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¿Comienza la era del turismo espacial?

Las vacaciones de este año plantean algunos retos, en especial si estamos pensando en ir al espacio. Está la cuestión económica: los operadores turísticos piden una cantidad de seis cifras o más por una excursión espacial. Está la cuestión de la tecnología, que de ningún modo está completamente desarrollada. Y hay una tercera cuestión de naturaleza más fundamental: ¿dónde comienza realmente el espacio, ese lugar tan inquietante como anhelado?

Aunque ahora parece que, tras muchos contratiempos y aplazamientos, por fin van a comenzar los vuelos privados con turistas, debemos ser conscientes de que nunca tendremos una respuesta satisfactoria a la última de esas tres preguntas: en el espacio no existe una frontera fija que podamos cruzar, a diferencia de lo que ocurre cuando nos vamos de vacaciones a un país vecino. La atmósfera de la Tierra simplemente se vuelve más y más tenue a medida que nos alejamos del suelo. Pero incluso a una altitud de 400 kilómetros, donde orbita la Estación Espacial Internacional (ISS), aún podemos encontrar algunas moléculas de aire.

Tradicionalmente se ha establecido como frontera teórica la llamada línea de Kármán, a 100 kilómetros sobre el nivel del mar. Para generar suficiente sustentación aerodinámica, un avión a esa altitud tendría que girar alrededor de la Tierra a tal velocidad que la fuerza centrífuga bastaría para mantenerlo en órbita. En otras palabras, la sustentación deja de ser relevante y se imponen las leyes del vuelo espacial. En cambio, la Fuerza Aérea de los Estados Unidos establece el límite del espacio a 50 millas (unos 80 kilómetros), una contradicción que tratan de explotar los proveedores de vuelos espaciales.

Tres competidores

«Bienvenidos al espacio», tuiteó por ejemplo Virgin Galactic (la empresa de vuelos espaciales del multimillonario británico Richard Branson) a finales de mayo, durante su tercer vuelo espacial de prueba (todos ellos tripulados). Sin embargo, su avión VSS Unity solo había llegado a 89 kilómetros de altura. Blue Origin, la compañía espacial del fundador de Amazon, Jeff Bezos, sí pretende cruzar la línea de Kármán cuando los primeros turistas ricos despeguen hacia el espacio el próximo 20 de julio… pero solo para volver a caer inmediatamente a la Tierra. La tercera compañía en liza, SpaceX, planea algo aún más grande: el 15 de septiembre tiene previsto subir a una altitud de 540 kilómetros y permanecer cuatro días en el espacio.

¿Es el comienzo de un nuevo y hermoso tipo de vacaciones? No exactamente. Más bien, se trata del final provisional de un camino más que accidentado. Porque el turismo espacial, si es que acaba despegando, dejará una dilatada y hasta ahora poco gloriosa historia a sus espaldas: tachado de juguete de ricos, su pasado está marcado por muchos contratiempos y varias muertes.

Hace diecisiete años, se suponía que iba a ponerse en marcha. El 21 de junio de 2004, sobre el desierto de Mojave, en California, la nave experimental SpaceShipOne aceleró hasta el triple de la velocidad del sonido y alcanzó una altitud de 100,124 kilómetros. Fue el primer vuelo espacial privado con un ser humano a bordo, y el avión cohete repitió su hazaña tres meses más tarde. El SpaceShipOne ganó el Premio Ansari X, un concurso diseñado para impulsar el turismo espacial.

Se respiraba una auténtica «fiebre del oro». En Nuevo México se construyó un puerto espacial, Spaceport America, pensado para comenzar a operar en 2009. Richard Branson fundó Virgin Galactic, y los primeros compradores de sus billetes fueron aplaudidos por los medios de comunicación como pioneros a quienes ya nada ni nadie podría detener en esta vida.

Pero las cosas no salieron como estaba previsto.

En julio de 2007, un tanque de combustible explotó durante unas pruebas en el desierto de Mojave, acabando con la vida de tres personas. En octubre de 2014, el sucesor del avión SpaceShipOne, llamado SpaceShipTwo, se desintegró durante un vuelo de prueba, lo que provocó la muerte del copiloto Michael Alsbury. En febrero de 2019 se produjeron graves daños estructurales en pleno vuelo, y en diciembre de 2020 el motor del cohete ni siquiera se encendió. Una y otra vez, Virgin Galactic se vio obligada que posponer sus vuelos turísticos.

Virgin ya no vende billetes

¿Y ahora de pronto todo va bien? Al menos, el vuelo de prueba que efectuaron a finales de mayo en Nuevo México [ese tercer vuelo espacial que hemos mencionado antes] y durante el cual no se permitió la presencia de periodistas in situ fue «casi perfecto», según declaró Mike Moses, director de Virgin Galactic. Ahora realizarán otra prueba con cuatro empleados en los asientos de los pasajeros, uno de los cuales podría ser incluso el propio Richard Branson. Y es que el jefe de la compañía está decidido a subir a bordo en el próximo vuelo. Por último, también tienen pendiente un primer vuelo comercial contratado por la Fuerza Aérea italiana.

