Inicio Intelectualidad ¿Cuál fue el destino de los mayas que no fueron conquistados?

¿Cuál fue el destino de los mayas que no fueron conquistados?

Hace unos 550 años, las últimas grandes ciudades-estado de la civilización maya que habían prosperado en el continente americano durante siglos llegaron a su fin. Cuando la sequía y la guerra destrozaron el tejido social y político, y los conquistadores españoles se apropiaron de la tierra de los mayas para crear plantaciones subyugando a los mayas para que trabajaran en ellas, muchos de los residentes de las históricas ciudades de piedra, como Yaxchilán y Palenque, huyeron hacia el campo en busca de una vida mejor. Finalmente, fundaron toda una serie de nuevas culturas mayas. Algunos de ellos, los conocidos como los mayas lacandones, se establecieron en los bosques que rodean al lago Mensabak, en Chiapas, un estado del sur de México. Sus descendientes siguen viviendo en esta región. Son los llamados Hach Winik, «verdaderos hombres» en maya yucateco.

Durante décadas, los antropólogos pensaron que los lacandones actuales eran una especie de cápsula del tiempo, un grupo maya que sobrevivió al colapso y a la posterior conquista española, sin sufrir cambios durante cientos de años. Sin embargo, durante la década de 1980, cuando los investigadores aprendieron más cosas sobre los lacandones, empezó a quedar claro que este no era el caso. Aunque incorporan elementos de la cultura maya clásica, la forma de vida lacandona es distintiva.

Durante los últimos 17 años, los arqueólogos Joel Palka, de la Universidad Estatal de Arizona, y Fabiola Sánchez Balderas, presidenta de Xanvil, una organización que estudia y fomenta la cultura maya, han estado colaborando con los mayas lacandones modernos para aprender todo lo posible sobre el nacimiento de esta cultura y comprender cómo se adaptaron sus antepasados a un mundo que fue remodelado drásticamente por fuerzas que estaban fuera de su control. Las excavaciones que realizaron en varios lugares alrededor del lago Mensabak son las primeras que exploran el pasado de los lacandones. La investigación está aportando una imagen detallada de las vidas de los mayas que sobrevivieron al colonialismo y que continuaron con las tradiciones de sus antepasados mientras desarrollaban costumbres, creencias y estrategias de supervivencia propias.

El paisaje sagrado del lago Mensabak contiene docenas de lugares espiritualmente importantes. Uno de los más significativos es un risco de roca caliza que se cree es tanto el hogar de Mensabak (el dios de la agricultura y la lluvia) como la puerta de entrada al cielo de Mensabak, donde van los lacandones cuando mueren.

En la base del risco se encuentra un santuario de huesos que contiene los restos de personas que pudieron ser algunos de los primeros lacandones. Los cráneos tienen frentes aplanadas y se formaron en dos lóbulos separados durante las primeras etapas de la infancia cuando el hueso era aún flexible.

Junto a los huesos se encuentran vasijas de arcilla adornadas con las caras de los dioses. De cada una de estas vasijas rebosa una sustancia alquitranada que se obtiene cuando se quema la resina de las vainas de semillas de los árboles de copal mientras se entonan unas plegarias por encima del humo aromático. Los arqueólogos han trazado una conexión directa entre estas vasijas y los incensarios, una elaborada cerámica que el pueblo maya utilizó para realizar ofrendas a sus dioses durante 3000 años. Este es uno de los muchos ejemplos de continuidad cultural entre los lacandones y los antiguos mayas.

