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Ahorcarse por el bien de la ciencia

El sujeto que se somete a la prueba está de costado sobre el suelo, apoyado en el codo, e introduce el cuello a través de un lazo de horca anudado en una cuerda de cinco milímetros de grosor. Por encima, la cuerda pende de un dinamómetro, que a su vez está unido a una especie de polipasto. La cuerda la tensa el propio sujeto con otra que agarra con la mano derecha; es él mismo quien controla el lazo. Tras un fuerte tirón, el cuerpo cuelga durante unos momentos del lazo, que aguanta algo más de una tercera parte de su peso. Los efectos se producen sin dilación: el cerebro del sujeto deja de recibir sangre.

Y se trata precisamente del mismo cerebro que ideó el experimento. Nicolae Minovici no es solo el creador del experimento, sino su único sujeto. «Hemos repetido este ejercicio conmigo mismo a menudo, pero sin poder soportarlo más de cinco o seis segundos. En esos momentos en que se está colgado, aunque incompletamente, sobre todo cuando solo nos aguanta la cuerda, nuestra fisonomía cambia inmediatamente, el rostro se vuelve rojo-violáceo, cianótico, la vista se nubla y los oídos silban, y ahí perdemos el temple e interrumpimos la prueba».

Así contaba aquel médico forense sus impresiones durante los experimentos, en los que se basó su Estudio sobre el ahorcamiento.

¿Qué le pasa a una persona mientras la ahorcan? Minovici quería encontrar respuestas concluyentes a esa pregunta. Y preguntas radicales le movieron a adoptar métodos radicales. Mediante una serie de pruebas simuló, con la ayuda de algunos colegas, la muerte por ahorcamiento. No solo observaron los procesos físicos exteriores, sino también las percepciones subjetivas. Minovici tenía en aquellos momentos 36 años; sin embargo, había logrado ya una gran reputación en el campo de la medicina forense.

Doctorarse con tatuajes

Nicolae Minovici nació en octubre de 1868 en el sudeste de Rumanía. Era el más joven de siete hermanos. Estudiaría un año en la Escuela Superior de Artes de Bucarest, hasta que su hermano mayor Mina le convenció de que estudiara medicina legal. Mina era por entonces (principios de la década de 1890) un experto de esa disciplina prestigioso en toda Europa. El principal instituto de medicina legal de Rumanía, del que fue nombrado director en 1892, lleva hoy su nombre. Juntos, los dos hermanos realizarían diversos trabajos pioneros en el campo de la medicina legal. Se ocuparon, por ejemplo, de la identificación de culpables mediante las señales corporales. La investigación de las huellas dactilares estaba todavía en mantillas. El más joven de los dos Minovici escogió para su tesis doctoral un tema exótico: «Los tatuajes en Rumanía» fue el título de su disertación; mostraba en ella que ese arte corporal estaba extendido entre las capas sociales inferiores, al contrario de lo que entonces se pensaba, pero sin que los tatuiajes indicasen forzosamente una personalidad criminal. Incidentalmente, puso durante esos estudios los cimientos de una vasta colección de tatuajes. Las piezas de piel decoradas se encuentran todavía en el Instituto de Medicina Forense Mina Minovici, en Bucarest.

Tras haber pasado un tiempo en el extranjero (entre 1899 y 1901, por ejemplo, investigó en el Instituto de Patología de Berlín y en el hospital del barrio berlinés de Moabit), emprendió Nicolae su estudio del ahorcamiento. No le movió a ello un imprudente amor al riesgo, sino lo acuciante que era un problema de su trabajo diario. «No hay un tema en la medicina legal que haya conducido a más discusiones y a más errores científicos que el ahorcamiento», escribía al principio del trabajo que publicó en ruano en 1904. Una y otra vez, el joven forense se encontraba en el instituto de Bucarest con una causa de muerte atribuida al ahorcamiento, pero sin que fuera posible deducir inequívocamente ese resultado basándose solo en el cadáver. La información correspondiente la aportaban sobre todo las circunstancias asociadas. «Todo sabemos qué es un hombre ahorcado, pero hasta ahora nadie ha podido definir efectivamente el ahorcamiento», según la cita que Minovici hacía, programáticamente, de su colega francés Paul Brouardel. Para la medicina legal, y con ella para el sistema judicial, era un vacío que había que llenar imperiosamente. Sobre todo en Europa Occidental, el ahorcamiento era en esa época la forma más común de suicidio.

