Un pequeño episodio en el éxodo cada vez mayor de Puerto Rico tras la desolación dejada por el huracán María tuvo lugar a la salida de una rampa de la autopista de PR-30, cerca de la ciudad de Caguas. Las cunetas de la autopista parecían un estacionamiento y no una carretera. Cientos de conductores detuvieron sus carros allí para llamar por el celular a familiares de todas partes, aprovechando una torre de servicio inalámbrico cercana que, para el asombro de todos, funcionaba bien. Carlos Rolón Marcano, de pie junto a su Hyundai de color azul, llamó a un amigo en la Florida.
“Todos nos vamos: Yo, mi esposa y las niñas”, le dijo Rolón, al tiempo que se tapaba con una mano el oído para poder bloquear el ruido del tráfico. “Apenas hay agua. Hay muy poca gasolina. Las colas son enormes. Tenemos que hacer esto por las niñas”.
Ha sido un verdadero torbellino de 24 horas. Menos de un día antes, Rolón, que trabajaba como asesor financiero, había comprado boletos de avión para él, su esposa y sus dos hijas para viajar a Orlando el próximo 22 de octubre, la fecha más cercana que pudo conseguir en medio de los vuelos que día tras día parten atestados de la isla hacia Estados Unidos. Pero Rolón tiene todavía más cosas de las que preocuparse. Además de buscar agua y comida, deberá pasar parte del día trabajando para sacar los troncos y ramas de árboles que la tormenta derrumbó en el patio de su casa, registrando en los montones de ropa que se echaron a perder y despidiéndose.
“Esperamos regresar, pero no sabemos qué tiempo se va a demorar Puerto Rico en recuperarse”, dijo Rolón, de 41 años, que todavía conserva el físico del atleta y jugador de voleibol que una vez fue.
Hace casi dos semanas, el huracán María azotó con violencia la isla. La tormenta arrasó el país con ráfagas de hasta 200 millas por hora, y hasta el martes, el 95 por ciento de los 3.4 millones de habitantes aún seguían sin servicio eléctrico. Los elevadores no funcionan, no hay cajeros automáticos, el agua potable sigue escaseando, y solo 45 por ciento de los habitantes tienen. La mayoría de las escuelas públicas están cerradas y la economía está colapsada. Para familias como la de Carlos Rolón, dejar Puerto Rico es una cuestión de vida o muerte.
“Tengo 200 dólares para mantenerme a flote”, dijo mientras caminaba alrededor de su casa en San Lorenzo, a 15 minutos en automóvil desde Caguas. “Si me quedo, no tendré dinero, ni agua, ni comida, ni gasolina. No tendré nada”.
En las primeras horas del día, Nerys Medina Aloyo, esposa de Rolón, habló de la experiencia que vivió su familia con el huracán. “Estábamos bien hasta que llegó María. Ahora, estamos muy mal”, dijo Medina en medio de sollozos y sin poder terminar la frase. “Ahora no tenemos trabajo”.
“Las escuelas están cerradas de modo que las niñas van a perder el curso”, dijo. “No queremos dejar la isla, pero por las niñas no nos queda otro remedio que irnos”.
La población de Puerto Rico lleva más de 10 años reduciéndose, una emigración provocada por serios problemas económicos y una deuda enorme. Unas 300,000 personas se han ido de la isla en los últimos cinco años; lo que supone unos 230 puertorriqueños diariamente.
En una reunión que tuvo lugar el martes, el gobernador Ricardo Rosselló dijo que si el Congreso no aprueba un sólido programa para el alivio del desastre y un paquete de reconstrucción, el éxodo se acelerará.
“No se irán cientos de miles de puertorriqueños hacia EEUU, sino millones”, advirtió Rosselló, agregando que semejante éxodo sería un “devastador cambio demográfico” para Puerto Rico, aparte de convertirse en una seria carga para muchos estados de la nación.
