Inicio Intelectualidad El sonido de la f, ¿una innovación neolítica?

El sonido de la f, ¿una innovación neolítica?

Parece que no todos los fonemas se han usado con la misma frecuencia que ahora [Asociación Fonética Internacional].

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El lenguaje humano El lenguaje humano Jul/Sep 1996 Nº 5

Este monográfico explora la diversidad de lenguas que se hablan en nuestro planeta, la protohistoria y evolución de las lenguas indoeuropeas, los orígenes de las lenguas americanas autóctonas y otras cuestiones de interés lingüístico y antropológico. Además, incluye artículos de corte más biológico centrados en la genética y la neurofisiología del lenguaje, y otros con un enfoque psicológico sobre el aprendizaje y la percepción del habla durante la infancia.

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La invención de la agricultura, ¿cambió nuestra manera de  pronunciar? Es bien posible, dicen los investigadores. Parece bastante seguro que nos cambió los maxilares. Cuando se analizan los cráneos de personas que pertenecieron a culturas de cazadores-recolectores, se observa a menudo una disposición dental que los especialistas denominan «mordida borde a borde»: los incisivos superiores se proyectaban directamente sobre los inferiores como consecuencia de la masticación a la que les obligaban sus alimentos. Quienes viven gracias a lo que crean las actividades agropecuarias (con una masticación menos exigente) conservan, en cambio, la ligera sobremordida natural: los dientes superiores se superponen un poco sobre los inferiores.

Esto tienen consecuencias para el lenguaje hablado, en opinión de un equipo de lingüistas dirigido por Damian Blasi, de la Universidad de Zúrich. En primer lugar, la nueva colocación de los dientes debió de permitir que fonemas como el [f] del alfabeto fonético internacional (correspondiente a como suena la f en castellano), o el [v] (que no suena como la v del castellano actual, sino, por ejemplo, como la w de la palabra alemana wald, bosque), se convirtiesen en fonemas difundidos por el mundo entero tal y como hoy los conocemos. El fonema [f], por ejemplo, está presente hoy en día en alrededor de la mitad de las lenguas del mundo. Antes de la invención de la agricultura y de la ganadería en el Neolítico debió de estar mucho menos extendido. Quizá como actualmente lo está el fonema [mb], que se crea cuando se pronuncian  directamente una detrás de la otra una [m] y una [b]: solo ocurre en el 13 por ciento de los idiomas.

Los fonemas [f] y [v], como algunas otras consonantes y semivocales que siguen siendo raras hoy en día, pertenecen al grupo de los labiondentales. Se forman cuando el labio inferior se mueve sobre los incisivos superiores. Que los labiodentales parezcan haber tenido una brillante carrera en los últimos 10.000 años es algo que que ya pensó a mediados de la década de 1980 el lingüista Charles Hockett. Cayó en la cuenta de que [f] y [v] son sorprendentemente raros en las lenguas que hablan los cazadores-recolectores actuales.

Y Hockett ya conjeturó que la razón de ello estaba relacionada con la manera de alimentarse y la colocación de los dientes. Una mordida borde a borde dificultaba la articulación de los fonemas labiodentales, como puede comprobar cualquiera. Póngase la mandíbula directamente bajo el maxilar superior y fórmese una [f]. Resultará mucho más difícil que cuando se la mantiene en su posición normal.

De la p a la f

El equipo de Blasis ha afianzado ahora la hipótesis inicial de Hockett con tres líneas diferentes de argumentación, tal y como exponen en el artículo que han publicado en Science.

En primer lugar, con la ayuda de modelos de ordenador de la musculatura vocal demuestran que a las personas con mordida borde a borde les cuesta realmente más articular los labiodentales. Quienes tienen esa colocación de los maxilares pronuncian, en cambio, con mucha mayor facilidad [p] o [w] (como en la palabra inglesa water). Para los hablantes con sobremordida suele resultan tan fácil producir sonidos labiodentales que los hacen hasta en los lapsus o cuando pronuncian mal. Eso les abre de par en par a esos fonemas las puertas de un idioma, como la historia de las lenguas muestra: de los errores repetidos nacen las nuevas normas.

