Inicio Educación La importancia de la formación, hoy y siempre

La importancia de la formación, hoy y siempre

La formación tiene muchas facetas, muchas maneras de ser observada y estudiada y su naturaleza y propósito es de difícil definición. Su concreción en forma de mejoras del sistema educativo tampoco es sencilla.

La formación siempre ha sido muy importante para las personas y para el conjunto de la sociedad, pero su importancia no es homogénea en el tiempo y se ha ido desplazando conforme cambiaba la organización económica y el contexto social. Dicho de otro modo, lo que se espera de la formación, no es ni ha sido lo mismo a lo largo del tiempo ni en diferentes ámbitos geográficos. Tampoco es fácil de diagnosticar. De hecho, no es fácil ni de observar ni de capturar. La consideración de los conceptos información, conocimiento, habilidades, competencias, formación teórica, formación profesionalizadora, formación en valores, ya nos advierte de la dificultad de captar las diferentes circunstancias, naturaleza, e intención de la formación.

Si además de proponernos entender lo que significa la formación, queremos estudiar su importancia en sus diferentes acepciones para un territorio determinado, habría que tener claras las preguntas a las que queremos responder. De entrada, pensando en la formación universitaria, nos podríamos plantear las siguientes preguntas: ¿Cuál es la importancia de la universidad para el bienestar del conjunto de los habitantes del territorio? ¿Cuál es su importancia para el desarrollo personal de los diferentes segmentos de la población? ¿En qué medida contribuye la formación universitaria a la igualdad de oportunidades? ¿Qué parte del desarrollo económico y/o social es posible atribuir a la formación universitaria de grado, máster o doctorado? ¿Cuál es la contribución de la formación a la construcción de los hábitos cívicos en el comportamiento de los ciudadanos?

En el ámbito de la relación universidad sistema productivo, también podríamos preguntarnos si la formación contribuye a rebajar el paro, si con su tarea investigadora la universidad ayuda a mejorar el capital humano y la innovación de las empresas locales, si coopera en la difusión de la cultura emprendedora que llevan a la creación de empres basadas en el conocimiento y si la calidad de su formación influye de forma significativa en la atracción de talento Estas preguntas que hemos escogido para ilustrar la importancia de la formación no están escogidas al azar, es decir son “innegablemente importantes”. El desarrollo personal es importantísimo, la construcción de una cultura cívica también, el desarrollo de la persona que la capacite para aprender es más que sustantivo, la adquisición de destrezas profesionales es muy aconsejable para la persona y una exigencia de los empleadores tanto públicos como privados. Lo mismo diríamos de las preguntas relativas a la relación universidad – sistema productivo. Es pues evidente que, en su conjunto, la mejora en estos diferentes ámbitos en que la formación actúa es “sustantiva e importante” y cabe poca duda de que es el camino para aumentar la capacidad del país de incrementar el valor añadido y, con ello, aumentar los salarios promedio y rebajar las tasas de paro.

Algunas – pocas – de estas preguntas pueden responderse directamente con indicadores fáciles de obtener. Se trata de aquellas que pueden responderse combinando las cifras relativas a los efectivos o a determinados outputs (como por ejemplo número de alumnos y el número de licenciados). Sin embargo, para la mayoría de las preguntas, no disponemos de indicadores que respondan directamente. Estos otros indicadores más o menos indirectos nos suministran pistas cuantitativas que nos permiten hacernos una idea de la situación de la universidad en relación con la pregunta, pero ciertamente no la responden.

Con unos cuantos indicadores de los efectivos y de parte del output podemos ya llegar a la conclusión de que la universidad es importante, pero como el conjunto de indicadores no responden directamente a las preguntas que hemos plateado es complicado que la información obtenida a través de estos nos conduzca a la acción. Es decir, no es fácil trasladar las preguntas sobre la importancia de la universidad a indicadores y tampoco es fácil trasladar el diagnostico suma de los indicadores a instrumentos eficaces de política educativa.

Los diferentes propósitos a los que nos lleva la lógica de los indicadores a veces se nos antojan contradictorios, y los instrumentos que con el diagnostico en la mano nos parecen razonables a menudo son técnica y socialmente imposibles de implementar. Cualquiera que se haya acercado a la gestión del sistema educativo sabe que cambiar su organización es complejo y socialmente comprometido. Dicho de otro modo, el diagnóstico cuantitativo es difícil de hacer y pasar a la acción es todavía más complicado.

Tenemos las preguntas relativas a la importancia de la formación en la universidad, nos aproximamos a las respuestas, pero no sacamos de ellas una guía detallada para la acción. La importancia de la formación es reconocida pero la administración del sistema parece que ha de ser inevitablemente deficiente. Esta situación no nos debe llevar al desánimo, es común a los diferentes sistemas educativos. Sin embargo, a algunos sistemas educativos universitarios les sale mejor que a otros. Hay que empezar sabiendo que “un país con gente «formada» progresa más y más

deprisa que un país donde sus habitantes carecen de la formación tanto en número como en calidad. Por lo tanto si bien mejorar el sistema educativo es complicado sabemos que es posible. Podemos acercarnos al diagnóstico con unos cuantos indicadores relevantes, podemos compararlos con los de nuestros vecinos a los que objetivamente les sale mejor y podemos copiar inteligentemente sus buenas prácticas.

