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Migrantes llegan a EEUU con pruebas de violencia en casa

Un miembro de la pandilla MS-13 le dejó ocho mensajes en el celular de Brenda Méndez, exigiéndole que entregue a su hijo adolescente o de lo contrario sus dos hijos serían desmembrados. «Te voy a mandar cada dedo que les voy a cortar. Vas a ver qué le pasa a tu hijo», dice uno de los mensajes.

«O vienes o estás muerta. Sabemos de Gustavito, sabemos de tu bebé. ¿Qué cara…? ¿Quieres que a él le hagamos picadillo también?».

La familia pronto después huyó de Guatemala con esperanzas de llegar a Estados Unidos, pero no sin traer consigo los mensajes grabados y una copia de la denuncia policial que Méndez presentó contra el pandillero, conocido como «El Gato».

Muchos migrantes están haciendo lo mismo. En momentos en que el gobierno del presidente estadounidense Donald Trump está dificultando el proceso para recibir a solicitantes de asilo, muchos refugiados han tenido la precaución de tener consigo pruebas de los peligros que corren en casa. Los traen en carpetas de plástico protector y en muchos casos es lo que único que llevan consigo aparte de la ropa que traen puesta.

El 1 de julio, la familia Méndez esperaba en el lado mexicano de la frontera, en el puente que lleva a Brownsville, Texas. Incluso con la evidencia que traían consigo, era poco probable que sus gestiones prosperen, luego que el secretario de Justicia, Jeff Sessions, declaró que la violencia de las pandillas y la violencia doméstica no son razón suficiente para que obtengan asilo en Estados Unidos.

Sin embargo, Méndez no se desanimó. Sabía además que existía la posibilidad de que las autoridades estadounidenses la separaran de su esposo y de sus hijos, de 9 y 14 años. Sabía que ellos podrían terminar detenidos. Sabía que tendrían que defenderse en un sistema judicial extranjero, en un idioma que no conocen.

Con todo, «si esto le salva la vida a mis hijos, no me importa más nada», dijo al mostrar los contenidos de la carpeta que su esposo, David, guardó celosamente durante la odisea de 2.000 kilómetros (1.200 millas) y que contenía certificados de nacimiento, títulos de propiedad y la copia de la denuncia policial.

Con una sonrisa taciturna, le mostró a un reportero de The Associated Press los mensajes grabados en su teléfono celular.

Para fundamentar sus pedidos de asilo, muchos migrantes traen grabaciones de audio, fotos de crímenes, documentos policiales e incluso informes forenses: cualquier cosa que pueda dar credibilidad a sus aseveraciones de que no pueden regresar a su país por el peligro que corren allá.

Tales evidencias son cargadas a través de desiertos y ríos, a veces durante meses o años, pues pueden marcar la diferencia entre poder quedarse en Estados Unidos o una deportación súbita.

Las pruebas son cruciales para las entrevistas con los agentes de inmigración en las que se trata de averiguar las razones por las cuales el extranjero está pidiendo asilo. Los interrogatorios, realizados por empleados del Departamento de Seguridad Nacional, constituyen el primer filtro en un largo proceso para determinar si un individuo merece el asilo.

Mamadou Aliou Barry, de 17 años, pasó tres años en una odisea por barco, por autobús y a pie desde Guinea, en el occidente de África, hasta el cruce de Matamoros, en la frontera entre Estados Unidos y México. Relató que como miembro de una minoría étnica llamada Fula, era perseguido por miembros de la tribu más privilegiada, llamada Malinke.

Antes de partir, narró, su madre le animaba a emprender el viaje e incluso le dio 6.000 dólares que había juntado de familiares y vecinos.

En el puente que cruza el río Bravo, entre Estados Unidos y México, Barry contó que durante gran parte de la travesía estuvo acompañado de otro joven, que venía de Guinea-Bissau, pero su amigo se ahogó cuando cruzaban un río en la selva de Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá.