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Ni los Boy Scouts se salvan de Trump

La noche en que la presidencia norteamericana cambió su esencia con un giro tan perverso que solo ahora estamos comenzando a entender, mi nieta de tres años siguió a su madre al dormitorio, donde ella se había ido para esconderle a la niña la decepción que sentía con lo que se perfilaba como una victoria de Donald Trump.

“¿Qué pasa, mami? ¿Ganó el hombre malo?”, le preguntó Isabela.

El recuerdo de la inocencia sintetizando un momento histórico volvió a mi mientras escuchaba al presidente Trump hablarle a la organización Boy Scouts of America en West Virginia en otro repugnante alarde narcisista parecido al de su campaña por alcanzar la presidencia.

Sí, Isabela, el hombre malo ganó, y ya no queda nada sagrado en el feo país en que vivimos hoy en día.

El presidente le había prometido a los 40,000 asistentes –niños, adolescentes, padres y jefes de tropas– que se congregaron en la Reunión Nacional de Boys Scouts 2017 que hablaría sobre el éxito y cómo hacer que los sueños se hagan realidad.

“¿Quién diablos quiere hablar de política cuando estoy frente a los boy scouts?”, preguntó Trump.

Pero después de lanzar esa vulgaridad en busca de diversión y algún efecto, lo que hizo fue precisamente hablar de política, atacando por todas partes a rivales políticos, y convirtiendo en una manifestación de campaña un evento que debió haber sido un momento inspiracional ante niños obedientes en uniforme que reaccionaban con respuestas practicadas, con el saludo de tres dedos de los scouts y cantos de “¡USA! USA! USA!”.

Trump se burló y amenazó desde su tribuna presidencial, mientras disfrutaba de su naturaleza egocéntrica, sin personificar ni un solo de los principios que enarbolan los Boy Scouts, al tiempo que exhibió justamente todos las denigrantes características que los muchachos deben evitar.

En lugar de alentar a los jóvenes a adherirse al servicio y el compañerismo, los chicos escucharon al presidente calificar a Washington como “una cloaca” y “una alcantarilla”. En vez de mostrar elegancia con su triunfo, lo escucharon denigrar al ex presidente Barack Obama y a su oponente en las elecciones, la ex secretaria de Estado Hillary Clinton, y alardear sobre la noche de las elecciones. Además, lo escucharon jactarse sobre la cantidad “récord” que había alcanzado la multitud, aprovechándose de algo que no había logrado. Con una tradición que se remonta a 80 años, la reunión atrae a boys scouts de todo el mundo y tiene una meritoria historia en la que han participado figuras presidenciales mucho más grandes de lo que Trump jamás será.

Cualquier fragmento del mensaje que el presidente Obama le envió a la reunión en 2010 durante el 100 aniversario de la organización vale más que el discurso de 35 minutos que Trump pronunció. Obama, que de jovencito fue boy scout, no pudo asistir a la reunión, pero habló elocuentemente sobre lo que significa el servicio. Le recordó a los chicos que de los hombres que caminaron en la luna, 11 de 12 fueron boys scouts. Recordó el crucial papel que los chicos desempeñaron durante la II Guerra Mundial llevando mensajes de un lado a otro y vendiendo bonos de guerra. Y elogió el servicio que han prestado scouts como ellos como voluntarios.

Trump –que no fue nunca boy scout– no pudo controlar su inseguridad, ni siquiera ante una manifestación integrada por jovencitos. Cada vez que pudo, atacó a los medios de prensa, propagando el mantra de las “falsas noticias” con que esconde sus errores e incompetencia junto a las traidoras travesuras suyas y de su familia al enredarse con una potencia extranjera que tiene mucho que ganar con su presidencia.

Luego que Trump resultó electo y la angustia empezó a apoderarse de todos los que nos preocupamos por el futuro de nuestros hijos, un colega escribió en Twitter: “Barack Obama no crió mis hijas ni tampoco lo hará Donald Trump”.

Es un pensamiento que reconforta, pero nuestros hijos están escuchando incluso cuando pensamos que no lo hacen, y analizando todo.

Estaba mirando la Convención Republicana cuando escuché un chillido detrás de mí. “¡Eso es sucio. Es sucio!”, oía que decía mi nieto de siete años. Enseguida cogí el control remoto del televisor y apagué el aparato como si hubiera estado viendo una película porno.

Eso es todo lo que fue la campaña de Trump y ahora es presidencia: pornografía política; la degradación del país, la degradación de las mujeres, la degradación de los inmigrantes, la degradación de una sociedad progresista que avanzaba hacia la tolerancia y ahora se está precipitando hacia un precipicio de autoritarismo, rudeza y desprecio por las necesidades humanas básicas.

Ni siquiera los Boy Scouts están a salvo de la suciedad que arrastra a todas partes Trump.

Si alguien quiere sentirse mejor, puede tapar el sol con un dedo y mirar hacia otro lado.

En otros tiempos, escondíamos de la televisión imágenes de crímenes atroces y de escenas sexuales fuertes para que no las vieran nuestros hijos.

Ahora nos toca esconder al presidente.