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El asteroide que acabó con los dinosaurios cayó en el peor lugar posible

Todos conocemos la historia: hace 66 millones de años, un enorme asteroide se estrelló contra la Tierra, acabando con tres cuartas partes de las especies, incluidos casi todos los dinosaurios. Los investigadores sospechan que el impacto causó la extinción al levantar una nube de polvo y pequeñas gotas (aerosoles) que sumergieron al planeta en una especie de invierno nuclear.

«La presencia de esos componentes en la atmósfera provocó un enfriamiento y una oscuridad globales que habrían impedido que se produjera la fotosíntesis, destruyendo la cadena alimenticia», explica Shelby Lyons, investigadora en la Universidad Estatal de Pensilvania.

No obstante, los científicos también han encontrado gran cantidad de hollín en las capas geológicas que se depositaron inmediatamente después del impacto del asteroide. Dependiendo de cuál fuera su procedencia, ese hollín también pudo formar parte del mecanismo letal.

Es probable que parte del hollín se generase en los incendios forestales que estallaron en todo el planeta tras la colisión. Sin embargo, la mayoría de esas partículas habrían permanecido solo unas pocas semanas en la parte baja de la atmósfera y no habrían afectado demasiado al clima global.

Pero los científicos piensan que el hollín también pudo provenir de las propias rocas que pulverizó el asteroide. Si esas rocas hubieran contenido una cantidad considerable de materia orgánica (por ejemplo, restos de organismos marinos), esta se habría quemado como consecuencia del impacto, enviando hollín a la estratosfera. En ese caso, el hollín se habría esparcido alrededor del mundo en cuestión de horas y habría permanecido allí durante años, alterando radicalmente el clima del planeta.

Así que Lyons y su equipo se propusieron identificar el origen del hollín. Para ello, estudiaron los compuestos químicos conocidos como hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP), que constituyen otro subproducto de la combustión.

«Podemos encontrar HAP en la carne o las verduras cocinadas a la parrilla, en los gases de escape de un coche, y también en el humo y los rescoldos de los incendios forestales», apunta Lyons.

Los HAP constan de varios anillos de átomos de carbono que se han unido (podemos tratar de visualizarlo pensando en una malla metálica). Para determinar el origen del hollín, los investigadores analizaron la estructura y las propiedades químicas de los HAP enterrados junto a él. En concreto, buscaron grupos de átomos que se extendieran como «puntas» desde los anillos (grupos alquilo). Los HAP generados por la combustión de la madera no tienen demasiadas puntas, mientras que los que resultan de la quema de carbono fósil (como el que habrían contenido las rocas) presentan muchas más.

Lyons y sus colaboradores hallaron esas puntas en la mayoría de los HAP que se depositaron tras el impacto, lo cual parece indicar que el hollín procedente de las rocas golpeadas por el asteroide jugó un papel importante en la extinción masiva y viene a confirmar otros estudios previos que apuntaban en la misma dirección. 

«Había más polvo y aerosoles de sulfato que hollín, pero este bloquea la luz del sol de manera más intensa que el polvo o los aerosoles, de modo que una pequeña cantidad de hollín puede provocar una disminución considerable de la luz solar», detalla Lyons. El estudio se ha publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences.

Los resultados sugieren que la devastación que provocó el impacto del asteroide pudo deberse en parte a una casualidad geográfica: la roca espacial se estrelló en el golfo de México, donde los sedimentos eran ricos en materia orgánica. Y aún lo son, puesto que la región produce grandes cantidades de petróleo hoy en día.

«Es probable que el lugar donde tuvo lugar el impacto fuera uno de los factores que llevaron a la extinción masiva», concluye Lyons. «Fue una especie de tormenta perfecta, o el impacto perfecto, por así decirlo.»

Julia Rosen

Referencia: «Organic matter from the Chicxulub crater exacerbated the K–Pg impact winter». Shelby L. Lyons et al. en Proceedings of the National Academy of Sciences, vol. 117, n.º 41, págs. 25327-25334, 13 de octubre de 2020.