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La llegada a la Luna casi fue una misión conjunta de Estados Unidos y la Unión Soviética

El programa Apolo que llevó a la humanidad a la Luna se considera una consecuencia de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Hoy, cuando las tensas relaciones de EE.UU. con el resto de potencias vuelven a amenazar la ciencia, vale la pena recordar lo sorprendentemente cerca que estuvo aquel programa de convertirse en una empresa colaborativa.

El 25 de mayo de 1961, el presidente John Fitzgerald Kennedy anunció el compromiso de Estados Unidos de mandar astronautas a la Luna antes del final de la década, avivando así el patriotismo y el espíritu pionero de los estadounidenses (y dando paso a un período especialmente fascinante para mí, exhistoriador jefe de la NASA).

En esta celebración del 50.o aniversario del exitoso alunizaje del Apolo 11, pocos saben que, casi inmediatamente después de aquellas declaraciones, Kennedy exploró la posibilidad de incorporar a la Unión Soviética, por entonces la única otra potencia espacial, a la aventura como socio de pleno derecho. Eso habría hecho que el programa espacial dejara de ser competitivo y pasase a fomentar la cooperación internacional.

Kennedy se lo propuso al líder soviético, Nikita Jrushchov, durante su primera y única cumbre, en junio de 1961. Sin embargo, Jrushchov insistió en que antes había que negociar un tratado de prohibición de ensayos nucleares. Kennedy volvió a pensar en una posible colaboración en diversas ocasiones y, para el otoño de 1963, su idea era crear un programa Apolo que construyera puentes entre las dos superpotencias, en vez de alimentar las rivalidades de la Guerra Fría.

Pero el momento adecuado nunca llegó. Una serie de conflictos entre las dos naciones en 1961 y 1962, enmarcados en el pulso que condujo a la construcción del Muro de Berlín o la crisis de los misiles cubanos, mitigaron los esfuerzos por lograr una verdadera cooperación.

No obstante, en septiembre de 1963 las relaciones habían mejorado y Kennedy invitó a la Unión Soviética a trabajar con Estados Unidos. Dirigiéndose a las Naciones Unidas, propuso la posibilidad de realizar una expedición lunar conjunta. «En el espacio no hay problemas de soberanía», afirmó, y habló de enviar científicos a la Luna como representantes de todos los países, no de una sola nación.

Para entonces, Jrushchov había empezado a pensar que la idea era interesante, pero el asesinato de Kennedy el 22 de noviembre de 1963 frustró el plan. Los estadounidenses ganaron la carrera espacial y los astronautas del programa Apolo pisaron la Luna seis veces entre julio de 1969 y diciembre de 1972. Los soviéticos intentaron llevar a cabo su propio programa de alunizaje y fracasaron, aunque sus misiones robóticas de retorno de muestras fueron un éxito.

Relaciones tensas

Aun así, la idea de una colaboración espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética siguió estando presente en segundo plano durante toda la Guerra Fría. A menudo tratada de manera informal, los líderes de ambos bandos la apoyaron en mayor o menor medida. El impulso más importante vino a raíz de la distensión producida a principios de los años 70 y se materializó en 1975 en el exitoso programa de pruebas Apolo-Soyuz, gracias al cual presenciamos el acoplamiento en órbita de una nave espacial estadounidense y otra soviética, y a astronautas de ambos países trabajando juntos en experimentos.

La conclusión de la Guerra Fría marcó el comienzo de una nueva era de esfuerzos espaciales conjuntos. Durante el programa de transbordadores espaciales de Estados Unidos (entre 1981 y 2011) y en la Estación Espacial Internacional (ISS, ocupada continuamente desde 2000), la NASA ha trabajado con distintos socios internacionales. La agencia espacial rusa, Roscosmos, es uno de ellos desde 1992.

En 1993 Rusia se incorporó a la coalición internacional que construyó la ISS, un hito que, si bien no ha estado exento de dificultades (¿qué relación duradera no tiene momentos complicados?), sin lugar a dudas ha constituido un éxito impresionante. Cuando dentro de algún tiempo la humanidad vuelva a reflexionar sobre la importancia de la ISS, seguramente considerará que su mayor contribución fue promover la cooperación pacífica entre múltiples naciones.

Estados Unidos y Rusia tienen posibilidades complementarias únicas y llevan más de 25 años trabajando codo con codo mientras la humanidad trata de conquistar la última frontera. Gracias a sus esfuerzos, las órbitas terrestres bajas se han convertido en una esfera normal de la actividad humana. El sistema de transporte de las naves espaciales rusas Soyuz, el programa de transbordadores espaciales de Estados Unidos y las diversas estaciones espaciales han hecho que el espacio alrededor de la Tierra parezca nuestro patio trasero. Estamos comenzando a ver el desarrollo del comercio espacial, algo muy positivo, y tal vez la perspectiva de volver a la Luna gracias a un amplio consorcio internacional en el que participarían Estados Unidos y Rusia.

Toda esta historia nos hace ver con otros ojos las riñas recientes. Una de ellas fue la decisión del administrador de la NASA, Jim Bridenstine, de retirar en enero la invitación para que el jefe de Roscosmos, Dimitri Rogozin, visitara Estados Unidos, un hecho que pone de relieve los desafíos geopolíticos a los que se han enfrentado los estadounidenses desde hace mucho tiempo, especialmente con la Unión Soviética y ahora Rusia. Rogozin era el viceprimer ministro ruso en 2014 y no se mordió la lengua cuando Estados Unidos impuso sanciones a Moscú a raíz de la anexión de la península de Crimea, producida ese mismo año. La agencia espacial rusa advirtió de que la decisión de Bridenstine podría suponer el fin de los acuerdos de cooperación existentes y dificultar pactos futuros. Después de varios decenios de historia, no es probable que esto suceda, pero tampoco es imposible.

El hecho es que, en cada aspecto de la exploración y el desarrollo espacial, los avances se producen gracias a iniciativas colaborativas. Los programas espaciales de todas las naciones han alcanzado sus mayores éxitos cuando han estado vinculados de manera inextricable, y tratar de separarlos sería difícil, costoso, lento e imprudente.

Durante décadas, los Estados Unidos y Rusia han mantenido diferencias terrenales, pero estas no deberían abandonar la Tierra. La cooperación espacial continúa mostrándonos el camino a seguir y todas las partes deberían promoverla.

Roger D. Launius/Nature

Artículo traducido y adaptado por Investigación y Ciencia con permiso de Nature Research Group.