Sexo, profesión, procedimiento

Durante mucho tiempo, los expertos adoptaron los puntos de vista del médico forense Auguste Ambroise Tardieu, también fancés, que en 1870 presentó su Estudio de Medicina Forense del ahorcamiento, el estrangulamiento y el ahogamiento. Sin embargo, a finales del siglo XIX se fue poniendo cada vez más en duda que el cierre de las vías respiratorias, tal y como había propuesto Tardieu, fuese la razón decisiva del fallecimiento.

Para aclarar de manera definitiva el problema, Nicolae Minovici estudió 172 casos de ahorcamiento registrados oficialmente entre 1891 y 1900. Diecisiete de ellos no causaron la muerte; 136 de las víctimas había sido investigadas en el Instituto de Medicina Legal, con lo que se contaba sobre ellas con informaciones más precisas. Minovici no se limitó a la investigación puramente patológica de los cadáveres, sino que elaboró unas estadísticas exhaustivas, tanto en forma de tabla como por medio de gráficas. Incluían el sexo, el estado marital, la edad y la nacionalidad de los suicidas, así como el mes en que se suicidaron y su profesión. Registró el procedimiento que utilizaron, investigó una parte de los casos −casos locales, sucedidos en la capital rumana−, compiló las razones presuntas del suicidio −ante todo, el alcoholismo, la pobreza y las enfermedades mentales− y las certificó con cartas de despedida o comentarios de familiares.

No obstante, la parte principal del estudio se dedicó a las investigaciones físicas. Minovici partió de la idea de que el cierre de los vasos sanguíneos del cuello era decisiva para la muerte durante el ahorcamiento. Los trabajos de algunos de sus predecesores ya habían indicado que parecía que podía producirse la muerte al colgarse sin que interviniesen en ello las vías respiratorias. A Minovici debió de quedarlo claro enseguida que el único método para zanjar la cuestión de forma definitiva era probar con uno mismo.

Colgar por completo

Y para entender cómo afectaba el cierre de las venas y arterias del cuello a la actividad cerebral, eso fue precisamente lo que hizo: tumbado en una cama, presionó con los dedos a la vez la yugular y la carótida. «En menos de cuatro o cinco segundos sentimos como si nos cayese un velo sobre los ojos, la vista empezó a nublarse y oscurecerse (síntoma que anunciaba la irrupción de un nuevo fenómeno, la pérdida de conciencia, lo que, sin embargo, no dejamos que ocurriera)»: así lo describió Minovici. Cuando los dedos dejaron de apretar, se produjo un desagradable hormigueo, casi eléctrico, en todo el cuerpo. Minovici aplicó el mismo procedimiento, con los mismos resultados, en sujeto sentados, en los que pudo observar desde fuera que la cabeza y la conjuntiva, en los ojos, enrojecían.

Con el experimento descrito al principio, Minovici comprobó lo que pasaba cuando se cerraban todos los vasos sanguíneos del cuello. Decisiva para la interrupción del flujo sanguíneo completo era la posición de la cuerda y los nudos. Sin embargo, esos «ahorcamientos incompletos» no podían satisfacerle del todo.

Minovici lo tuvo claro: si quería lograr los resultados deseados en sus investigaciones, debería colgar con su peso completo de la cuerda. Aumentó la exigencia de la prueba en dos pasos. Primero, se colgó con un dispositivo parecido al del experimento anterior. Seis o siete veces le subieron de esa forma sus ayudantes entre uno y dos metros sobre el suelo «para acostumbrarse al ahorcamiento», como escribió Minovici. Permanecía en esa posición cuatro o cinco segundos. Días después vino el segundo paso: pese a unos terribles dolores de cuello y alrededor del cuello puso de nuevo la cabeza en el lazo. Fue alargando el tiempo que estaba sin suelo bajo los pies. Al final llegó a los 26 segundos.