Veamos qué nos dicen nuestros indicadores de efectivos y de output y qué responden a las preguntas ¿Cuál es la proporción de universitarios de matriculados en educación superior? ¿Es significativo el número de alumnos de grado, máster y doctorado matriculados en las universidades españolas? ¿Cuál es nuestra situación en comparación a la de los países de la OCDE?

Pues bien, la ratio de matriculados en educación superior en España respecto a la población ha crecido hasta superar el 40 por mil, desde el menos de 30 a principios de 1990. Este dato actual español supera el valor de los países de nuestro entorno (Francia, Alemania, Italia, Reino Unido).

Estos indicadores no responden directamente a nuestras preguntas sustantivas. Con estos números en mano no sabremos lo que los exalumnos han aprendido en la universidad en relación con las necesidades de los ocupadores o cuánto han mejorado en la comprensión de sus obligaciones de ciudadanos, pero sí sabemos cuántos han ido a la universidad y por exclusión los que no han ido. Entendemos que ir a la universidad y disponer de un título es, en sí mismo, una mejora para el sistema y para las personas. Dicho de otro modo, sabemos la densidad de universitarios en el país, y con la cifra evaluamos su importancia con una regla de tres diciendo: «Si la densidad de universitarios en nuestro país es semejante a la de los más desarrollados, y estos han precisado de altos porcentajes para asegurar su bienestar y nosotros los hemos alcanzado, en principio ¡será una buena señal!”. Si además observamos la velocidad y calidad media (dato este último que intuimos) con que lo hemos conseguido, hemos de concluir que el esfuerzo ha sido positivo y ha valido la pena.

La segunda serie de indicadores nos muestra la posición de los titulados en el mercado de trabajos referidos al año 2017. Por una parte, diagnosticamos la mayor capacidad de los titulados universitarios de encontrar trabajo en relación con el resto de los colectivos. Y por otra el marginal positivo de sus salarios en función del nivel de titulación; situación que finalmente se resume en la frase «a mayor formación mayor y mejor empleo».

Más en concreto, según datos del 2017 la tasa de empleo de los graduados superiores en España (población de 25 a 64 años) es del 80,9% frente al 55,5% de los que tienen como máximo estudios obligatorios o el 70,2% de aquellos con un nivel de estudios postobligatorios no terciarios (bachillerato, ciclos formativos de

grado medio). En tasa de paro, los porcentajes respectivos son del 9,3%, 23,4% y 15,1%. En términos de ingresos por el trabajo realizado, un graduado superior obtiene unas ganancias más de un 50% superior a las de un titulado en estudios postobligatorios no terciarios (más del doble que un trabajador con estudios obligatorios como máximo). Parece pues que el hecho de ser universitario está premiado por el mercado de trabajo. Otra buena noticia para los universitarios. No sabemos el nivel de divergencia entre los conocimientos y habilidades, etc deseados por el ocupador y los que han adquirido los titulados durante su paso por la universidad pero sabemos que el marginal es positivo.

Finalmente, consideramos algunos indicadores en el ámbito de la relación de la universidad con la demanda de I+D+i (lo que da una idea de su aportación al stock científico y tecnológico y a la innovación). Según datos del 2017, el 27% del gasto en I+D total español y el 37% del personal en I+D se deben al sector de la educación superior. Asimismo, casi una quinta parte de las solicitudes de patentes nacionales realizadas por España están participadas por universidades; y en algo más del 55% de las publicaciones científicas españolas en el periodo 2012-2016 han participado las universidades.

Con esta información de la relación “universidad–sistema productivo y sistema ciencia y tecnología” disponemos de una información incompleta. No sabemos cuánto aporta la R+D+i al valor añadido, pero sí que seguro que no es negligible.

En resumen, la importancia de la formación, por su propia naturaleza, es difícil de calcular y las políticas de mejora son complicadas de implementar. Sin embargo, cualquiera de los análisis que realicemos, concluyen con evidencias de su importancia. No hace falta ser muy precisos para descubrir la importancia de la reducción del fracaso escolar en la ESO como la importancia de la mejora de los planes de estudio en las universidades o del enfoque a la demanda de sus actividades.

Para terminar, añadiremos una reflexión que viene al caso. Si con el solo desarrollo del sistema universitario en los últimos años, y al dotar a España de un colectivo de titulados superiores homologable con los países de nuestro entorno y de una organización universitaria que crea conocimiento y lo difunde como nunca habíamos conseguido, se ha mejorado sustancialmente, imaginemos el camino que podríamos transitar mejorando el detalle del sistema universitario observando y adoptando buenas prácticas de nuestros vecinos.

Es verdad que no disponemos de indicadores que respondan directamente y con precisión a nuestras preguntas, pero, si con los indicadores relativos a los efectivos y al output la universidad ya se nos como muy importante, ¡imagínense ustedes si entrásemos en detalle!»

Francesc Solé es vicepresidente Fundación CYD