Inicio EEUU Michael H. Miranda: “No me interesa el diario como laboratorio”

Michael H. Miranda: “No me interesa el diario como laboratorio”

Qué cabe en un diario, qué limita, qué ficciona, qué cuenta… Leyendo Diario de Olympia Heights, de Michael H. Miranda (Cuba, 1974), editado hace un año por Casa Vacía me hacía parecidas preguntas. Y no solo por lo que el libro revela (sobre la vida privada y sobre la privacidad de la escritura), sino por esa otra zona donde, pienso, Diario se inserta. Una zona que tiene más que ver con el transgénero que con lo cotidiano, más con el goce, la biblioteca y el camouflage que con los estereotipos.

Entrar en Diario de Olympia Heights es, además de recorrer lecturas y obsesiones, entrar en cierta zona íntima: relaciones de pareja, complicidades… ¿Existe el límite entre lo privado y lo íntimo en un diario?

Con seguridad sí, pero es una muy delgada línea y temo que fijar demasiados límites vaya contra la naturaleza misma de la escritura diarística. En lo personal, no me interesa el diario como laboratorio, sino apenas como muestrario o acaso como eco o rezago de alguna posible conversación que ya ocurrió. A fin de cuentas, también puede ser un desvío de la ficción o ficción misma, por qué exigirle al diarista apego a la verdad. Una vez escrito, dejó de ser tuyo. Quién habla ahí, a quiénes le pasaron esas cosas, qué va a sacar en claro un lector de todo eso.

Se dice que el diario es el género de la modernidad. Y si bien es cierto que en su tejido están siempre los mimbres de lo contemporáneo, su moldura no cambia. Son tiempos de sobreexposición y si vamos a ser contemporáneos, el diario podría ajustarse a ello a la perfección.

¿Cómo definirías lo contemporáneo en el mundo literario cubano?

Lo contemporáneo no es más que la forma en que leemos la tradición y la que a mí me interesa es la que problematiza. No hay que romperse mucho la cabeza para intentar definirlo y menos en un contexto tan raro como el cubano, siempre tan en los márgenes.

El próximo gran premio internacional a un autor cubano será para alguien que no se inscribe en esa corriente y como casi siempre sucede habrá que buscar lo verdaderamente agónico y revelador en los bordes de una página que se perdió en la papelera.

¿Establecerías algún paralelo entre tu libro y los diarios de Lorenzo García Vega, uno de los pocos que ha creado una estética de la escritura-diario en el mundo cubano?

De Lorenzo en ese momento recuerdo que me había acabado de leer Cuaderno del bag boy e intentaba avanzar un poco más con El cristal que se desdobla, que recién lo había adquirido en Guadalajara. De manera que tenía fresca una experiencia de lectura que ha sido de las más reveladoras para mí.

Yo diría que en ese sentido sí, pero no a nivel estilístico, desde luego, sino sólo en lo que atañe a una lectura atenta y a un afecto. Tiene que ver más con David Markson a nivel conceptual, si se quiere. El Diario de Olympia Heights surge sin ningún tipo de plan ni idea previa. Para fines del año 2016 estuve unos días en Miami mientras el resto de la familia hacía un corto viaje a Cuba. Me dediqué a visitar amigos y librerías y a observar con un poco más de atención lo que sucedía alrededor. Un cajón de sastre donde incluyo notas que siempre voy tomando en el teléfono, ideas, el germen de algunas historias, situaciones de distinto tipo y que la Editorial Casa Vacía tuvo a bien publicar.

¿Pudiera decirse entonces que ese Yo que aparece en Diario es fictivo, o responde más al que tú territorializas día a día?

Tiene más de lo segundo pero no en un sentido estricto. La mayoría de las historias que ahí se cuentan son reales, las escenas en el aeropuerto, en la casa donde me quedaba y las visitas a amigos son bastante fieles, así como algunos recuentos memoriosos.

Alguien ha notado cierta correspondencia de estilo entre esos dos últimos libros, el Diario y Asilo en Brazos Valley, siendo ambos de distinto género, una palabra que debería ir entrecomillada. Es posible en tanto el diario fue escrito durante un breve receso en la escritura de Asilo y quizás se verifique ahí que escribir es eso, añadir folios a un mismo libro.

Sólo que en Asilo, que es como mi barroco privado, las proporciones se invierten, y lenguaje y ficción alcanzan un peso que el Diario no tiene.

¿Continúa el diario?

Como no soy novelista a la vieja usanza, el diario vendría a ser la novela de mi vida. Y una vez que te decides a narrarla sólo paras cuando todo acaba.