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Crítica | Hereditary: El mal retorcido, el terror destilado

Actualizado 22/06/2018 11:03:51 CET

MADRID, 22 Jun. (EUROPA PRESS – Israel Arias) –

Precedida por la gran fama adquirida entre los amantes del género, ‘Hereditary’ aterriza al fin en las salas españolas dispuesta a ocupar el trono en el que antaño se sentaron títulos como ‘The Conjuring’, ‘It Follows‘Babadook’ o la oscarizada ‘Déjame salir’. La que dicen es «La película de terror del año», con permiso de la mucho más original y valiente ‘Un lugar tranquilo’, tampoco tira del fácil carrusel de sustos, sino que apuesta por llegar al horror a través de caminos más retorcidos, oscuros y penetrantes.

Una inmensa Toni Collette, maestra aquí de casas de muñecas y reina absoluta del alarido desgarrador y la mueca desencajada, protagoniza esta opera prima en la que Ari Aster despliega una puesta en escena casi perfecta mientras traza puentes con los dramas familiares más abrasadores y, también, con muchas de las joyas eternas del género como ‘El resplandor‘, ‘Amenaza en la sombra’ o ‘La semilla del diablo‘.

Hereditary’ se asoma a no pocos de los lugares comunes del cine de terror en general, y del horror doméstico en particular, pero no lo hace a beneficio de inventario. El guión que firma el propio Aster atrapa y retuerce clichés como parte de un constante goteo de invocaciones a ese mal último que finalmente será revelado en un desenlace que, efectivamente y sí, permite el agradecido intercambio de teorías tras la proyección.

Pero más allá del ‘chimpún’, lo verdaderamente disfrutable de Hereditary es el camino: El demencial descenso a los infiernos de los Graham, una familia rota incluso antes de nacer. Un ‘Vía crucis’ que suena a chasquidito con la lengua y en el que Aster dispensa imágenes potentes, depuradas y terribles que van tensando la cuerda invisible que les ata a un mal ancestral. Y es precisamente ese vínculo, latente e irrompible, el que despierta una sensación mucho más profunda, desagradable y perturbadora que el susto instantáneo del terror ‘mainstream’. Un miedo silencioso que se queda a tu lado. Horror elevado, como ahora lo llaman.