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Matar a Rasputín: misión (casi) imposible

Matar a Rasputín: misión (casi) imposible


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Muertes absurdas de famosos de la Historia

Grigori Yefímovich Rasputín fue asesinado en San Petersburgo el 30 de diciembre de 1916 (aunque entonces Rusia aún usaba el calendario juliano y, según éste, la fecha fue el 17 de diciembre). Este místico ruso, que ejerció una enorme influencia en la última etapa de la Corte zarista de los Romanov, justo antes de la Revolución Soviética, fue conocido como el Monje Loco por su intensa mirada, su fama de sanador mediante la hipnosis y su mesiánica identificación con Jesucristo. Pero fue mucho más que eso: un personaje controvertido, venerado por unos y odiado por otros, que dominó a la zarina Alejandra tras curar a su hijo de una hemorragia producto de la hemofilia.

Sobre él circularon muchas leyendas ya en vida, pero sobre todo tras su muerte. Se dijo que su nombre procedía de la palabra rasputnyi (disoluto) porque era un borracho, ladrón y mujeriego aficionado a las prácticas orgiásticas; se contó que su pene medía 30 centímetros (durante décadas se exhibió uno como supuesta «reliquia» por todo el mundo); se lo acusó de espiar para Alemania durante la Gran Guerra. Lo cierto es que nació en una aldea siberiana en 1869, que era analfabeto, que abandonó a su mujer y sus tres hijos para ingresar en un monasterio y luego en la secta de los flagelantes, que con su carisma se hizo con una legión de fieles (sobre todo, mujeres) y se introdujo en la Corte… y también se ganó poderosos enemigos.

Uno de estos, el primer ministro Trépov, consciente de la crítica situación de la monarquía, le ofreció primero 200.000 rublos para que volviera a Siberia y luego trató de asesinarlo sin éxito. Poco después, una conjura liderada por el príncipe Yusúpov logró acabar con él, aunque hicieron falta nada menos que ¡cinco intentos! En la madrugada del 30 de diciembre de 1916, Yusúpov citó a Rasputín en palacio y le sirvió vino y unos pasteles envenenados con cianuro. Viendo que no caía, le disparó con su pistola Browning y lo dio por muerto. Cuando volvió para deshacerse del cadáver, seguía vivo. Otros dos disparos: no moría. El príncipe y sus secuaces la emprendieron a golpes con el monje agonizante y, finalmente, hubieron de tirarlo al río Neva para que se ahogara. Y a la quinta fue la vencida.