de agosto del 2012 José no fue a trabajar. Una hermana que lo acompañaba -Gema Villamar- y quien vivía en la parte alta de la misma casa, fue a ver qué pasaba. Como la puerta estaba cerrada con seguro, le pidió a un niño vecino que se asomara por una claraboya que daba al baño: el menor de edad, horrorizado, le contó lo que veía. En el baño, el cuerpo de José ya no era parte de este mundo. Estaba todo ensangrentado y con varias heridas en su cuerpo.

“El informe de Criminalística dijo que a mi hermano le habían dado once puñaladas. Al parecer se trató de un robo, porque algunas de sus pertenencias no estaban, como sus joyas y una computadora”, recuerda José, mientras revisa los papeles que detallan la historia de su hermano, un profesional que había reunido muchos amigos allá.

Solo un sospechoso, hijo de un general, fue apresado, pero sospechosamente también, fue puesto en libertad a las tres horas.

“Nosotros contratamos a un abogado de allá mismo que nos presentaron, pero todo quedó en nada”, explica José, de 39 años.

Ese “quedó en nada”, según él, se dio por varias causas: el abogado les pidió 6 mil dólares, de los cuales sólo reunieron la mitad; tenían que viajar a Cuenca de forma seguida y no había siempre los recursos. Aparte de estas causas, hubo el convencimiento de que el abogado y el fiscal del caso se “vendieron”.

“El abogado ya ni nos contestaba las llamadas. Pasaron quince días, fuimos a buscarlo a su despacho, y no estaba. Mi mamá entonces decidió dejar todo en manos de Dios”, cuenta José, quien agrega que a su hermano enterraron en Tosagua, de donde todos son oriundos.