Inicio EEUU 24 horas en el corazón de Unicef

24 horas en el corazón de Unicef

La actividad empieza bien temprano; a las ocho de la mañana las puertas ya llevan rato abiertas y el ajetreo va en aumento. Algunos como Christine Nesbitt ya habrán leído sus correos “desde la cama”. La responsable del departamento de fotografía aclara: “Nos mandan imágenes desde cualquier huso horario”. Café en mano, los empleados van llenando las 15 plantas del edificio, los despachos separados con biombos al más puro estilo años ochenta, las salas de reuniones, la cafetería… Los seis ascensores se hacen esperar en la hora punta de la mañana. El tiempo que tardan en llegar desde que se pulsa la planta a la que uno se dirige, bien se puede aprovechar en un lavado de manos con el bactericida en los dispensadores junto a las puertas (y en los baños). La higiene es una de las banderas en las campañas del organismo para evitar enfermedades. Y en su sede no iba a ser menos.

A las 8.45, la española Paloma Escudero, responsable mundial de comunicación del organismo, tiene una reunión con el director ejecutivo, Anthony Lake, y los jefes de las divisiones de Programas, Recaudación de Fondos, Operaciones y Gabinete. “Son 30 minutos”, explica. “Yo ya traigo preparados los temas candentes de la prensa mundial cada día sobre los derechos de la infancia». Y los enumera: «Ahora son los refugiados, las migraciones… que en los conflictos no se respeta la legislación humanitaria… ¡se bombardean escuelas!»; la violencia, sobre todo la sexual, la de género, el acoso por Internet…; la discriminación de la infancia excluida…”. Pero el asunto estrella en los últimos años, asegura, es la seguridad. O más bien la falta de ella por el creciente desprecio que diferentes grupos muestran hacia el trabajo humanitario y quienes lo ejercen. “Al menos 100 personas de la organización pueden ser destinadas en cualquier momento a un destino con nivel 3 de riesgo, el máximo grado de inseguridad en el que están Yemen o Siria en la actualidad”, aclara Escudero.

Desde el Centro de Operaciones de la División de Programas de Emergencia, en la segunda planta de la sede central, un equipo de una decena de personas controla exactamente la situación del personal de Unicef en el mundo. Vigilan aquellos «contextos» con mayor inestabilidad política, y si el tiempo amenaza con causar una catástrofe. “Somos como el 112 también para el personal”, comenta Sean Mc Donald, el jefe del departamento. “Estamos atentos por si hay un secuestro, un ataque, un incidente…”, añade. Pero no solo velan, ni mucho menos, por la seguridad de sus colegas en terreno, matiza veloz. “Desde el punto de vista humanitario, nuestra labor consiste en facilitar una respuesta rápida ante una crisis, por ejemplo, un terremoto. Avisamos, establecemos una estrategia de respuesta y somos el nexo entre la sede central y las oficinas en el terreno”, detalla mientras señala las distintas pantallas que cuelgan de la pared con todo tipo de información, desde las noticias de Al Jazeera hasta un mapamundi que refleja la situación meteorológica mundial.

Esta sala es el nexo de unión entre la palpitante Manhattan y lo que ocurre a miles de kilómetros, en los 128 países en los que está presente Unicef, allí donde los niños padecen desnutrición o sufren abusos. Bia Albernaz forma parte del equipo que tiene los pies en la isla estadounidense y la cabeza en el resto del mundo. Por ejemplo, leyendo la prensa local de los lugares pertinentes o revisando las redes sociales para tratar de detectar posibles estallidos de violencia o predecir lo imprevisible.

Al menos 100 personas de la organización pueden ser destinadas en cualquier momento a un destino con el máximo grado de inseguridad

Paloma Escudero, directora de Comunicación

Pero hay otras vías de entrada de información. Planta seis. La pantalla avisa que vendrá el ascensor D para subir a la Unidad de Innovación. Creada hace menos de una década, en 2007, esta división se nutre de un equipo joven con amplia presencia española, en parte procedente de la empresa privada, para crear y aprovechar las novedades tecnológicas en favor de la infancia.

