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Las «bolas de sombra», o sobre que hay que tomarlo todo en cuenta

Bolas de sombra sobre un embalse de Los Ángeles [Junkyardsparkle].

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Desde hace unos años, con grandes esperanzas y mucho empeño, se está probando en California una técnica innovadora, la de las «bolas de sombra» (o podría decirse también quizá «persiana de bolas»), para proteger grandes embalses de agua potable contra la evaporación, pero es posible que los resultados sean menos sostenibles de lo que se esperaba. A esta conclusión han llegado unos investigadores, que lo explican en Nature Sustainability. Con las bolas de sombra (shade balls), unas decenas de millones de bolas de plástico pequeñas, negras, flotantes, se cubre la superficie de un embalse para frenar la evaporación durante una sequía y reducir la producción de algas. Esto tiene sentido si las bolas son baratas y no contaminantes, y sobre todo si están puestas el tiempo suficiente, pero esto último tiene a su vez sus problemas. Según calculan Erfan Haghighi, del MIT, y sus colaboradores: las bolas,si el grosor de sus paredes es de cinco milímetros, deben aguantar al menos dos años y medio para que salgan las cuentas ecológicas. 

En 2015, el proyecto colocó 96 millones de bolas de polietileno, en parte rellenas de agua para que no se las llevase el aire, con un diámetro de diez centímetros, flotando sobre el mayor embalse de agua potable de Los Ángeles. El objeto era ponerlo a salvo de la radiación solar. En principio, la idea cumple sus promesas, como reconocen Haghighi y sus colaboradores: cada año se evaporaron 1.150.000 kilómetros cúbicos de agua menos. Pero según sea el grosor de las paredes de las bolas, hay que usar entre todas las fases de su fabricación entre 0,25 y 2,9 millones de metros cúbicos de agua. Solo unas bolas de pared fina y larga duración harían que el esfuerzo compensase; con unas bolas con paredes de cinco milímetros de espesor no se obtiene rentabilidad neta en el embalse de Los Ángeles para cuando finalizó la sequía, en marzo de 2017: para hacerlas se consume más agua de la ahorrada en ese período.

Es cierto que si se cuenta hasta más allá de ese principio de 2017, hasta el de 2018, se llega a esos dos años y medios en que el agua ahorrada compensa la gastada en la fabricación, pero solo si se supone que la evaporación evitada sigue siendo la misma tras la sequía. Las bolas de sombra, en las condiciones extremas de la sequía, impidieron mucha evaporación, pero en la fase en que esta es menor el balance ha de ser aún peor. En circunstancias más húmedas, lo mejor sería retirarlas porque podrían tener incluso efectos negativos. Podría ocurrir que en la superficie del agua, calentada por la cubierta de esferas, se produjese una evaporación mayor que sin la protección cuando la temperatura del entorno fuese bastante baja. Esto complica aún más el balance: en esos casos sería mejor retirar las bolas aunque el coste no se hubiese amortizado aún.

Jan Osterkamp / spektrum.de

Artículo traducido y adaptado por Investigación y Ciencia con permiso de Spektrum der Wissenschaft.

Referencia: «The water footprint of water conservation using shade balls in California», de Erfan Haghighi et al. en Nature Sustainability 1, 358-360.