Inicio EEUU Newtown está “aún en carne viva” cinco años después de la masacre

Newtown está “aún en carne viva” cinco años después de la masacre

Todavía hay recordatorios tangibles de la masacre por ahí. En la puerta del merendero Blue Colony, junto a los dispensadores de dulces por 25 centavos de dólar, una calcomanía desgastada se aferra al vidrio: un osito de peluche con alas carga a un osito más pequeño en medio de un mensaje que declara que los “26 ángeles” del pueblo están “siempre aquí, nunca olvidados”.

No todos los signos de la masacre que se desató hace cinco años en la escuela primaria Sandy Hook son tan visibles, pero existen: en las características del nuevo edificio de la escuela, como las ventanas resistentes a balazos y las paredes reforzadas, cuyo objetivo es aliviar los temores de los padres aún atormentados por el recuerdo de un hombre de 20 años que irrumpió en el viejo edificio y mató a 20 niños de primer grado y seis adultos con una lluvia de balas.

También está el silencio incómodo que se cierne sobre todas las conversaciones del día a día: en los partidos de fútbol y en los consultorios de los pediatras, donde los médicos se preguntan si los síntomas de sus pacientes se originan en el trauma. El pueblo lucha por encontrar la manera de hablar sobre lo ocurrido. La comunidad desarrolló enseguida una forma corta de referirse a ello: “la tragedia” o “el 14 de diciembre”, la fecha del aniversario, de nuevo aquí. Algunos dicen que saben que se acerca –esta “temporada de duelo extremo”, como la describió una maestra– tan pronto como el sol comienza a ponerse más temprano durante el otoño.

“Está aún en carne viva”, dijo la madre de un niño y una niña que van a la escuela primaria en el pueblo.

“Sencillamente nos sentimos muy ansiosos”, añadió, y se negó a ser identificada por miedo a ofender a los familiares de las víctimas. “No sabemos qué hacer”.

En los cinco años desde el tiroteo que transformó un pueblo bastante anónimo de Connecticut en un lugar muy mencionado en el cáustico debate nacional sobre la violencia por armas, hombres armados han matado a personas en un club nocturno, en un festival de música al aire libre, en un centro de servicios sociales, en cines, en una iglesia en Carolina del Sur y en una iglesia en Texas.

Las muestras de dolor siguen una rutina familiar: vigilias con velas y homenajes improvisados, ofrendas nacionales de pensamientos y rezos, súplicas respecto a hacer más estrictas las leyes sobre armas inmediatamente seguidas de llamados a no politizar una tragedia.

Sin embargo, ver Newtown en el 2017 es ver cómo el dolor permanece y evoluciona, y cómo una comunidad es capaz, aunque sea intermitentemente, de negociar una forma de seguir adelante. Es un proceso incómodo, que implica un frágil equilibrio entre no querer habitar en la pérdida y no querer separarse de una promesa de nunca olvidar.

“Es un equilibrio difícil”, dijo Abbey Clements, quien era maestra de segundo grado en Sandy Hook. Estaba sentada en el frío y la oscuridad afuera de un Starbucks en los límites del pueblo, donde pidió encontrarse con los reporteros para no molestar a las personas que pudieran escuchar. “Nos esforzamos mucho por ser resilientes y fuertes”, dijo. “Y creo que está bien reconocer que todavía nos duele, y que no debemos olvidar nunca. No queremos olvidar”.

El tiroteo hizo un hueco en la sensación de seguridad que cubría Newtown, una tranquila y bucólica comunidad de Nueva Inglaterra, y abrumó a un país que no podía comprender un acto tan depravado como el de acribillar a niños de seis y siete años. Ese día, un emotivo presidente Barack Obama se restregaba los ojos mientras se dirigía a la nación.

Ahora las olas del impacto se han convertido en algo más sutil. Aun así, todavía ondean a través del pueblo, creando círculos concéntricos de angustia, dejando a la gente con distintos grados de pesar y diferentes tipos de batallas. Los familiares de las víctimas están en el centro. Alrededor de ellos están los maestros y alumnos que fueron testigos de la masacre y el caos ese día; luego los policías, el personal que atiende emergencias y los doctores que respondieron al acontecimiento; después, toda la comunidad.

“Es casi imposible hacer la pregunta de cómo le va al pueblo. Depende por completo de a quién se lo preguntes”, dijo David Wheeler, cuyo hijo de seis años, Benjamín, fue asesinado. “Una de las cosas que un evento así hace es que no te cambia, sino que intensifica lo que ya eres. Hay gestos bellos, significativos, considerados y muy amables por todas partes, de gente que conoces y de personas que no conoces en absoluto”.

Un padre encuentra alivio en el activismo

Las 26 familias tuvieron igual número de formas de reaccionar. Algunas se apartaron, buscando espacio y soledad. Otras crearon fundaciones de caridad y recabaron fondos. Y hubo algunos, como los Wheeler, que se lanzaron al activismo.

Este mes, Wheeler viajó en avión y en una camioneta de la iglesia a Grinnell, Iowa, un pequeño poblado universitario a más o menos una hora en auto al este de Des Moines. Fue para mostrar un documental sobre el tiroteo y a una manifestación afuera de las oficinas centrales de Brownells Inc., una empresa de armas cuyo director general, Pete Brownell, fue elegido presidente de la Asociación Nacional del Rifle de Estados Unidos este año.