En segundo lugar, estudiaron la proporción estadística de los fonemas labiodentales en las lenguas modernas, y confirmaron la observación de Hockett. Aparecen más raramente en las lenguas de los cazadores-recolectores de hoy que en las de quienes se alimentan con lo que se cultiva. La situación actual parece reflejar la histórica.

Por último, le prestaron atención a un caso especial: la familia de las lenguas indoeuropeas, cuya historia ha sido estudiada como la de ninguna otra. ¿También en este caso fueron los sonidos labiodentales más frecuentes con el tiempo? Solo se puede encontrar una respuesta con nuevos modelos de ordenador basados en probabilidades, pero, en pocas palabras, cabe decir que sí. El ejemplo que seguramente es el más conocido lo ofrece el alemán: por los tiempos del nacimiento de Cristo, parece que una [p] se convirtió en [f]: de *pater vino vater (esa v se pronuncia en alemán como una f).

Los investigadores, pues, consideran que las viejas ideas de Hockett son correctas. El sistema fonético de un idioma cambia de manera parecida a como lo hacen los organismos biológicos sujetos a evolución. Cada frase, cada palabra dicha, son un ensayo de hasta qué punto está bien adaptado un fonema determinado a las «condiciones medioambientales» de  nuestro aparato vocal. Si cambian esas condiciones medioambientales, cambia también la frecuencia de uso de los fonemas. Para ello bastan diferencias mínimas en el esfuerzo de articular, aunque no de golpe, sino tras muchas muchas generaciones. Pudieron pasar hasta milenios tras el cambio de la forma de explotar los recursos. Por lo tanto, el fenómeno se puede estudiar todavía en la familia de las lenguas indoeuropeas pese a que su historia conocida solo llega hasta la Edad de Bronce.

¿Todo por causalidad?

Está todavía por ver si este nuevo estudio convencerá a los especialistas. Muchos lingüistas buscarían más en el lenguaje mismo los procesos que hacen cambiar a los idomas  y menos en la biología humana, como explicó Balthasar Bickel, de la Universidad de Zúrich, uno de los coautores, en una rueda de prensa del equipo de investigadores. Los intentos de poner en entredicho esa forma de ver han tropezado a veces con una resistencia encarnizada.

Sin embargo, aunque se comparta en lo fundamental este otro enfoque del cambio lingüístico, las pruebas que han ofrecido no son inatacables. Un ejemplo: que los fonemas labiodentales figuren por debajo de la media en las lenguas de los cazadores-recolectores se podría deber también, en teoría, al azar, posibilidad reforzada por el hecho de que muchos de los idiomas de ese tipo considerados están emparentados o han influido unos en otros. El equipo de Blasi ha tenido especial cuidado, por ello, en evitar ese error. Está todavía por confirmar que lo hayan logrado.

El mejor aval lo ofrecerían nuevos ejemplos: ¿hubo sonidos que en los tiempos de antes de la agricultura y el sedentarismo fueran más frecuentes que hoy? La [w], como en water, podría indicar un punto de partida. Es natural que la investigación de los sonidos por Blai y sus colaboradores se fije en las personas con mordida borde a borde. ¿Son más frecuentes entre los cazadores-recolectores? Esta y otras predicciones de su teoría se podrían contrastar con nuevas investigaciones.

Jan Dönges / spektrum.de

Artículo traducido y adaptado por Investigación y Ciencia con permiso de Spektrum der Wissenschaften.

 Referencia: «Human sound systems are shaped by post-Neolithic changes in bite configuration», de D. E. Blasi et al en Science,  15 de marzo de 2019, volumen 363, número 6432, eaav3218.