Los lacandones no estaban aislados en esta zona del sur de México; parece ser que lucharon extensamente con grupos mayas vecinos. Las excavaciones realizadas en un sitio llamado Tzibana en el lado este del lago están revelando cómo los lacandones defendieron su territorio. Allí, entre las ruinas de la aldea, los arqueólogos han encontrado rastros de una pared defensiva que se construyó entre dos pirámides que forman un paso estrecho en el paisaje. Construido a base de pedazos de piedra caliza, el muro tiene unos pocos metros de alto. Uno de los miembros del equipo, Josuhé Lozada Toledo, del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, cree que los guerreros se situaban sobre la pared tras una empalizada de madera más alta que les ofrecía resguardo mientras luchaban con lanzas y jabalinas. En la ladera situada por debajo de la pared se sembraron plantas de piñuela, una especie de maguey que posee espinas agudas en los bordes de sus hojas; formaron así una especie de alambrada de púas natural. Puede que Tzibana fuera la primera línea de defensa contra los atacantes que venían del este.

Los residentes de la ciudad se trasladaron al campo, no solo en busca de tierras de cultivo y agua para el riego, sino también de lugares en los que hubiera fuerzas espirituales que creían que les protegerían de un mundo que albergaba enemigos en todas direcciones. «No fueron solo los recursos naturales, sino también los recursos sobrenaturales» lo que condujo a los mayas hasta el lago Mensabak, señala Joel Palka. Aquí se pueden encontrar pruebas de que la religión era una fuerza impulsora en la sociedad de los lacandones. Pinturas rupestres de dioses y de animales espiritualmente significativos adornan los riscos calizos de Tzibana y otros sitios cercanos al lago.

Una serpiente en la base de los riscos de Tzibana se parece a la deidad azteca en forma de serpiente emplumada conocida como Quetzalcoatl, lo que, según Panka, puede ser un reflejo de la influencia de los aztecas sobre los lacandones.

El cerro del Mirador es, según los lacandones, un puente entre el inframundo (representado por el lago), el mundo de los vivos (representado por la tierra) y los cielos (representado por el cielo). Creen que aquí vive el dios Chak Aktun. Palka señala que esta montaña que surge de las aguas de un lago es una versión natural del altépetl («montaña de agua»), un concepto que constituyó la base de las comunidades mayas y aztecas.

Las pirámides-templo que dominaban sus ciudades de piedra eran altepetles creados por el hombre. Hace unos 2000 años, los antiguos mayas aplanaron la cima del Mirador y construyeron allí un enorme templo sobre la plataforma. El equipo también ha encontrado restos de terrazas que pudieron formar parte de una ruta de peregrinaje que subía por la montaña hasta el templo, donde los visitantes hacían ofrendas a Chak Aktun para gozar de buena salud y para obtener cosechas abundantes.

Las familias viven en una aldea en el extremo sur del lago en la que hay dos iglesias, un edifico administrativo donde una pequeña unidad de policía tiene su sede, cuatro tiendas que venden artículos de primera necesidad y snacks y un nuevo centro de información turística. Cultivan alimentos para su propio consumo en los campos cercanos, llamados milpas. Un camino de gravilla conecta la aldea con el mundo exterior más allá de la selva tropical. El Gobierno mexicano catalogó el territorio que rodea el lago como Área de Protección de Flora y Fauna de Metzabok, lo que confiere a la tierra algo de protección legal que ayuda a que el pueblo lacandon mantenga su forma de vida. También reciben un ingreso del Gobierno mexicano para que cuiden el área protegida. Rafael Tarano, al igual que sus antepasados que se asentaron en esta zona después de la llegada de los españoles, cree que la religión es esencial para afrontar cualquier desafío que les depare el futuro. «No sé cuál es el auténtico dios, si Hesuklisto [Jesucristo] o Hachakyum, pero, en los malos tiempos, o crees o mueres», señala.

Tarano aprendió de niño las historias de los dioses Lacandones, desde Mensabak y Chak Aktun hasta Hachakyum (el creador supremo) y Akyantho (dios de los extranjeros y la tecnología). También aprendió cómo realizar las ofrendas tradicionales en los sitios sagrados que rodean el lago. Pero los tiempos han cambiado, y los lacandones han cambiado con ellos. Ya nadie realiza ofrendas, señala Tarano. Toda la comunidad (unas 19 familias en total) o se han convertido al cristianismo evangélico o no practican religión alguna, explica Fabiola Sánchez Balderas.

Zach Zorich