Sobre la prolongada y plana carretera a Grinnell, el viento empujaba la camioneta mientras pasaba frente a un anuncio espectacular de las armas largas Brownell. Wheeler recargó la cabeza contra la ventana mientras otros que también habían viajado desde Newtown discutían cuál es el mejor lugar para dar dulces en Halloween (cerca del asta bandera, una referencia en Newtown), la carrera del Día de Acción de Gracias y el pronóstico del clima para Grinnell (frío, con viento).

“¿Cuántos años tendría Ben?”, preguntó Mary Ann Jacob, quien era ayudante en la biblioteca de Sandy Hook y ayudó a esconder a más de 12 niños, pidiéndoles que guardaran silencio aunque escucharan los tiros.

“Once”, respondió Wheeler. Ahora Ben iría en sexto grado.

Su hijo mayor tiene 14 años, y lo eligieron para un papel en una obra de teatro de la secundaria. Su hijo pequeño, nacido después de la muerte de Ben, tiene tres años.

Los Wheeler son una de nueve familias, junto con la maestra que recibió un tiro pero sobrevivió, que han demandado a las empresas que fabricaron y vendieron el rifle de ataque estilo militar que Adam Lanza usó en el tiroteo. Después de años de idas y vueltas legales, las familias están esperando la decisión de la Suprema Corte de Connecticut.

Comunidades marcadas por el dolor

William Begg, director de los servicios médicos de urgencias en el hospital Danbury, recordó la “absoluta desesperanza” que sintió cuando llevaron a los pacientes después del tiroteo y lo poco, si acaso, que podía hacerse por ellos. Llevaron a tres personas a ese hospital y dos de ellas murieron.

Desde entonces, ha sido testigo del trauma persistente en el torrente sanguíneo de la comunidad y las distintas formas en que se ha revelado, en especial en los niños que estaban en la escuela y los hermanos de las víctimas.

“Así que”, dijo en la mesa de su cocina antes de un turno en el hospital, “las consecuencias y los daños de la tragedia en Sandy Hook continúan”.

El tiroteo lo motivó a participar en la discusión más amplia sobre la violencia por armas. Le tomó tiempo encontrar su papel, pero finalmente se decidió a declarar la violencia por armas como un problema de salud pública, como el tabaquismo. Ha presionado para que se investigue más y ha señalado que las heridas de rifles de asalto pueden ser más devastadoras que las causadas por armas de fuego menos potentes.

Dos tiroteos recientes le han recordado lo que Newtown ha tenido que soportar: el del concierto al aire libre en Las Vegas y, en especial, el de la iglesia en Sutherland Springs, Texas. Estos lugares enfrentan ahora una situación parecida. “Se me rompe el corazón por ellos”, dijo Begg.

Monumentos por la tragedia

El pueblo planea un monumento permanente, que se colocará en una parcela de dos hectáreas cerca de la escuela. Los lineamientos de diseño emitidos por la Comisión Permanente de Homenaje Sandy Hook describen su esperanza de “un entorno inspirador donde recordar a las víctimas del trágico evento que impactó a la comunidad de Newtown y al mundo”.

Son bienvenidas la simplicidad y las plantas que atraigan mariposas y otros seres vivos. Las referencias al “14 de diciembre” o al número 26, retratos literales de las víctimas y diseños que incluyan equipo para patio de juegos deben evitarse.

“La gente no ha tomado esa postura de ‘¿Alguna vez terminará esto?’”, dijo Kyle Lyddy, presidente de la comisión. “No lo hará. Tenemos que acostumbrarnos a vivir en esta nueva normalidad”.

Conforme se acercaba el aniversario, las luces de Navidad marcaban las líneas de los techos de las casas y las guirnaldas rodeaban los postes de luz a lo largo de la calle principal. Los habitantes se reunieron para eventos de encendido de luces. En la estación de bomberos frente a la escuela primaria –un punto de referencia impreso en el recuerdo de muchos como el lugar donde las familias se enteraron de que sus hijos o familiares estaban muertos–, decenas de coníferos amarrados se colocaron afuera, en espera de una venta de árboles.

Al frente de la estación, junto a sus puertas de torre, estaba una de las pocas marcas públicas, una placa grabada con los nombres: Charlotte Bacon. Rachel D’Avino. Daniel Barden. Olivia Engel. Josephine Gay. Ana Marquez-Greene. Madeleine F. Hsu. Dylan Hockley. Dawn Hochsprung. Catherine V. Hubbard. Chase Kowalski. Jesse Lewis. James Mattioli. Grace McDonnell. Emilie Parker. Anne Marie Murphy. Jack Pinto. Noah Pozner. Caroline Previdi. Lauren Rousseau. Jessica Rekos. Mary Sherlach. Avielle Richman. Benjamin Wheeler. Victoria Soto. Allison N. Wyatt.

En el techo hay 26 estrellas de cobre. Se han maltratado algo desde que las instalaron. Aun así, mantuvieron su lustre en el último destello de la luz dorada de la tarde que cubrió a Newtowm antes de que la oscuridad, que llega cada vez más temprano, cayera sobre el pueblo.