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Alfonso XIII, muerte en el exilio

Alfonso XIII, muerte en el exilio


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Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena, coronado como Alfonso XIII y también llamado «el Africano» –por su implicación en la Guerra del Rif–, fue rey de España desde su mismo nacimiento en 1886, si bien no asumió el poder efectivo hasta cumplir los dieciséis años (el 17 de mayo de 1902). Sin embargo, su reinado no duraría hasta su muerte: tras proclamarse la Segunda República el 14 de abril de 1931, renunció a la Jefatura del Estado –aunque sin abdicar formalmente– y esa misma noche abandonó el país en un buque de la Armada rumbo a Marsella.

Su trayectoria como monarca tuvo más sombras que luces. Entre estas últimas, cabe destacar la modernización del Estado, la creación de la Ciudad Universitaria de Madrid y acontecimientos como la Exposición Universal de Barcelona o la Iberoamericana de Sevilla (ambas en 1929). Entre las primeras, la Guerra de Marruecos, la dictadura de Primo de Rivera y un creciente descontento social que dio lugar a numerosas revueltas, como la Semana Trágica de Barcelona (1909), y que fue el caldo de cultivo que acabó generando la llegada de la República.

Desde Marsella, Alfonso XIII marchó a París, primera escala de un exilio poco edificante que transcurrió en hoteles de lujo de diferentes ciudades europeas, cuyas elevadas facturas costeó con el dinero previamente evadido de España y depositado en cuentas bancarias suizas e inglesas. Al poco tiempo de iniciar este periplo, el ya ex rey se separó de su mujer, Victoria Eugenia de Battenberg. En 1935 se instaló en la Roma fascista de Mussolini, desde donde apoyó fervientemente al bando sublevado al estallar la Guerra Civil española en 1936.

Pero Franco, que había sido promocionado por él pero en el fondo lo despreciaba, enseguida le dejó claro que no tenía prisa por restaurar la monarquía y que, en todo caso, esa restauración no pasaba por su persona. Así las cosas, en enero de 1941, acabada la guerra e iniciada la dictadura franquista, Alfonso XIII renunció a la jefatura de la Casa Real en favor de su hijo Juan. Fue su último acto político antes de fallecer, el 28 de febrero de ese mismo año, en el Gran Hotel de Roma a causa de una angina de pecho. Su nieto, Juan Carlos I, repatriaría sus restos en 1980.