El delito que cometieron los asesinados por orden de Stalin no sólo fue discrepar de su política; la mayoría fueron liquidados sin motivo aparente, sólo por el capricho del dictador, que en su paranoia veía enemigos en todas partes. Los partidarios de Trotski fueron deportados a la tundra siberiana y a inhóspitos lugares próximos al Ártico. La lista de depurados y asesinados incluyó a campesinos, obreros, intelectuales, minorías étnicas y también a amigos y familiares del propio dictador. Su furia alcanzó al músico Dmitri Shostakóvich, que fue denunciado por escribir piezas que nadie podía silbar. La espiral de violencia asesina fulminó a muchos de los comisarios políticos que sirvieron en la Guerra Civil española –como Mijail Koltsov– y acabó con la carrera de eminentes profesionales como el ingeniero aeronáutico Andréi Túpolev.
Nadie que haga sombra
Mientras en la Unión Soviética se exterminaba a millones de seres humanos, entre ellos a los más brillantes integrantes del bolchevismo, los burócratas de los partidos comunistas de Occidente siguieron alabando las virtudes del paraíso soviético y de su líder. A finales de los años treinta y principios de los cuarenta del siglo pasado sólo unos pocos intelectuales, como Arthur Koestler, André Gide, George Orwell o John Dos Passos, se atrevieron a denunciar la dictadura criminal de Stalin.