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Youtube, otro catalizador del cambio educativo

La familia y la escuela son dos grandes termómetros del momento social. Dejaremos de lado la primera institución, hoy no toca, para centrarnos en la segunda. Un colegio es la base de la pirámide de un sistema cuyo colofón, muchos años después, es el acceso al mercado laboral. Esta base ha perdurado durante décadas con ligeros retoques que no afectaban al bastidor: matemáticas, geografía e historia; lengua y literatura; gimnasia y (a veces) hasta música han compuesto el repertorio de conocimientos oficialmente necesario para ser un adulto competitivo en un entorno complejo. En realidad, la diferencia entre la educación recibida por nuestros padres (nacidos en los años 50 y 60) y los miembros de la generación X es escasa. La brecha se abre con los millennials y se amplifica con la generación Z a rebufo del tsunami tecnológico, aunque la escuela, como casi cualquier elemento sometido a decisiones colectivas, reaccione es sus propios tiempos, que suele ser demasiado despacio.

Desde que Steve Jobs presentase hace no tantos años, en 2007 el primer iPhone, muchas cosas han cambiado en el mundo exterior. El ser humano ha desactivado la memoria a largo plazo porque ya dispone de esa despensa (multiplicada por un millón) en la vasta pradera de internet. La atención, antiguamente monolítica, ha mutado por completo hasta convertirse en un halcón que vuela de un elemento al siguiente en cuestión de segundos o incluso milisegundos. Incluso el amor y la amistad se escriben parcialmente en un código inédito. Es obvio que la formación también participa de esta disrupción.

Como casi siempre, el toque de atención lo ha dado una red social. Youtube es quizás la mayor fábrica de videos del planeta. Constituye, precisamente por ello, una mina infinita de recursos (más que de conocimientos) que pueden adquirirse al precio de una conexión a internet. Decimos toque de atención porque el rodillo youtuber ha generado una reacción en cadena cuyo efecto más reseñable se observa, por fin, en la universidad. Las instituciones educativas han entendido el desafío al que se enfrentan y se han puesto manos a la obra. Tiene sentido: en una era marcada por la velocidad y la multitarea, la flexibilidad se revela determinante. No, el prestigio no se pierde con la digitalización; el prestigio busca nuevas formas de encontrarse. Y en esta muda todos (instituciones, profesores y alumnos) han de aprender a desaprender viejos métodos para abrazar nuevas formas.

Tal vez la regla de oro de esta etapa incipiente sea que ya no existe ninguna regla de oro, o al menos no en estos momentos. Como incluso la ley de Moore se queda corta, el aprendizaje no terminará nunca, de modo que el mejor ya no será el más enciclopédico como en etapas anteriores, sino el más ágil y adaptable. Todos seremos estudiantes hasta el final, abriéndose así un paisaje distinto. Ya no existen las barreras ni las distancias, aquel profesor tan prestigioso estará a través de la pantalla en el salón de casa o en el vagón del tren o a dos pasos de la playa, y la excusa, de existir alguna, no será nunca más lo imposible de cumplir un nuevo sueño.