Allí, con perceptible orgullo, Dana Zucker explica el programa U-Reportes. Y no es la única que lo destaca en la casa. Desde Anthony Lake, el director ejecutivo, hasta la oficial de comunicación de este departamento, hablan de él como se hace de los hijos predilectos. Este sistema de recogida de testimonios y encuestas a través de mensajes gratuitos de texto enviados por teléfono móvil –gracias a acuerdos con compañías de telecomunicaciones– es el invento en marcha más querido por el equipo. Casi tres millones de reporteros por el mundo, predominantemente varones de entre 15 y 35 años, envían sus crónicas desde terreno. “Un día, nos empezaron a llegar rumores de que en una zona de Liberia se podrían estar dando casos de abusos sexuales en la escuela. Así que lanzamos una encuesta a los U-Reporters en el área y nos respondieron que sí, que existía tal problema, y se pudo avisar a las autoridades”, explica Zucker con entusiasmo mientras maneja la herramienta en su ordenador. Hace click aquí y allá con soltura difícil de seguir dado el sinfín de datos.

“Mi parte favorita del día es leer estos artículos. Te das cuenta de lo importante que es para ellos lo que hacemos y tener un espacio donde expresarse. Esto es parte de un puzzle muy grande. Hay reuniones de alto nivel y Unicef está donde están los líderes, pero también en lo local”. Habla Katarzyna Pawelczyk del programa del que es encargada: formación de blogueros Voces de la Juventud. Durante tres meses, guía a los seleccionados y les da consejos para mejorar su redacción. El contenido: libre. La mayoría opta por contar sus experiencias, su situación, lo cotidiano. Esta es, según Pawelczyk, una relación de ganancia mutua. Los redactores perfeccionan su estilo y disponen de la inmensidad de Internet para lanzar sus mensajes al mundo. Y en Unicef sienten cercano el lejano terreno.

Robots y drones

Cualquier artefacto es válido para mantener el contacto. Desde Irlanda, Suad Aldarra, interviene en una reunión con los colegas del equipo de Ciencia de la Unidad de Innovación. A pesar de la distancia, Aldarra se mueve entre sus compañeros Alex Rutherford y Manuel García Herranz en Nueva York. Una pantalla con su cara y una cámara, sobre un listón metálico con ruedas facilita su participación activa. El robot puede moverse o pivotar e incluso trasladar a la trabajadora de una habitación a otra en tiempo real si la conversación cambia de emplazamiento.

U-Reporters es un programa para que personas de todo el mundo manden mensajes de textos gratis contando su situación o contesten a encuestas lanzadas por Unicef

Quizá Aldarra necesite ir rodando al cubículo contiguo donde Allison Burtch evalúa las posibilidades que tienen los drones para ayudar a los niños. “Vimos que podíamos usarlos de tres maneras. Para emergencias, donde ya se están usando. Para conexiones: llevar WiFi e Internet a zonas remotas. Y para transporte de bienes, por ejemplo, allá donde las carreteras son imposibles. Veremos grandes programas con esta tecnología, que de momento, está poco explotada”, detalla. “Todo lo que desarrollemos aquí es open source (código abierto), es decir, cualquiera lo puede escalar y adaptar. No estamos aquí para crear soluciones que estén disponibles solo para unos pocos”, añade.

Para que pequeñas empresas y emprendedores locales se puedan beneficiar del conocimiento y los fondos disponibles en el número 3 de la UN Plaza de Nueva York, Unicef ha creado el primer fondo de innovación dentro del sistema de Naciones Unidas para la financiación de startups tecnológicas de código abierto. En febrero y julio de 2016 lanzaron una primera convocatoria, y el pasado 21 de noviembre anunciaron en su página web la primera seleccionada, la sudafricana 9Needs, que “habilitará digitalmente los programas de desarrollo infantil temprano en Sudáfrica” y recibirá 100.000 dólares (unos 93.500 euros) para desarrollar su plataforma piloto.