«En esa sesión fuimos conscientes del síntoma del ahorcamiento y del mecanismo de la muerte», recapitulaba el forense. Los dolores eran casi insoportables, el pitido de los oídos tan alto que no oyó ni una vez al ayudante, que contaba en voz alta los segundos. Además, las ansias de respirar eran tan grandes que el experimento se le hizo imposiblemente largo como para soportarlo. Unos doce días sufrió Minovici de molestias al tragar y dolores de cuello. Los hematomas fueron perceptibles durante un mes. Minovici comunicó incluso una fractura de la laringe. Para ilustrarlo, publicó en su estudio una fotografía de su cuello herido.

Pese a esas lesiones prosiguió con la serie de experimentos. Para la culminación experimental (ahorcarse con un lazo que se apretase solo), la exigencia fue, sencillamente, demasiado grande. No más de tres o cuatro segundos aguantó en esa posición. «El estrechamiento al apretarse el lazo era tan grande que a menudo había que dar la señal convenida para la interrupción del ahorcamiento antes de que se llegase a un verdadero ahorcamiento, es decir, antes de que los pies se levantasen del suelo». De un incidente que casi acaba fatalmente para Minovici se deduce lo tensa que debía de ser la atmósfera durante esos ensayos: el ayudante que había tirado de la cuerda para colgarle empezó a bajarle antes de que se diese la señal para ello porque tenía miedo de que su jefe pudiese caer. Pero olvidó aflojar la cuerda, de forma que Minovici, aunque de nuevo tenía suelo bajo los pies, casi perdió la conciencia porque el lazo seguía apretándole el cuello.

La conciencia social del forense

Si mereció la pena poner la propia vida en peligro, solo el propio Nicolae Minovici podría decirlo. Con su Estudio sobre el ahorcamiento, no obstante, estableció un hito en la medicina legal. Presumiblemente, la mayor aportación de sus investigaciones fue que los ahorcados mueren, por regla general, a causa de la interrupción del flujo sanguíneo en el cerebro y no por asfixia. Dejó impresionante constancia de que el procedimiento, tal y como se practicaba entonces, era cualquier cosa menos indoloro. Y lo que no fue menos importante: en la versión de 1905 de su estudio, que se publicó en francés y llevaba el título de Étude sur la pendaison, ofreció a sus colegas valiosos puntos de referencia para que pudiesen reconocer la causa de la muerte.

Seguramente, el trabajo en ese tema marcó en adelante la vida de Minovici. Como forense, tuvo que asistir una y otra vez a las consecuencias de la desigualdad social. Su propia evaluación estadística se las ponía ante los ojos: en la Rumanía de principios del siglo XX eran sobre todo los miembros de las capas sociales inferiores los que ponían fin a su vida. Ya en su estudio sacó a colación la importancia de las medidas psicoterapéuticas y de asistencia social.

 Con la misma decisión con la que se colgó de la cuerda, hizo que a sus palabras les siguiesen los hechos: inició, ya en 1906, el primer servicio de urgencias del sur de Europa, para el que estableció que un médico acompañase a las ambulancias (lo que no ocurría en otras organizaciones parecidas de esa misma época). Registró unos 13.000 sin techo en Bucarest, les atendió, si era necesario, médicamente  y creó una especie de agencia de empleo para ellos. Fundó un hogar para madres solteras en el que se las asistía antes y después del parto, hasta que pudiesen tener de nuevo un empleo; y finalmente, en 1934, fundó el segundo centro médico de urgencias de Europa. El 26 de junio de 1941, el hombre que quiso entender el ahorcamiento y que para ello arriesgó su vida moría en Bucarest con una alta reputación como científico.

Sebastian Hollstein