“Debo recordar que somos ciudadanos norteamericanos, de modo que no hace falta muchos documentos ni largos trámites, basta con comprar un boleto de avión y ya”, dijo Rosselló.
Las advertencias también las han hecho analistas de firmas privadas. IHS Markit, una compañía consultora de inversiones de Londres, dijo que la economía de Puerto Rico se ha reducido a razón de un promedio anual de 1.5 por ciento desde el 2006 y se pronostica que disminuirá 3.6 por ciento en el 2017 y 2.8 por ciento en 2018.
Si no se pone en marcha un “importante paquete de reconstrucción”, los problemas empeorarán, dijo un portavoz de la compañía. “Todo esto provocaría la emigración de la isla y al mismo tiempo aumentaría el riesgo de protestas y saqueos”.
En las ciudades más grandes, los indicios de la recuperación son lentos. Rosselló dijo que 814 de las 1,100 gasolineras que hay en el país están abiertas unas pocas horas al día, y las colas, que eran de entre seis y siete horas hace cuatro días, son de menos de una hora en la actualidad. El 65 por ciento de los supermercados ha vuelto a abrir, señaló.
Entre el 2008 y el 2010, Rolón y Medina pasaron dos años en New Jersey. En ese tiempo, Rolón trabajó como gerente en una tienda Target de Hackensack. Cuando regresaron a la isla, pensaron que sería para siempre.
Rolón logró conseguir empleos sucesivos, primero como auditor en JC Penney, y luego como consejero financiero de planes de pensión, anualidades y seguros de vida. A la familia, las cosas le iban bien. Entonces llegaron con su furia destructiva dos sucesivos huracanes, primero Irma el 6 de septiembre, que no causó tantos destrozos, y luego tocó tierra el aun más devastador María.
“Fue como una implosión”, dijo Rolón. “Nadie quiere hablar de finanzas. Nadie quiere hablar de IRAs”. Sus ingresos se fueron a cero, sin perspectivas de recuperación a corto plazo.
El sector financiero de la isla ha respondido ampliamente, y para Rolón ha habido alivio. Su banco ofreció a la pareja tres meses de gracia en los $50,000 que restan de su hipoteca, y períodos de gracia similares para dos préstamos para automóviles. Pero Rolón dijo que enfrentaría una posible ejecución hipotecaria en enero a menos de que pueda comenzar a ganar dinero en Florida.
Rolón, que tiene familia en el área de Orlando, tiene una licencia para vender seguros y otros productos financieros en la Florida. Dijo que le duele que Puerto Rico esté sufriendo uns fuga de cerebros y de talento. “Sé que Puerto Rico necesita profesionales para quedarse aquí. ¿Por qué? Porque si el profesional se va, ¿quién va a trabajar? ¿Quién va a pagar impuestos? ¿Quién va a hacer que Puerto Rico siga adelante?”
Al lado, en otra habitación, las hijas Glennys, de 16 años, y Karelys, de 11 años, recordaron su miedo la noche del huracán, cuando se acurrucaron asustadas en un dormitorio escuchando mientras los escombros golpeaban contra las ventanas y el agua se filtraba bajo las puertas.
“Max estuvo aquí con nosotros”, dijo Karelys, refiriéndose al perro Shih Tzu de la familia.
El pequeño perro ladró de una terraza trasera. “Se va a quedar con mi mamá. No tenemos suficiente dinero para llevarlo”, dijo Medina.
El estado de ánimo de la hija menor es notablemente mejor que los demás. Horas después de enterarse de que la familia se mudaría a Florida, Karelys dijo que parecía un milagro personal.
“Me sentí felíz. Grité. Salté sobre el sofá. Corrí –dijo ella. Apenas consciente de la precaria situación financiera de sus padres, la hija tenía ganas de comenzar una nueva escuela, encontrar un equipo de voleibol para unirse, hacer nuevos amigos.
Ahora, puede tomar un milagro restaurar la salud de la isla y convertir a Puerto Rico en un imán para su gente.