“La idea de éxito es que lo que las compañías prueben que algo funciona y se pueda replicar. Unicef normalmente trabaja con Gobiernos, pero ahora también con startups. «Esto muestra la dirección para trabajar en el futuro”, apunta Burtch. En este sentido, el español Manuel García Herranz, ya acabada la reunión con el robot de Aldarra y con un sándwich sobre la mesa, concluye: “Querer unir a científicos de datos, con el sector privado y con una agencia de la ONU… es darse cuenta de que el mundo ha cambiado”.

García Herranz no desaprovecha la ocasión para hablar de sus progresos, por ejemplo, para que el sector privado comparta información sobre sus clientes y mejorar así la ayuda. “Somos muy buenos para pedirles dinero, pero no para compartir datos. Si alguien puede conseguirlo, es Unicef”. Habla del proyecto Magic Box, una plataforma para que empresas y Gobiernos compartan información y combinarla para ayudar a los programas de desarrollo. Desde los viajes reservados a través de una agencia, para estudiar y quizá predecir la expansión de enfermedades; hasta el parte meteorológico. Esta utilidad del llamado big data aplicado al desarrollo y al trabajo humanitario es aún una idea en pruebas. Tiene que salvar dos grandes escollos: la privacidad y el paso de los números a la acción.

Es la hora de comer según la costumbre estadounidense. En un despacho tres plantas más arriba del área de trabajo de García Herranz, un equipo de comunicación debate sobre cuál será la estrategia para la campaña del día de lavarse las manos… y ya de paso el del retrete que ya se avecina. La sede de Unicef es una reunión constante. Casi todo el mundo por los pasillo dice ir a una, o se encuentra ya en otra en los pequeños cubículos que comparten entre varios, en la cafetería o, por qué no, en el exterior, en las mesas del parque que hay en la calle, a escasos metros de la puerta principal. Con buen tiempo, allí es fácil ver a miembros del abultado equipo tomando café, comiendo y/o debatiendo sobre el avance del virus Zika por América Latina. O todo a la vez. En invierno, según cuentan ellos, se suben a la terraza, donde las vistas de la ciudad acompañan cualquier conversación. Si nieva, quizá hasta se distraigan allí un rato lanzándose unas bolas. Pero hoy en la plaza hace sol.

Cualquier lugar es bueno para una reunión: un despacho, una sala, la cafetería y hasta el parque en la calle

¿Cómo comunicar la importancia de lavarse las manos? ¿Y de defecar en un retrete? Toda idea parece ya tratada y contada. Toca pensar algo nuevo. En viejas butacas de cuero que contrastan con las sillas de oficina, cinco miembros del equipo de comunicación que dirige Escudero siguen con sus deliberaciones. “Mirad este vídeo de India”. En la pantalla de uno de los ordenadores, un señor disfrazado con mayas azules canta mientras se enjabona.

De repente, se abre la puerta. “Va a empezar la fiesta”, interrumpe y anuncia la australiana Harriet Dwyer, del equipo de comunicación. Lleva relativamente poco tiempo en Unicef y ya sueña con irse al terreno porque allí será más útil, piensa. “Quizá dentro de un par de años”, vaticina. Ella inicia su carrera en Unicef mientras que Rita Wallace, la homenajeada en la celebración anunciada, la termina tras 32 años de servicio. Los congregados en la sala junto a la entrada del edificio picotean la comida servida para la ocasión. “Se hace siempre que alguien de la casa se jubila”, comentan. El mismísimo Anthony Lake, director ejecutivo del organismo, baja de la plata 13 donde se encuentra su despacho para despedirse de Rita, que recibe emocionada una placa conmemorativa. “Es una histórica”, repiten los coetáneos con nostalgia y los más jóvenes con admiración, rodeados por doquier por mensajes escritos por niños, dibujos pintarrajeados por niños y fotografías de niños. El aviso constante de para quiénes trabajan.