Si todo sale bien (lo cual no está garantizado) los primeros turistas también podrían tener su oportunidad. Virgin Galactic pidió en su día 250.000 dólares por billete a los esperanzados aspirantes a pasajeros. La empresa no ha revelado cuánto habrá que pagar ahora, y Branson también guarda silencio sobre la fecha exacta del lanzamiento. Virgin Galactic, que declaró unas pérdidas de 130 millones de dólares solo en el primer trimestre de este año, ya se ha pillado los dedos demasiadas veces con fechas de lanzamiento posteriormente incumplidas.

Blue Origin despegará en julio

La compañía rival Blue Origin ha concretado más: debería despegar el 20 de julio. En esa fecha, su cohete de 18 metros de largo New Shepard podría llevar pasajeros al espacio. A bordo iría el propio fundador de la empresa, Jeff Bezos. Como compartió recientemente con sus seguidores a través de Instagram, quiere ir con su hermano para hacer realidad un sueño que alberga desde su quinto cumpleaños. Además, Blue Origin acaba de subastar su primera plaza para un turista, que se ha adjudicado por la increíble cantidad de 28 millones de dólares. Aun así, la primera fase de esa subasta podría haber sido incluso más interesante para la empresa: los interesados pudieron indicar de forma confidencial cuánto vale para ellos un viaje de este tipo, lo que da pistas importantes sobre cuál podría ser el futuro precio de mercado de los vuelos turísticos al espacio.

Y es que Blue Origin se juega mucho en esta aventura. Hasta ahora, la compañía va muy rezagada con respecto a sus pretensiones: tiene previsto construir un cohete para realizar lanzamientos a las órbitas terrestres que solo existe sobre el papel desde hace años. También está desarrollando motores para el nuevo cohete de carga pesada de Estados Unidos, el Vulcan, pero no acaba de entregarlos. Y quería construir el módulo lunar para los próximos astronautas estadounidenses pero se vio superada por SpaceX, que hizo una propuesta bastante mejor.

Llegar al borde del espacio

Eso les deja los vuelos suborbitales, que cruzan brevemente la línea de Kármán y a continuación regresan a la superficie. Al menos Blue Origin, a diferencia de Virgin Galactic, tiene tras de sí un exitoso programa de pruebas. La cápsula New Shepard ya ha despegado y aterrizado 15 veces sin problemas, aunque sin tripulantes a bordo. La tecnología también presenta diferencias fundamentales: el avión SpaceShipTwo de Virgin Galactic necesita que un «avión nodriza» lo transporte hasta una altitud de 15 kilómetros. Allí se desacopla, enciende su motor cohete, llega al espacio (o no lo hace, dependiendo de la definición que usemos) y finalmente se dirige a la pista de la estación Spaceport America planeando como un avión. En cambio, en el caso de la nave New Shepard de Blue Origin, mucho más sencilla, un cohete acelera una cápsula espacial que se desprende, sigue volando y luego aterriza usando varios paracaídas en un desierto al oeste de Texas.

No obstante, la experiencia de los seis pasajeros que viajarían a bordo de cada una de esas naves no sería muy diferente. Ambos viajes prometen varios minutos de ingravidez, asientos con ventanilla grantizada y una vista de la tierra curvada perfilándose contra el negro del espacio. Eso sí, en un caso [Blue Origin] desde una alttitud de unos 100 kilómetros y en el otro [Virgin Galactic] desde algo menos de 90 kilómetros.

Vuelos orbitales de varios días

El fundador de SpaceX, Elon Musk, no quiere saber nada de esos vuelos cortos. «No puede poner nada en órbita», bromeó Musk a finales de abril sobre su competidor Jeff Bezos [en un tuit con un doble sentido que parecía aludir a la hombría del fundador de Amazon]. Por eso, la primera misión con astronautas cien por cien privada de SpaceX no se limitará a cruzar brevemente la línea Kármán, sino que durará varios días y girará en torno al planeta. Ese vuelo orbital, que está programado para septiembre y en el que viajarán cuatro personas en una cápsula Crew Dragon, lo adquirió el multimillonario Jared Isaacman por un precio que no ha trascendido.

Esas misiones también suponen una importante fuente de ingresos adicionales para SpaceX. Con el Falcon 9, un cohete reutilizable, la empresa ha revolucionado el mercado de los cohetes y ha logrado reducir los costes de lanzamiento, pero el esperado boom de la demanda aún no se ha materializado. Ahí es donde los turistas resultan muy útiles, sobre todo cuando no necesitan regatear. A principios de 2022 SpaceX, junto con la empresa estadounidense Axiom, quiere transportar por primera vez a una pudiente tripulación privada a la ISS, una aventura que hasta ahora solo había sido posible con las cápsulas rusas Soyuz. Y no quieren detenerse ahí: hace unos días, los dos socios firmaron un contrato para llevar a cabo tres vuelos más a la ISS hasta 2023.

Pero estos vuelos chárter solo representarán una alternativa a las vacaciones en la playa para unos pocos afortunados. Y es que, según informa el Washington Post, Axiom estaría pidiendo hasta 55 millones de dólares por cada uno de esos billetes a la ISS.

Alexander Stirn