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No, señor presidente, los racistas no son buena gente

Esta semana ganó el odio, no solo en Charlottesville, Virginia, sino también en la Casa Blanca , o para ser más exactos en Trump Tower. La expresión del nuevo jefe de despacho de la Casa Blanca, el general John Kelly, durante la conferencia de prensa del martes en la que Trump defendió a los nazis lo dice todo. De brazos cruzados y mirando fijamente al piso el general parecía un hombre derrotado y desesperado. Y así estamos casi todos.

En este séptimo mes de la presidencia de Trump todos hemos entrado en el Séptimo Círculo del Infierno de Dante, el círculo de la violencia.

La semana pasada el presidente Trump amenazó a Corea del Norte con furia y fuego y todos nos pusimos a temblar ante la perspectiva de un invierno nuclear.

Esta semana tuvimos a Charlottesville.

Hordas de nazistas, racistas, miembros del KKK y supremacistas blancos de diversos grupos que promulgan el odio invadieron las tranquilas calles de este pueblo sureño blandiendo antorchas, armados hasta los dientes, con las caras distorsionadas por el odio profiriendo insultos racistas y antisemitas y repitiendo “tierra y sangre”, el eslogan la supremacía blanca en la Alemania nazi. La noche antes de la marcha, los manifestantes con antorchas rodearon una sinagoga y amenazaron con quemarla con los feligreses dentro.

Ante esta invasión barbárica, “si no estás indignado es que no estás prestando atención”. Ese fue el último mensaje en Facebook de Heather Heyer. La joven de 32 años murió víctima del terrorismo doméstico cuando uno de los participantes en la marcha del odio lanzó su automóvil contra un grupo de manifestantes pacíficos matándola a ella e hiriendo gravemente a otras 19 personas.

El pasado martes el presidente Trump tuvo a bien defender a estos grupos de asesinos en potencia y repartió la culpa entre ambos bandos diciendo, entre otras cosas, que había “buena gente” en ese grupo, aparte de los neonazis.

No, señor presidente, está no era buena gente. Como explicó el ex candidato presidencial republicano Mitt Romney: “No es lo mismo. Un lado es racista e intolerante. El otro se opone al racismo. Son universos moralmente diferentes”. Como tuiteó nuestro senador republicano Marco Rubio: “Señor presidente, usted no puede permitir que los supremacistas blancos compartan solo parte de la culpa. Ellos apoyan ideas que han causado mucho dolor en esta nación y en el mundo. Los nacionalistas blancos consideran que compartir el 50 por ciento de la culpa es una victoria. No podemos permitir que resuciten ese viejo mal”.

El presidente de la Cámara, Paul Ryan, también insistió en que no puede haber ambigüedad moral sobre este tema: “Hay que estar claros. La supremacía blanca es repulsiva y la intolerancia es contraria a los valores de nuestra nación”.

No, señor Presidente, esta no es buena gente sino pregúntele a Ilia Calderón. La presentadora de la cadena Univisión fue amenazada de muerte esta semana cuando intentaba entrevistar a un miembro del Ku Klux Klan en Carolina del Norte. La periodista afrocolombiana nacida en el Chocó dice que cuando la vio Chris Barker, de los Leales Caballeros Blancos del KKK, le dijo: “Yo no te voy a echar del país sino que te voy a quemar viva”. Su productora relata que nunca había visto tanto odio en una cara.

No, señor presidente, esta no es buena gente y hay que estar claros. Es necesario condenar el racismo y el nazismo. Si eso es muy difícil para usted, al menos debería asegurarnos que este es un país de todos y para todos, como dijo Abraham Lincoln, cuyas estatuas nadie quiere tumbar.

Nuestro presidente está jugando con las dos fuerzas que tienen el potencial de destruir el mundo, el odio y la pasión. Por el momento la mesa está servida, o guerra nuclear o guerra civil. Vaya verano.